Ciénaga (I)

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La tercera planta era en cierta parte similar a la primera. Igual que ésta, contaba con una gran variedad de seres de maná, y reproducía un escenario salvaje. Incluso Goldmi podía una vez más usar su conexión con la falsa naturaleza.

No obstante, también había importantes diferencias. No había grandes manadas, y el entorno era bastante más hostil. De hecho, todos llevaban un Aura de Viento, pues era la más eficiente contra los miles de pequeños insectos que los rodeaban.

La azor a veces se lanzaba en Picado, envuelta en su propio viento, para aniquilar a todos los insectos a su paso. En la ciénaga, su papel de exploradora no era tan importante, así que se aburría un poco.

La parte buena era que, a medida que los mataba el viento, la experiencia se iba acumulando. La parte mala era que apenas era apreciable. Muchos miles debían ser aniquilados para compararse a un único ser del mismo nivel.

Otro factor negativo era el suelo húmedo. El barro en el que se hundían sus botas era resbaladizo, cuando no tenían que meterse directamente en el agua, o lidiar con arenas movedizas.

Por suerte, los Mastines de Sangre que los precedían descubrían dichas arenas primero, por lo que no resultaba un problema grave. Aunque no siempre descubrían las Serpientes de las Ciénagas que acechaban en las aguas, ni las Sanguijuelas de las Ciénagas.

Estas últimas no eran muy peligrosas por sí mismas, pero sí muy molestas. Se escondían dentro de las aguas estancadas, y hundían sus poderosos dientes en los desprevenidos aventureros que se ponían al alcance. Resultaba doloroso quitárselas, aunque peor era su efecto secundario.

Parte de la sangre que absorbían se vertía en las aguas, atrayendo a seres de fino olfato mucho más peligrosos. De todas formas, a ellos no les preocupaba, pues estaban preparados, como cualquier aventurero que se precie. Sus botas eran demasiado duras para ser traspasadas por dichas sanguijuelas, y les llegaban casi a las rodillas.

En cuanto a la lince, iba sobre su hermana elfa cuando estaban en el agua, Encogida. Ni siquiera había mirado a la vampiresa cuando se había ofrecido, diciendo que era muy mona. Lince y vampiresa se coordinaban muy bien en combate, pero a la felina no le gustaba que siempre quisiera ponerle extraños vestidos.

Podía lidiar con facilidad con las sanguijuelas envolviéndose en fuego, pero para ello tenía que salir del agua. Además, el ataque de esos seres era continuo, no era algo con lo que quisiera lidiar todo el rato. Así que una pequeña lince disfrazada de pantera, observaba la situación desde el hombro de la arquera, dispuesta a saltar cuando fuera necesario.

Eldi tenía que reconocer que también le parecía adorable, pero no lo dijo en voz alta. Sabía del orgullo de la felina, y no quería herirla, algo que a Gjaki no parecía importarle. Más bien, incluso se diría que le divertía. En eso, parecía estar compinchada con el ave albina.

Goldmi alzó su pierna para descubrir media docena de sanguijuelas atacando su bota. Antes de que pudiera hacer nada al respecto, una Bola de Fuego surgió de la felina, acabando con todas. Por suerte, la bota era resistente a ese nivel de fuego.

La elfa sonrió. Sabía que su hermana se sentía frustrada, y esa era una de sus formas de desahogarse.

Gjaki quiso también al principio que la lince quemara las suyas, pero ésta la ignoró. Había querido abrazarla en forma de pantera Encogida, y la lince se había indignado. No es que fuera la primera vez.

Así que la vampiresa se deshacía de ellas por sí misma. A veces con las dagas, a veces con el látigo, a veces con las uñas, a veces con una Bola de Oscuridad. Había llegado a probar con Telekinesis Avanzada para enviarlas unas contra otras.

Había sido cómico cuando había enviado un Murciélago contra una de las sanguijuelas. Había sido una larga y encarnizada lucha, que el ser alado había perdido miserablemente, entre risas. De hecho, los pequeños seres invocados con Marabunta habían sido mucho más efectivos.

En cuanto a Eldi, al principio había probado con Quémate, Congélate y Electrocútate. Ésta última era útil para que se despegaran de la bota, pero poco más. La de hielo resultaba eficiente para inmovilizarlas, pero el fuego era mucho mejor para matarlas. No obstante, aquellos hechizos gastaban demasiado maná, pues habían de aplicarse individualmente.

Gravedad resultaba inútil, pues se asían con demasiada fuerza a la bota, y una Bola de Fuego en la bota alzada acababa resultando lo más eficiente en maná. Si no quería gastar maná, Colador con la lanza era muy efectivo.

También había intentado diseccionar una de aquellas sanguijuelas, pero había resultando un tanto decepcionante. El ser de maná había desaparecido entre sus dedos al abrirlo, frustrando sus deseos de estudiarlo.



–Este parece un buen sitio. Hay bastantes presencias– informó Goldmi.

Todos asintieron y tomaron posiciones.

Goldmi Flotó hasta un árbol, acompañada de su hermana, quien recuperó su tamaño original sobre una rama. Aprovechó para Triturar un insecto gigante en forma de rama, casi invisible de no ser por los agudos sentidos de la felina, y algo de suerte. No era realmente peligroso, tan sólo experiencia gratis. Su otra hermana los sobrevolaba, preparada.

Eldi Escaló otro árbol, ayudado de Ingravidez para hacerlo más fácil. Una vez allí, empuñó el martillo y le añadió un Toque de Fuego. Los seres de la ciénaga tenían cierta debilidad a ese elemento.

Gjaki simplemente se quedó en la ciénaga, con el agua cubriéndola hasta medio camino de la rodilla. Se movió un poco para colocarse entre Goldmi y Eldi, y abrió un frasco de sangre de nivel bajo, la menos valiosa que tenía.

Con la ayuda de Control de Sangre, la distribuyó por el agua y esperó. Si las sanguijuelas podían atraer a los peligrosos depredadores al chupar la sangre de los aventureros, también se podía hacer manualmente. Y nadie más indicado para ello que una vampiresa, que alguien que domina la sangre.

No tardaron en empezar a acercarse numerosas presencias. A pesar de que no era muy profunda, apenas podían verse en aquella agua sucia. Las leves ondulaciones que producían al moverse eran casi invisibles, mucho menores a las de los aventureros caminando.

Sin embargo, ellos lo estaban esperando, atentos al más leve movimiento, en especial Gjaki. Al fin y al cabo, era el cebo.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora