Objetivo localizado

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Sólo cuando los perdió de vista, el sanador vampiro se apresuró a desatar a sus compañeros. Para su sorpresa, las ataduras se disolvieron, con un leve olor a sangre.

Aquello los hizo estremecerse aún más. Sólo un vampiro noble que hubiera vivido cientos de años aprendería un hechizo así, por puro aburrimiento. Habían estado siguiendo a alguien a quien no se podían permitir ofender.

–¿Quiénes eran?– preguntó la maga, aterrada.

–No lo sé, pero ni siquiera se han molestado en mirar nuestras pertenencias. Como si fueran chatarra– añadió la guerrera.

–No creo que tengamos nada que les pueda interesar– suspiró la rastreadora.

–¿Qué quieres decir?– preguntó el arquero.

–¿Te has fijado en sus armas? ¿En sus armaduras? Parecían normales, pero no lo eran. Son muy ricos, y también muy poderosos. No nos han dado opción– explicó.

–Hemos tenido suerte. Podrían habernos matado a todos. Será mejor no hablar nunca de esto, podría enojarlos– sugirió el guerrero.

Todos se miraron y asintieron. Podían ver el miedo en los ojos de sus compañeros. Habían estado a merced de un grupo pequeño al que habían creído que podían vigilar sin ser vistos. O simplemente intimidar con su número de haber cualquier problema. Ahora sabían cuán equivocados habían estado.

Se apresuraron a recoger y salir de allí. No querían tentar su suerte, así que tomaron la dirección opuesta, dispuestos a alejarse lo máximo posible.



–Han detectado el aura en el piso tres– informó uno de los vampiros.

–¡Vamos!– apremió otro.

Lo mismo sucedió en las otras plantas de la mazmorra. Varios pequeños grupos se dirigieron directamente al paso de la siguiente o anterior planta. Después de una larga espera, habían obtenido el rastro de su presa. No podían permitirse perderlo.

Lo primero era reunirse en la planta adecuada, y después actuar todos juntos. Debían capturarla viva a ser posible, pero muerta también era aceptable. Su sangre era su misión más importante. Era lo que su padre les había confiado.



–¿Dices que has visto al objetivo?– preguntó el agente de Engenak, un tanto incrédulo.

Llevaba siete avisos falsos, de grupos que creían haberlo visto, o pretendían cobrar la recompensa ofrecida. Por ello, sólo habían informado de algunos de los hechizos que Eldi Hnefa más comúnmente usaba. El resto de los que sabían los reservaban para confirmar la veracidad de las informaciones. Hasta ahora, todas habían sido claramente falsas.

–Sí, le hemos visto usar las tres armas. También un Muro de Fuego y uno de Hielo. Incluso uno que parecía hecho de rayos– informó una voz femenina.

El agente levantó las cejas, sorprendido. Aquel último hechizo no lo habían desvelado, pero sabían que lo tenía.

–¿Realmente será él esta vez?– se preguntó, esperanzado.

Hizo una señal a sus compañeros, diciéndoles que podía tener una pista. Varios de ellos se acercaron para escuchar.

–¿Has visto algo más?– preguntó el agente.

–Bueno... sí. Resulta un poco increíble. Era como si tuviera muchos hechizos. Supongo que debía usar artefactos, o algunos de sus compañeros eran magos– explicó la voz.

–¿Qué tipo de hechizos?– preguntó de nuevo, intentando reprimir su excitación.

–Bueno... Había unos muy llamativos que creaban círculos alrededor, de llama, hielo y rayo. Además, sus armas parecían tener una aura como de fuego, y él también llevaba algo así. ¡Y era increíble como lanzaba su lanza! Con mucha precisión y fuerza– explicó la voz.

–¡Es él!– exclamó en un murmullo una de los que escuchaba.

–¡Lo hemos encontrado!– se alegró otro.

Hubo varias exclamaciones más ahogadas, incluida la de una agente que estaba preocupada, aunque no lo mostraba. Se había infiltrado en aquel grupo para obtener información y enviarla a la resistencia. Había avisado de que estaban allí, de a quién buscaban, pero no era fácil que los refuerzos llegaran en un corto plazo de tiempo.

No sabía muy bien qué hacer. Eran demasiados para ella, y todos eran en mayor o menor medida desconfiados. Aunque compañeros, no se daban la espalda así como así. Por ahora, sólo podía seguirles el juego y esperar una oportunidad, aunque no podía evitar sentirse ansiosa.

–¿Dónde estáis?– preguntó el agente, mientras hacía un gesto a los demás para que callaran.

–Tercera planta, la ciénaga. ¿Es él? ¿Nos daréis la recompensa?– preguntó la voz, sin duda ilusionada.

–Tenemos aún que comprobarlo, pero os daremos un 10% por las molestias incluso si no es él. El resto, si lo confirmamos. No lo perdáis de vista– pidió el agente.

–¡Claro!– exclamó ella, entusiasmada –¿Quieres que lo capturemos? No son muchos.

–No, mejor espera, es más peligroso de lo que parece. Aseguraos de que no os vean y esperad nuestra llegada.

–Como queráis. Aquí estaremos– respondió la voz, decepcionada.

Poco después, todos los agentes recibieron el mensaje de dirigirse a la tercera planta. El objetivo estaba allí, debían seguir al orbe 87, aunque tenían que acercarse con cuidado para no ser descubiertos. Era imperativo que no escapara, por lo que eran necesarias algunos preparativos. No podían cometer errores.



–Se lo han tragado– sonrió Gjaki.

–¡Pues claro! ¿Creías que no los iba a convencer?– sonrió también Goldmi, orgullosa.

Había ganado esta vez. De hecho, Eldi había quedado último, al cometer el error de intentar repetir la misma estrategia que en la ocasión anterior. Esta vez, habían empezado las dos con papel en lugar de tijera. Con él eliminado, Goldmi había ganado a la cuarta ronda, y obtenido el derecho de delatar a Eldi Hnefa.

Ya habían escogido el terreno adecuado para la trampa. Ahora sólo les quedaba esperar, mientras cazaban en los alrededores. Preveían que a sus enemigos les costaría al menos un día reunirse y prepararse, aunque, por si acaso, la azor haría rondas continuamente.

Como compensación, Goldmi había aceptado prepararle una porción extra grande de su pastel de ratones favorito.

–Para una vez que puede hacer algo...– se había quejado la lince.

–Eso es que tienes envidia– había respondido el ave.

Goldmi las había ignorado después de esas dos frases, dejándolas que discutieran cuanto quisieran. Es posible que la lince tuviera algo de envidia, aunque la elfa no tardaría en encontrar alguna excusa para prepararle su plato favorito. Al menos, uno de ellos, tenía muchos favoritos.

Eldi había dicho que las consentía demasiado, y Gjaki le había dado la razón. Claro que, cuando la elfa había amenazado con no consentirles a ellos dos, no habían vuelto a sacar el tema.

–Los consiento a todos– se dijo con una sonrisa la elfa un rato después, mientras sacaba de una freidora una especie de patata frita.

El ingrediente principal era un tubérculo, aunque no exactamente una patata. Tenía un toque ligeramente picante, y era de color verde.

Sopló y la mordió, oyéndose su crujir. La saboreó poco a poco, mientras sacaba las demás del aceite púrpura. Ya estaban listas.

–Bueno, también puedo consentirme a mí– se dijo sonriente, sin sentirse culpable de coger otra.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora