Reencuentro (II)

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El Oráculo los observaba a los lejos. Eldi se los había llevado a su aldea de iniciación, para tener un lugar seguro y tranquilo en el que hablar. Y también para hacerles un equipo nuevo a medida, incluyendo anillos, pendientes, collares, armas y pociones. Aunque sólo armas secundarias. Sus armas principales seguirían siendo las Sombras Gemelas. Aquellas espadas no sólo tenían un gran poder, sino que eran un regalo muy especial de su padre.

Líodon fue sin duda quien más habló. Tenía mucho que contarle a su padre, mucho que decirle, decenas de años de historias. Lidia había conversado con él meses atrás, aunque no por ello dejó de hablar durante un buen rato. En cuanto a Eldi, prácticamente le obligaron a detallar todas sus aventuras desde que se había separado de Lidia, y algunas de antes.

Aquella noche, durmieron en su tienda-castillo, ante la admiración de Líodon, pues Lidia ya había estado antes. Aunque tardaron en dormirse. Los tres, acostados en una amplia cama, siguieron hablando hasta bien entrada la noche.

El único tema que los dos hermanos rehuyeron fue el de la mujer que los había cuidado. Por mucho que lo desearan, no podían decirle que era Melia, ni que ella lo estaba esperando.



–Por cierto, ahora que me acuerdo, ¿por qué no me dijiste que me habías dado un identificador de alto rango?– preguntó Eldi en tono acusador.

Estaban desayunando, a una mesa de distancia del Oráculo. Éste había rehusado la invitación diciendo que "la función del guía es guiar".

–Eh... ¿No te lo dije?– pareció extrañarse Lidia.

–No me estás mirando a los ojos– la volvió a acusar su padre.

–Pffff– se medio aguantó la risa Líodon.

–No la hubieras aceptado– reconoció ella, inflando ligeramente las mejillas, mientras pellizcaba a su hermano mellizo por debajo de la mesa.

–¡Claro que no! ¡Yo no soy ningún líder de la rebelión!– se quejó Eldi.

–¡Tú eres el líder, papá! ¡La esperanza de todos! ¡Sin ti, no tendrían el coraje de luchar, no sabrían que hay una forma mejor!– aseguró ella apasionadamente, incluso medio levantándose, esta vez mirándolo a los ojos.

–Es cierto. Tú se lo enseñaste en el pasado. Nos los enseñaste a nosotros de niños. ¿O no quieres ayudarnos?– intervino Líodon, con la mirada de un cachorro abandonado.

–¿Cómo podría no ayudar? No sólo han incumplido la promesa que me hicieron, sino que tengo una parte de responsabilidad. Es sólo que...– aseguró él.

Lo había estado pensando durante aquellos meses. Sentía que se lo debía al pueblo de Engenak, que en cierto modo se lo había prometido, por mucho que en aquel entonces fuera un juego para él.

–¿Sólo que...?– se interesó Lidia.

–He estado tantos años lejos... No me merezco ser ningún líder. Más bien, me parece que os he abandonado a todos durante mucho tiempo– confesó.

–¡De ninguna manera! ¡Nadie piensa así! Eres un visitante, todos sabemos por qué te marchaste. El que hayas vuelto es un regalo con el que sólo podíamos soñar– le contradijo Líodon con pasión.

–Sólo dilo, y el pueblo se alzará en armas tras de ti. No te han olvidado, te están esperando– le aseguró su hija.

–Acabaría en un baño de sangre. No puedo permitir eso– se negó el mago de batalla.

–Era un decir... Ese es sólo el plan D– sacó la lengua Lidia.

–¿Y cuáles son los otros planes?– preguntó Eldi con curiosidad.

–¡Estaba esperando que lo preguntaras!– exclamó su hijo, sacando un mapa.

–Perdónalo, no puede evitarlo. Le encanta jugar con mapas– suspiró su hermana.

–¡Lid!– se enfurruñó él.

Los otros dos rieron, avergonzándolo. Aunque se olvidó cuando empezó a explicar sobre el mapa repleto de marcas cada uno de los planes.



Leytor se apoyó en el balcón con ambos antebrazos, observando las prácticas de los soldados. El comandante de la guardia del condado de Tenakk suspiró una vez más, deseando saber qué hacer.

Muchas cosas habían cambiado en los últimos meses. El propio Eldi Henfa, su héroe de niñez, había aparecido y asesinado a los condes de Tenakk y a sus hijos. Sin duda, se lo merecían por sus acciones, unas acciones que él había ignorado hasta entonces. Había hecho caso omiso de los rumores, y había vivido en la completa ignorancia. Aún se culpaba de no haber hecho más.

Durante el mes siguiente, había estado sumamente ocupado con las secuelas de dichos actos, y sobre todo de la actitud déspota e irresponsable de los fallecidos condes. Había liberado a esclavos y prisioneros encarcelados injustamente, no pocos de los cuales habían sufrido crueles torturas y humillaciones.

También había tenido que ocuparse de la gestión del territorio por un tiempo, algo para lo que no estaba preparado, y que había descubierto que odiaba. Al menos, había sido así hasta que habían llegado los parientes de los anteriores condes a tomar posesión.

Se había planteado resistirse, pero al final no había tomado esa línea de acción. Sabía que, de hacerlo, las tropas reales podían atacar, lo que supondría una baño de sangre, además de que su propia familia podría sufrir las consecuencias. Prefirió esperar a ver como actuaban.

Para su sorpresa, los nuevos condes se habían mostrado extrañamente tímidos. Ni siquiera lo habían destituido, o vuelto a las políticas de sus predecesores.

Claro que su sorpresa había remitido al descubrir la razón. Tenían miedo, miedo a que Eldi Hnefa volviera y les pidiera explicaciones. Así que preferían dejar las cosas como estaban, sin tocar nada, sin arriesgarse a la furia que se había llevado por delante a sus parientes.

–Leytor, me alegra verte de nuevo– escuchó de repente una voz a su espalda.

Se giró de golpe, anonadado. Recordaba aquella voz, no creía que la fuera a olvidar nunca.

–¿Eldi... Hnefa?– preguntó al encontrarse con los ojos dorados y el pelo negro de éste.

En el pasado, no había visto sus facciones claramente. Ahora que las veía, era realmente parecido a algunas pinturas y estatuas. Su aura no parecía excesivamente poderosa, pero la experiencia de un soldado veterano le revelaba que la verdadera fuerza estaba oculta.

Él asintió, aunque casi se arrepintió de inmediato. El veterano soldado se arrodilló ante él. Si bien no era miembro de la rebelión, la autoridad de Eldi Hnefa estaba incluso por encima de la de la reina. Puede que algunos lo hubieran olvidado, o querido olvidar, pero otros muchos seguían recordándolo.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora