Escaramuzas

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–¡Ricardo!– lo llamó la reina, agitada.

–¿Sí, majestad?– respondió él, suspirando por dentro.

–¿Han llegado los refuerzos visitantes?– preguntó ella.

–Tres de ellos. El último llegará en cualquier momento. Como ya te he dicho cinco veces– respondió él.

No dijo en voz alta la última frase, sólo la pensó para sí. Podía ser su amante, pero ella era ante todo la reina. Si la irritaba, quizás su cabeza dejaría de estar sobre sus hombros

–¿Qué hay de los guardas?– volvió a preguntar la reina.

–Todos en su posición. Son todos leales, majestad– respondió él, tentado de decir: "¡Cómo ya he repetido cien veces o más!"

–Bien. Nada puede salir mal. Asegúrate de que todos están en su sitio– insistió ella.

–Sí, majestad– obedeció él, sin atreverse a suspirar, ni responder: "¿¡Qué te crees que llevo haciendo todo el día!?"

Tal y como había venido, la reina se marchó. Él miró hacia el fondo, donde unos de los príncipes estaba dando órdenes a varios soldados. Esta vez, sí suspiró. Tendría que volver a arreglar la torpeza de uno de los príncipes.

Entendía que querían presumir, demostrar que eran capaces, que podían participar en aquello. Querían ganarse el favor de su madre en su lucha para la sucesión. Aunque él hubiera deseado que en aquella ocasión se mantuvieran al margen. Competentes o no, desconocían el propósito de los diferentes efectivos.

–Lo tienes difícil– se burló una voz femenina.

–Hola, Elsa... ¿Estás aquí para reírte de mí?– respondió él, frustrado.

–Tranquilo, estoy de tu lado, esto es demasiado importante para todos. ¿La princesa?– preguntó ella.

No había sólo una princesa, pero ambos sabían que se refería a Kioniha, la hija menor de la reina.

–Encerrada en su habitación. No podrá causar problemas. ¿De verdad la quieres? Es demasiado idealista– se extrañó Ricardo.

–A mi hijo le gusta, y a pesar de todo ella es miembro de la realeza. Es un buen partido. Mi niño sólo tendrá que aprender a domarla– sonrió Elsa.

La sonrisa puso los pelos de punta a Ricardo. El hijo de Elsa era conocido por sus tendencias violentas, incluso con sus amantes.

Sentía lástima por la princesa, cuya opinión negativa acerca de su prometido era evidente. Había sido una niña alegre, amable y considerada, incluso con él, por lo que sentía cierta simpatía por ella. Sin embargo, su forma de pensar la hacía incompatible con la política de la realeza. De algún modo, era favorable a la línea impuesta en el pasado por Eldi Hnefa. Era incomprensible para él que estuviera en contra del poder absoluto de la nobleza, del de ella.

–Como sea. Avísame cuando llegue el último visitante. La reina no deja de preguntar– pidió –. ¿Alguna novedad con los rebeldes?

–No muchas. Tengo que reconocer que los hemos subestimado. Sin duda, saben que tenemos espías en sus filas, así que planean entrar de todas las maneras posibles. Queramos o no, mantendrán ocupados a un porcentaje importante de nuestras fuerzas. ¿Están listos los francotiradores?– inquirió ella.

–Sí, en sus posiciones. No podrá protegerse de todos, y menos cuando esté entretenido con los otros visitantes– confirmó él.

–Bien. A ver si hay suerte y cae también alguno de ellos. Eso que nos ahorraremos, ji, ji– rio Elsa.

Él asintió sin decir lo que pensaba. Era el reino, el tesoro real, el que podía ahorrárselo, no ella.

–¿Acaso considera que puede hacerse con el poder? Mmm... Quizás espera que alguno de sus futuros nietos... Da igual, es pronto para ello. Ya habrá tiempo de preocuparse– se quitó aquellos pensamientos de la cabeza.

Se oyeron entonces cuernos. El sonido de los tambores era ahora más cercano que cuando le había prestado atención por última vez. El momento se acercaba.



–El paso está vigilado, no podremos cruzarlo. ¿Cómo lo han sabido? ¿Nos retiramos?– preguntó la exploradora cuando volvió a informar.

–No. Las órdenes son entrar si es posible. Si no, mantenerlos ocupados. ¿Cuántos y quiénes son? ¿Cómo van armados?– quiso saber el líder del grupo.

–Al menos una docena. Están apostados esperando que entremos, es un embudo. Nos matarían uno a uno. Parecen de la élite real con armas medias– expuso la exploradora.

–¡Ya habéis oído! Pasar parece imposible. Mantengámoslos ocupados. Kuntka, ves con Lojbt y vigilad las vías de escape. El resto, preparaos. Empezamos cuando suene el cuerno– ordenó.

–Je, je. Esto va a ser divertido– se vanaglorió una musculosa guerrera humana, mientras montaba su ballesta.

–¿De verdad sonará?– preguntó otro.

–Lo hará. Tiene que hacerlo– aseguró el líder.



–Están vigilando las cloacas. Han acumulado esa agua sucia... Qué asco... Supongo que la soltarán si intentamos entrar por allí– informó el explorador.

No lo había visto personalmente, pero un contacto en el interior le había informado. Varios sirvientes habían tenido que ayudar a prepararlo los días anteriores.

–Bien, era de esperar. ¡El que consiga hacerles soltar el agua tiene bebida gratis!– exclamó la líder.

–¡Es mía!

–Ni lo sueñes. Yo me encargaré.

–Ja, ja. Por fin un poco de diversión.



–Hay más centinelas de lo normal, no podremos escalar el muro– valoró uno de los rebeldes.

Esperaban tener sus opciones durante el cambio de guardia, o en algún momento de distracción. Sería raro que no descansaran, o no se despistaran con algo. Incluso habían planeado algunas distracciones. Sin embargo, el número de centinelas doblaba el habitual.

–Usaremos las flechas de humo y los garfios– ordenó la líder.

–¡Es un suicidio! ¡No podremos subir sin que nos vean! ¡No nos dará tiempo antes de que disipen el humo!– la contradijo otro rebelde.

–¿Quién ha dicho nada de subir?– sonrió ella –Aunque quizás podríamos hacerles creer... Jilbo, ¿podrás crear algunas ilusiones subiendo por las cuerdas?

–Podría, pero serán muy toscas. Se darán cuenta cuando se acerquen.

–Bien, pues que no se acerquen demasiado. Preparaos. Estad a cubierto. Si tenéis tiro limpio, disparad. Aun si no los matamos, a ver si herimos a unos cuantos.



Como ellos, otros comandos rebeldes rodeaban el palacio. Parecían querer inmiscuirse por todas las paredes, túneles, entradas laterales...

Los había también por todo el supuesto recorrido de Eldi Hnefa, y habían llevado a cabo no pocos sabotajes. Muchos de los soldados se encontraron sus armas estropeadas, sus uniformes demasiado ajustados u holgados, sus zapatos inusualmente incómodos... Incluso algunos habían vuelto de sus borracheras un tanto "cambiados".

Muchos sabotajes se habían llevado a cabo semanas atrás, siendo la mayoría no descubiertos hasta entonces. De hecho, algunos no sabían aún que las armas en las que confiaban no estaban en las mejores condiciones.

Puede que sólo afectara a una minoría de los efectivos leales a la corona, pero el riesgo había sido mínimo, y toda ventaja contaba. Harían lo que hiciera falta para proteger a su esperanza, a la única persona que podía cambiar a unos gobernantes que habían vuelto la espalda a las promesas del pasado y a su pueblo.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora