Sola ante el peligro (I)

129 33 0
                                    

Los vampiros se alejaron de la trayectoria de las granadas, recelosos. No tardaron mucho en congratularse de haberse distanciado de las explosiones subsecuentes.

Al mismo tiempo, Goldmi había empezado a disparar contra el artefacto, pero la barrera viscosa había detenido sus flechas. Tras un par de pruebas, empezó a disparar Flechas de Viento, que causaban un mayor daño e iban abriendo un hueco. No obstante, tardaría en lograrlo.

Uno tras otro, la lince, Eldi y Nilgha llegaron y empezaron atacar la barrera para crear también un hueco. No se atrevían a simplemente intentar atravesarla, suspicaces de su naturaleza.

No tardaron en comprobar que el fuego era efectivo, así que la felina avanzó envuelta en él. Mientras, el alto humano y la miembro de la resistencia usaban Lanzas de Fuego que había creado el primero, ayudando a la lince.



Al mismo tiempo que sus compañeros trataban de abrirse paso, Gjaki lanzó unas granadas incendiarias, que eran de un tipo diferente a las anteriores. Esta vez, las lanzó justo después de imbuir maná, dándoles tiempo de llegar hasta sus objetivos en lugar de explotar en el aire. Confiaba en que, ocultas tras la primera explosión, pudieran ser más efectivas.

No podía verlos, pero si sentir su aura de sangre. Así que pudo apuntar con bastante precisión.

Unas pociones explosivas por sí solas no eran suficientes para acabar con aquellos vampiros. No obstante, los dos que las recibieron de lleno se vieron envueltos en llamas.

El funcionamiento de aquellas granadas incendiarias era sencillo y letal. Una membrana envolvía una pequeña fuente de maná, que la separaba de un líquido altamente inflamable. Cuando la membrana era corroída desde fuera por el maná añadido para activar la explosión, el maná del interior llegaba al líquido. Eso iniciaba su combustión, además de una explosión que lo esparcía.

No era letal, pero sí muy doloroso. La Autorregeneración de las víctimas, más débil que la de Gjaki, no era suficiente para contrarrestar el daño sufrido. No tardaron en revolverse por el suelo, tratando de apagar las llamas.

De pronto, mientras sus compañeros los miraban sin saber cómo ayudarlos, o si simplemente ignorarlos, Gjaki salió de entre el humo hacia uno de los que ardían.

–¡A por ella!– gritó el líder.

Los vampiros reaccionaron rápido. Varios ataques mágicos, de sangre y armas volaron hacia ella. Inesperadamente, la atravesaron, algunos de ellos incluso hiriendo a otros vampiros. Era un Clon, uno con el que había llamado su atención, para así llegar hasta la vampiresa que también ardía en llamas.

Demasiado ocupada tratando de apagar las llamas, ni siquiera vio a su enemiga acercarse, y los demás se habían movido hacia la ilusión.

Gjaki atacó la boca entreabierta con una daga, no clavándola, sino obligándola a abrirla y tragarse una granada, previamente activada. Inmediatamente, invocó seis Clones Espejo.

Era evidente que no podía escapar sin ser vista. Lo mejor que podía hacer era ganar tiempo, distraerlos, e intentar destruir aquel artefacto. Sin embargo, ahora mismo no estaba a su alcance, demasiado lejos y protegido.

–¡Allí está!

–¿Cuál es?

–¡¡Buuuuuum!!

La vampiresa que se había tragado la granada explotó. Su sangre y entrañas volaron por todo el campo de batalla, dando lugar a un macabro escenario. La parte inferior de su cuerpo y su cabeza eran lo único medianamente reconocible.

–Una menos– se dijo Gjaki, mientras se escondía en el humo.

Los demás vampiros no pudieron evitar que se les helara la sangre por unos instantes. Acababan de empezar, y una de ellos había muerto.

No entendían cómo aquella vampiresa ancestral podía darles tantos problemas con su sangre suprimida. Si se ponían en su lugar, si bien no estarían indefensos, sí que habrían perdido mucho potencial.

Lo cierto es que Gjaki lo había perdido. No podía usar sus habilidades de sangre, con énfasis especial en Sobrecarga Sanguínea. Sin ese hechizo, perdía velocidad, fuerza y reflejos. Aunque eso sólo significaba que no podía llevarlos hasta el extremo que normalmente tenía a su alcance.

Aunque debilitada, no era ni mucho menos débil. A diferencia de la mayoría de vampiros, tenía muchos hechizos y habilidades que no requerían sangre, entre ellos las ilusiones y la magia de oscuridad, o sus artes marciales.

Hizo ver que atacaba, y todas sus imágenes la imitaron. La mayoría parecían un tanto ridículas, pero un par estaban cerca de vampiros, que se apresuraron a defenderse, intimidados por la explosión de su compañera.

Lanzó entonces unas cuantas pociones de humo más, dispuesta a crear caos en el campo de batalla. Así mismo, creó una par de Clones independientes, y los mandó cada uno en una dirección.

Aquello tan sólo distrajo a sus enemigos por un instante, ya que lanzaron rápidos ataques no muy poderosos para comprobar si eran la de verdad. Habían aprendido la lección.

–¡Maldita sea! ¡Dranbon, dispersa el humo!– ordenó el líder.

El vampiro obedeció, creando una fuerte viento que recorrió el campo de batalla para dispersarlo. Sin embargo, tras el humo no había nada, la vampiresa se había esfumado.

En su lugar, había multitud de ilusiones que se hacían pasar por los propios vampiros, creadas a partir de Mundo Dinámico. El coste de maná en el que estaba incurriendo Gjaki era elevado, pero no tenía alternativa si quería sobrevivir. Cuando llegaran sus compañeros, quizás tendrían una oportunidad.

Los vampiros se miraron unos a otros, y lo mismo hicieron las ilusiones. Demasiado tarde se dieron cuenta de que no todos eran ilusiones.

Combinando Soy tú y Disfraz, Gjaki había tomado la forma de una vampiresa, y actuado como una ilusión más. Sabía que no podía mantener las ilusiones durante mucho tiempo, y el del artefacto estaba lejos, así que aprovechó para eliminar a otro de los vampiros.

Esta vez usó Puñalada Trasera en su garganta y corazón. Este último estaba protegido por la armadura que llevaba bajo la ropa, pero la daga en la garganta lo mató en unos instantes.

–¡¡AAAAaaargh...!!– apenas pudo gritar.

Todos se volvieron hacia ella, aún disfrazada. Agarraba por detrás el cuerpo sin vida del vampiro.

–¡Esa no soy yo!– exclamó una vampiresa.

–¡Matadla!– gritó el líder.

No podían tener contemplaciones, era demasiado peligrosa. Así que multitud de ataques fueron lanzados hacia ella, que se protegió tras el cadáver del vampiro. No obstante, no pudo evitar sufrir algunos rasguños y quemaduras, que Autorregenerar tardaría en curar. La supresión de sangre no evitaba su funcionamiento, pero si lo ralentizaba en gran medida.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora