Refuerzos (III)

151 37 1
                                    

–Así que me queréis a mí... ¡Ja, ja! Me temo que no va a poder ser. Ha sido divertido jugar con vuestros amigos, es hora de irse. Es una pena que la barrera esté un poco rota y no pueda evitarlo. Hasta otra– se burló de pronto la vampiresa.

Mientras lo decía, activó el pase de la mazmorra, desapareciendo.

–¡Mierda! ¡Hay que seguirla! ¡Ya lidiaremos con lo que sea que haya fuera! ¡Avisad a los demás!– exclamó uno de los vampiros.

–Todos afuera. El objetivo ha activado el pase de salida– envió un mensaje una vampiresa a los que aún estaban por llegar.

Todos activaron sus pases, ignorando a Eldi y los demás. Normalmente, los hubieran matado, pero su misión era lo primero.

Tanto la barrera de los vampiros como la de los agentes de Engenak debía de evitar la activación del pase, pero la primera tenía varios agujeros, y la segunda había sido saboteada por la miembro de la resistencia. Ésta miró a Eldi sin saber qué hacer.

–¿Estará bien? ¿No deberíamos ir a ayudarla?– preguntó.

–Ha dicho que no la siguiéramos, así que supongo que está por aquí. ¿Verdad Gjaki?– la llamó el mago de batalla.

–Je, je, se lo han tragado– rio ésta, apareciendo tras la roca y sentándose en el suelo–. Necesito un descanso.

–¿¡Có... Cómo!? ¡Si te he visto...!– se sorprendió Nilgha.

–Era una ilusión y un poco de ventriloquía– dijo una Gjaki ilusoria detrás de Nilgha.

Ésta se giró sorprendida, para ver como se transformaba en un pequeño dragón y salía volando, desapareciendo poco después. Nilgha se lo quedó mirando boquiabierta. Había visto ilusiones otras veces, pero pocas veces tan vívidas, y nunca usadas así en combate. Los había salvado engañando a sus enemigos.

–Mmmm, aún está vivo– musitó Eldi, acercándose.

El líder de los vampiros tenía varios agujeros que le atravesaban el cuerpo. Estaba inconsciente y sangraba profusamente, pero aún respiraba levemente. No obstante, no duraría mucho más.

–Espera, no lo remates. ¡Goldmi, date prisa!– gritó la vampiresa, levantándose pesadamente.

Goldmi llegó corriendo, apremiada por su amiga.

–¿Qué pasa?– preguntó, preocupada.

–Necesito que lo mantengas con vida– pidió Gjaki.

–Movámoslo a un sitio con vegetación– aceptó la elfa, aliviado porque sólo fuera eso.

Una vez más, la vampiresa se introdujo en los sueños a través de Mundo de los Sueños, mientras su amiga no lo dejaba morir con Hilo de Vida.

El sueño fue esta vez muy difuso. Tan sólo pudo apreciar una figura imponente, de ojos rojos y cabello quizás grisáceo. Podía percibir un total respeto y sumisión por parte de quien soñaba.

Lo que más la impactó fue su aura. Aunque no podía sentirla directamente, si podía percibirla a través de las sensaciones del soñador.

–¿Ese es mi enemigo?– murmuró, frunciendo el ceño.

Poco después, dejó el sueño y abrió los ojos.

–¿Has descubierto algo?– preguntó Eldi.

–No estoy segura. Era todo muy borroso. Me temo que alguien quiere evitar que les saquen información– especuló ella –. Déjalo ya, Goldmi.

La elfa se levantó, observando como las plantas de alrededor se habían marchitado. Secretamente, agradeció que no fueran de verdad. Suspiró.

–¿No os apetece un baño caliente?– preguntó.

–Id vosotros primero. Yo me quedo vigilando, tengo que recuperar mi sangre– rechazó Gjaki.

–Vamos, vente– invitó la elfa a Nilgha.

Puede que no la conocieran mucho, pero había arriesgado su vida junto a ellos. Lo mínimo que podía ofrecerle era un baño caliente. Entraron las dos junto a la lince. La azor gruñó un poco, pero se quedó vigilando. Todos estaban cansados y débiles, así que no se podían permitir ser sorprendidos mientras se recuperaban.

Eldi, por su parte, se quedó junto a la vampiresa. Luego sacaría su propia tienda para tomar su baño privado y solitario.



Nilgha no salía de su asombro. Por fuera, la tienda era realmente peculiar. Por dentro, era como una lujosa mansión. Cuando le había ofrecido un baño, había imaginado algo mucho más modesto de lo que había más que disfrutado. Se hubiera quedado dentro del agua un día entero.

Entre risas, Goldmi le había dicho que estuviera cuanto quisiera, pero había salido con la elfa a pesar de la tentación. El banquete que había tenido lugar un rato después había sido la segunda sorpresa.

Pocas veces había probado la comida de un maestro cocinero, y en esas ocasiones se había tenido que conformar con lo que había cocinado. Sin embargo, en aquella ocasión, una maestra había cocinado delante de ella con la ayuda de unas extrañas ayudantes. Además, no sólo le había dejado pedir lo que quisiera y como lo quisiera, sino que incluso había insistido en que lo hiciera.

Había probado todo tipo de manjares, e incluso había podido sentir las mejoras temporales que estos le habían proporcionado. Especialmente deliciosos habían sido los postres, hasta el punto de ser adictivos.

Se había mostrado un tanto extrañada cuando Goldmi le había contado en el baño, entre risas, que sus compañeros la obligarían a cocinar en cuanto saliera. Ahora entendía el porqué.

Lo que más la extrañó fue una conversación entre Eldi y Gjaki antes del postre, que había empezado con Eldi preguntándole a la propia Nilgha.

–Formas parte de la rebelión, así que no eres una agente de Engenak, ¿verdad?– había preguntado Eldi.

–Sí, claro que no lo soy– había respondido ella, sin entender la pregunta, confusa.

–Entonces, sólo había veinticinco agentes, aparte de ti, ¿verdad?– siguió éste.

–Eh... sí...– admitió la miembro de la rebelión, totalmente perdida.

–¡Eldi! ¡No puedes hacer esto!– había interrumpido Gjaki, visiblemente irritada.

–¿Qué no puedo hacer? Si son veinticinco, son veinticinco. Es un empate– aseguró éste, sonriendo victorioso.

–¡Eso es hacer trampas!– negó la vampiresa.

–Los números son los números. Acéptalo– no dio él su brazo a torcer, con algo de burla en su tono.

–Maldito... ¡Ese postre era mío!– se quejó Gjaki, aceptando a regañadientes.

Mientras, Goldmi reía. Más tarde le explicaría a la anonadada miembro de la resistencia la apuesta que habían hecho sobre el número de agentes de Engenak.

Aunque quizás, lo que más la impactó fue cuando Eldi se ofreció a hacerle una espada a medida, e incluso armadura. El mismo Eldi que era su ídolo, junto al que había luchado, la esperanza de su pueblo. Se quedó muda, incapaz de decir nada, aunque deseosa de aceptar. Había visto la calidad de las armas de los tres compañeros.

–Claro que quiere. Mañana te daremos los detalles– intervino Goldmi.

–Ven, te enseñaré algunos modelos– se ofreció Gjaki, prácticamente arrastrándola dentro de la tienda-castillo.

Encogiéndose de hombros, Goldmi las siguió, dejando a Eldi en compañía de la lince y la azor.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora