Batalla en el precipicio (II)

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Quizás influenciada por la precisión de su hermana, quizás gracias a la experiencia de sus múltiples batallas, el roc se acabó estrellando contra el saliente, justo donde la azor quería.

Si bien la fuerza del impacto también la había empujado hacia atrás, detrás del ave albina sólo había aire. Pronto recuperó el control de su vuelo, y se acercó a su rival, tras haber vuelto a su tamaño habitual.

Se quedó volando alrededor, en círculos a gran velocidad. Cuando el tambaleante roc logró recuperar el equilibrio y ponerse en pie, la encontró sobre él, acechándolo.

Se sintió humillado y furioso, pero no se atrevió a alzar el vuelo, a intentar atacarla. Sabía que estaba en clara desventaja. No sólo estaba magullado, sino que estaba en tierra. Despegar y alcanzar velocidad llevaba tiempo, y durante esa maniobra era especialmente vulnerable. En cuanto lo intentara, aquella ave podía atacarlo antes de que ganara velocidad.

Si en el choque con los dos en el aire había recibido la peor parte, en esas condiciones aún sería peor. Por si fuera poco, varias flechas se habían clavado a su alrededor, lo que parecía imposible.

A pesar de su furia, comprendió que aquello era un aviso, quizás el último. Era evidente el poder de aquellas flechas, que se habían incrustado incluso en la dura roca del saliente, algo que le hizo sentir escalofríos. Hasta ahora, ninguna de las flechas que lo habían atacado había poseído ese poder.

Aunque frustrado, no se movió, centrándose en recuperarse. También se prometió no decir una palabra sobre aquel enfrentamiento. El resto de los rocs ya le acusaban de ser temerario.

Siempre había contratacado acusándolos de cobardes, pero ahora no estaba tan seguro. Las flechas y el ave sobrevolándolo le decían claramente que podía haber muerto. La razón era tan simple como haber subestimado a sus oponentes, como haber creído que no tenía rival. Sin duda, había sido una dolorosa cura de humildad.



Mientras, Eldi seguía buscando un edelweiss adecuado. Aunque colgado en una cuerda, en ningún momento había temido por su vida. Por una parte, confiaba en sus compañeras. Por la otra, un evento tan cliché como que la cuerda se rompiera era prácticamente imposible. Aquella no era una cuerda cualquiera.

Además, tenía recursos para salir indemne de la caída. Podía confiar en Escalar para lanzar una lanza y una cuerda, y agarrarse a ella. En el peor de los casos, con Ingravidez evitaría golpear contra el suelo. Una vez aterrizara, sólo tendría que atravesar un Portal para volver. Por si fuera necesario, había creado uno junto a sus compañeras.

–¡Esa lo es!– exclamó de repente.

Se acercó a una flor de pétalos negros diferente a las demás. Su brillo era más que apreciable a causa del denso maná que la recorría, lo que la diferenciaba de las otras. Tenía ciento veintiséis años, más que suficiente.

–De haber sabido que era tan llamativa, Azi podría haberla encontrado mucho antes– se lamentó.

Azi era como llamaban a la azor, así como Lin a la lince o Kraki a la kraken. Ellas no se habían quejado, y así era más fácil para todos. La única que rara vez las llamaba así era Goldmi. Ella se comunicaba directamente con ellas, y podían saber con quién hablaba sin necesidad de nombres. Por mucho que simplemente se llamaran "hermana", siempre sabían a qué hermana se referían.

Disipó el Aura de Fuego para no dañar la flor. Su nivel y sus ropas eran suficientes para soportar el frío por un rato, aunque podía notarlo.

Con sumo cuidado, sacó un recipiente y una larga aguja, que introdujo en la flor intentando no dañarla. Un polvo oscuro quedó pegado en la aguja, que sacudió entonces dentro del recipiente.

Sonrió. Aquello era suficiente, no necesitaba toda la flor, y no quería dañarla. Si algo quería, era estudiarla. Una flor de más de cien años era algo inconcebible para él. En su mundo natal, las flores surgían por unos días, para ser polinizadas y crear frutos o semillas. Aunque, a decir verdad, no era un campo en el que estuviera especializado. No sabía si había excepciones, si había flores que duraran más.

Tras recoger el polen y guardarlo en el inventario, alzó el brazo. Aquella era la señal que todas habían estado esperando.

–Hermana, pide que lo subáis– avisó la azor, que miraba con un ojo a Eldi y con el otro al roc.

–¡Ya era hora!– exclamó la vampiresa cuando la elfa la avisó.

Sin esperar a que su amiga la ayudara, tiró con fuerza de la cuerda. Tenía fuerza de sobras para alzar a Eldi, era nivel 100.

–Podrías ser menos brusca...– se quejó el alto humano unos momentos después. Había salido disparado por encima de ellas, y chocado varias veces contra la pared de piedra.

–Ja, ja. Pides lo imposible. Ya sabes cómo es– rio la elfa.

–No me estarán criticando, ¿verdad?– miró la vampiresa a su amiga, suspicaz.

–¿Yoooo? ¡Jamás haría algo así!– aseguró Goldmi, aunque no fue muy convincente.

Mientras hablaba, observaba vigilante y con hostilidad al enorme roc que se alejaba, humillado. Y con una enorme sonrisa a su hermana alada, que se posó orgullosa sobre su hombro.

–Presumida– la criticó la felina.

–¡Bien hecho!– la felicitó entusiasta la kraken.

–¿Sólo nos falta la cáscara?– preguntó Goldmi.

–Sí. Tendremos que esperar– respondió Eldi.

–Ya casi está. Gracias a todos... Yo...– fue incapaz de acabar la frase la elfa.

Sus dos compañeros la abrazaron, mientras las lágrimas no dejaba de brotar de los ojos élficos. A medida que hablaba, relajada también al ver que el roc se había alejado, sus emociones habían explotado inesperadamente, cogiéndola incluso a ella misma por sorpresa.

Durante años, había soñado con el momento en el que su amado pudiera curarse. Aunque lo escondiera, ella podía ver en su mirada como él se sentía porque su cuerpo no siempre le respondiera. El sentimiento de impotencia por no poder confiar en sí mismo para proteger a sus hijas, o luchar junto a su mujer.

Tener tan cerca lo que hasta no hace tanto había parecido imposible había hecho que sus reprimidas emociones estallaran.

Esperaron a que se calmara antes de volver a sus hogares. Aún faltaba para que el huevo eclosionara.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora