Purificación

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Chornakish no tuvo opción. Gjaki ni siquiera le preguntó antes de hacerle tragar la poción.

–¿Qué era eso?– preguntó él tras engullir el líquido.

–Te lo diré algún día, supongo– le sonrió ella, traviesa.

Él no insistió, sino que se la quedó mirando, embobado. Había algo en su mirada que hacía mucho tiempo que no veía. Más bien, había algo que ya no estaba allí, y que sentía que era mejor que no estuviera. Estaba más preciosa que nunca.

–Dejad de flirtear vosotros dos– los interrumpió Coinín, poniéndose entre ellos para servirles la comida. Esta semana le tocaba a ella.

–Envidiosa– le sacó la lengua Gjaki.

La vampiresa con orejas de conejo sólo sonrió. Podía ver que su amiga estaba de muy buen humor, y sabía por qué. La poción había funcionado. Se preguntó cuándo se lo diría a Chornakish, no creía que fuera a cumplir su amenaza.

–Quizás debería dársela hasta que sea un niño. Estaba monísimo entonces– había dicho entonces en broma, o eso esperaba Coinín. Aunque tenía que reconocer que sería gracioso.

Estuvieron hasta bien entrada la tarde. Durante ese tiempo, Eldi demostró a algunos bárbaros sus cualidades en el combate cuerpo a cuerpo. Gjaki y Goldmi ya lo habían demostrado en el pasado, pero aun así algunos las retaron, y acabaron en el suelo, entre las risas de sus compañeros.

Las gemelas aplaudían, asombradas mientras su madre esquivaba con Pasos Rápidos a una enorme bárbara, una de las mujeres de Triturahuesos, y acababa noqueándola. También animaron a Gjaki contra uno de los maridos de Aplastacráneos, que no supo muy bien como había acabado en el suelo.

Eran combates amistosos, y uno de los pasatiempos preferidos de los bárbaros. Una par de contusiones no eran nada comparados con la emoción de un duelo.

–Ja, ja, Pulve. Felicidades, has durado cinco segundos más que la última vez– alabó Apli burlonamente a uno de sus maridos.

–No sé cómo lo hace. Es imposible– se quejó él, levantándose y mirando a la vampiresa con admiración.

–Ni yo sé cómo lo hace. Gjaki, eres realmente increíble– rio la bárbara.

–Es fácil, si quieres te enseño– la retó la vampiresa.

–Oh, me das la revancha– se levantó ella.

No obstante, volvió a sentarse inmediatamente, intimidada.

–La última vez destrozasteis el gimnasio. ¿¡Creéis que os voy a dejar pelear a las dos aquí!? ¡Iros a otro sitio si queréis pegaros!– sentenció Diknsa.

–Eeeh... Bueno, quizás si nos emocionamos demasiado la otra vez– reconoció Gjaki, rascándose la mejilla.

–Fue divertidísimo...– rio Apli.

–No tanto. No me dejó estar hasta que lo reparé– se quejó Gjaki.

–Te lo tenías merecido– sentenció Diknsa.

Rieron, pero nadie se atrevió a volver a proponer un combate entre dos visitantes de nivel 100, al menos no allí. Aunque más de uno se quedó con las ganas de verlo.

–¿Qué pensáis hacer hasta entonces?– preguntó Triturahuesos.

–Pensábamos visitar la tierra de los dragones de nieve. Vosotros habéis estado, ¿verdad? ¿Qué tal es? ¿Tenéis algún portal cerca?– preguntó Eldi.

–El más cercano está a unos días de camino. Cuando quieras, llevo a alguno de vosotros. No te podemos dar mucha información. Los muy antipáticos no nos dejaron pasar. Seguramente perderéis el tiempo– los avisó Aplastacráneos.

–Nos ahorrará mucho camino, gracias. La verdad es que no sé si conseguiremos algo, pero tenemos que intentarlo– agradeció Goldmi.



Así, antes de volver, Apli llevó a Goldmi hasta el Portal de Salida más cercano que había sobrevivido, para que ella pudiera dejar el suyo.

Mientras, Gjaki llevó a Maldoa hasta el Valle de los Muertos.

–¿Seguro que no quieres que te acompañe? Aún quedan bastantes nomuertos– se ofreció la vampiresa, preocupada.

–Estaré bien. Es una misión oficial, tengo la protección de las dríadas– aseguro la drelfa.

–Como quieras–concedió Gjaki, aunque reticente.

Aun así, se quedó un rato vigilándola mientras Maldoa caminaba hacia el interior del valle. No fue hasta que escapó del límite de sus Murciélagos que dio media vuelta y se marchó, aún preocupada, aunque más confiada.

Había detectado varios nomuertos, pero ninguno se había acercado a la drelfa. Temían la poderosa aura que la envolvía, y que incluso había sorprendido a la vampiresa.

Esa aura había empezado a surgir después de llegar al valle, proveniente de los bosques cercanos, convergiendo en ella. Mientras caminaba hacia el centro del valle, dicha aura no paraba de aumentar, a pesar de dejar un rastro tras cada paso, manteniendo así una conexión constante con la drelfa.

Ésta llegó finalmente junto a un lago, cuyas aguas ennegrecidas daban al lugar un aspecto si cabe más tétrico. Allí plantó sus pies, literalmente. Raíces surgieron de ellos, penetrando en la tierra e incluso en el lago. Su contaminación era peligrosa, pero ella estaba protegida por una poderosa aura.

Se sentó, respiró hondo y cerró los ojos, sintiendo la debilitada presencia de las plantas circundantes, su corrosión debido a la presencia de la muerte que no habían podido combatir.

–Podéis empezar– anunció.

De todas partes del mundo, dríadas y ninfas enviaron una diminuta fracción de su poder a través del entramado de vida que conectaba toda Jorgaldur, salvo contadas excepciones como las tierras corrompidas.

Podía no parecer mucho, pero la suma de esas pequeñas porciones era algo que la propia Maldoa no podía manejar por sí misma. No obstante, no era necesario. Ella era el nexo, el medio a través del cual dicho poder entraba en el Valle de los Muertos y se distribuía por él, además de que no llegaba todo a la vez.

Harían falta semanas para recibirlo y distribuirlo, para que la atravesara, para que las plantas se empaparan de esa vitalidad y crecieran como nunca lo habían hecho. A la vez que lo hacían, purgarían la muerte que hasta entonces había prevalecido allí, filtrándola, purificándola.

Los nomuertos supervivientes se irían debilitando, hasta que su esencia se desvaneciera del todo, permitiéndoles por fin el anhelado descanso. El Valle de los Muertos pronto perdería ese nombre, quizás recuperando el que tuvo en el pasado, o quizás siendo bautizado de nuevo. Aunque poco importaba su nombre. Las plantas estaban volviendo, exuberantes, y pronto lo harían los animales.

Por su parte, la drelfa no lo tendría fácil. Aunque distribuido en el tiempo, la cantidad de poder que atravesaría su cuerpo sería abrumador y a menudo doloroso, pero también una oportunidad valiosa. Aquella energía la transformaría poco a poco, siendo absorbida por ella apenas una minúscula porción. Esa minúscula porción sería suficiente para hacerla más poderosa de lo que nunca había sido.

Lo único que no sabía es que aquella oportunidad no se la habían dado sólo porque el Valle de los Muertos hubiera sido liberado por sus amigos. La otra razón, aún más importante, era que estos podrían necesitar pronto de ese poder. Jorgaldur podría necesitarlo.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora