Batalla en el salón del trono (VI)

135 38 2
                                    

Eldi seguía leyendo el libro, incapaz de acelerar la velocidad de lectura, y reacio a detenerse y perder aquella oportunidad única.

Ningún noble había muerto aún por el libro, pero no pocos estaban incapacitados. En circunstancias normales, hubieran perdido el conocimiento, pero el poder del libro resultaba un tanto sádico, obligándolos a soportar el dolor, a mantenerse despiertos. Puede que más de uno envidiara a los que habían fallecido en las manos de sus enemigos.

Los oficiales realistas, que estaban en la sala del trono o en habitaciones contiguas, se encontraban ahora en desventaja. Los nobles Hnefistas, como los había bautizado Gjaki, habían perdido a sus enemigos iniciales, así que se habían sumado a la batalla contra dichos oficiales.

Algunos, sobre todo magos con hechizos de área, ayudaban a Merlín a contener a los soldados. No obstante, sabían que sólo podían ganar tiempo. Por su número, los soldados tenían mucho más maná, y había más recuperándolo a la vez. En una guerra de desgaste, dichos soldados tenían las de ganar.

Estaba por ver qué harían esos soldados si se encontraban con que sus superiores estaban derrotados, pero era un riesgo pensar que simplemente se rendirían. Muchos de ellos tenían a sus espaldas crímenes de los que no querrían responder.

Fue entonces cuando un oficial vestido con el uniforme azul de la guardia de la ciudad apareció por donde habían estado las vidrieras. Se quedó un instante congelado, atónito ante la batalla campal que estaba aconteciendo en medio de la sala del trono. O ante la imagen de Eldi Hnefa flotando con un libro en mano, leyéndolo, aparentemente imperturbable, como una especie de dios ajeno a la batalla.

Los que descubrieron al oficial lo miraron con recelo y sorpresa. Había muchos metros hasta el suelo, no era tan fácil trepar por allí. ¿De qué bando estaba?

Salió pronto de su estupor, al ser apremiado por detrás. Se apresuró a saltar dentro, haciendo una profunda reverencia a Eldi Hnefa, antes de valorar la situación.

La siguiente que apareció se quedó igual de atónita, y la tercera. A partir del cuarto, sus propios compañeros los ayudaron a salir, no dejándoles entorpecer el paso de los demás.

No tardaron en ser una decena, dos, tres. Sin parar, toda la compañía de más de unos doscientos efectivos fue llegando rápidamente, subiendo por la Escalera de Viento que había creado Goldmi.

Aunque no muy convencidos, habían seguido al capitán Liukton. Éste había tragado saliva y subido el primero, dando ejemplo, intentando no mirar abajo, pisando los casi invisibles escalones de viento no sin desconfianza.

La elfa había tenido que contar con Vínculo de Maná y Préstamo de Maná para tener suficientes recursos para mantener la escalera el tiempo necesario. Eso suponía que tendría que devolver todo ese maná, y que no recuperaría hasta que lo cumpliera. Si bien eso disminuiría sus capacidades, podía seguir disparando flechas. Por suerte, tanto Ojo de Halcón como otras habilidades no precisaban de maná.

Cuando el último soldado llegó, aún los siguieron un par de docenas de rebeldes. No queriendo ser menos que los primeros, subieron a pesar de que no les hacía mucha gracia.

Cuando llegaron, el salón del trono estaba casi bajo control. Solo quedaban la reina y algunos nobles protegidos por una poderosa barrera, algunos oficiales luchando en las salidas, y los soldados realistas.

Sin embargo, la ventaja numérica de dichos soldados realistas había desaparecido con la llegada de la guardia de la ciudad. Además, otra compañía presionaba desde la entrada del palacio, impidiéndoles salir.

Dado que no muchos podían luchar a la vez en el estrecho pasillo, la guardia de la ciudad dejó que los magos lanzaran sus hechizos, obligando a los enemigos a defenderse y agotar su maná.

Dichos magos iban avanzando por el pasillo, escoltados por guerreros, y con sanadores unos metros detrás. Si se quedaban sin maná, otros los sustituían en el frente.

Merlín no estaba entre ellos. Ya había hecho su trabajo, y prefería no mezclarse con unos aliados que no conocía, y en una guerra que ya no era la suya. No obstante, muchos nobles sí se unieron, y algunos de ellos eran magos poderosos, más que cualquiera de los soldados.

Por todo ello, los soldados realistas fueron retrocediendo, hasta que se dieron cuenta de que aquella era una batalla perdida. Así que acabaron rindiéndose. Quizás algunos tendrían que responder por sus crímenes, pero al menos sobrevivirían por ahora.



Cuando volvieron del pasillo con sus prisioneros, se quedaron mirando a Eldi Hnefa con solemnidad. Éste seguía leyendo, con un aura que iba creciendo en intensidad y majestuosidad.

Había un extraño silencio, todos observando la escena con respeto y asombro. Dicho silencio apenas era roto por los gritos de dolor de algunos nobles, por los ruegos de piedad.

No obstante, lo que se había iniciado no podía detenerse. Eso era algo que tan sólo un par de nobles sospechaban. Eran estudiosos de mitos y leyendas, y habían leído algunas historias sobre el Libro del Juicio. Tras contrastar sus conocimientos con lo que tenían frente a ellos, habían llegado a esa conclusión.

Observaban con suma atención, no queriendo perderse un detalle, para así escribir su propio estudio sobre el libro en el futuro. De hecho, se preguntaban si podrían interrogar a Eldi Hnefa al respecto. Estaban deseando hacerlo.



Antes de la llegada de la guardia de la ciudad, cuando la batalla aún estaba en su apogeo, Elsa había logrado salir de la sala del trono. Con la mano en el corazón y apretando los dientes por el dolor, se apresuró hacia cierta habitación.

–¿Quién anda ahí?– quiso detenerla un oficial realista.

Aunque era un aliado, ella no tenía tiempo que perder ni quería dar explicaciones. Así que, con su nivel 91, lanzó un rápido y letal hechizo que agujereó el cráneo del confiado oficial. No esperaba que alguien lo atacara allí con tanta decisión, y no tenía sus defensas alzadas.

Dejando el cadáver atrás, entró en la habitación, activó el cierre mágico, y abrió una compuerta secreta. La llevó a un largo túnel subterráneo, una de las salidas de emergencia del palacio.

El largo túnel se le hizo eterno, ya que la presión sobre ella iba aumentando a causa del Libro del Juicio. Finalmente, apretando los dientes y los puños, llegó al final. Sacó un pequeño artefacto mágico para abrir la salida, que daba a un pequeño bosque junto al jardín de palacio, justo detrás de un lago artificial más profundo de lo que parecía.

–¡Madre! ¿¡Qué ha pasado!?– lo recibió su hijo.

–¡El peor de los escenarios! ¡No queda más remedio que derruir el palacio con todos dentro!– sentenció ella.

Su hijo la miró con sorpresa, pero el rostro de su madre era firme, a pesar del dolor, y de que necesitaba recuperar el aliento.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora