Ultimátum

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Cuando vio a la figura encapuchada acercarse, se sintió incluso complacido, justo lo contrario de lo habitual. Normalmente, le irritaba la llegada de los asesinos para reportar sus misiones o pedir nuevas. Le daba demasiado trabajo, por mucho que fuera esa precisamente su función allí.

En su momento, había sido uno de ellos, pero la edad y una pierna maltrecha le habían obligado a jubilarse. Por ello, le habían ofrecido ese puesto. No sólo por los servicios prestados, sino porque solían andar cortos de personal.

No había muchos asesinos que dejarán su oficio para pasarse al papeleo. La mayoría que lo dejaban era porque morían o se retiraban completamente. Así que era más que bienvenido un asesino jubilado.

Quizás era el hecho de haberse visto obligado a jubilarse lo que le hacía estar usualmente malhumorado. El sentirse inútil. El envidiar a los asesinos, lo que antes había sido.

Sin embargo, la situación actual era diferente. Estaba mortalmente aburrido. Un gran número de asesinos habían sido despachados para buscar a una única persona, lo que hacía que no tuviera casi trabajo. Ni nadie con quien hablar, a quien gruñir.

–Número y motivo– recibió al recién llegado.

Lo que no esperaba era que éste descubriera su rostro. Era un tabú entre los asesinos. Nadie quería que supieran quién era, ni quiénes eran los otros, pues sólo podía ocasionar problemas. Por supuesto, siempre había casos en los que sucedía por accidente, o en que la relación era más estrecha. Por otra parte, había incluso amantes que nunca habían visto el rostro del otro.

Aunque más le sorprendió que aquel rostro tuviera distintivos ojos rojos, pelo plateado y prominentes colmillos. Ningún otro vampiro tenía ojos de ese rojo sangre, al menos ninguno conocido. Y aquel color de pelo era extraordinariamente raro.

–¿Re... Reina de Sangre?– la reconoció, dando un paso atrás, asustado.

No sabía cómo había sobrepasado las defensas sin ser descubierta, ni mucho menos cómo había encontrado el lugar, pero sí que estaba en serio peligro. Incluso en un día habitual, los asesinos no se hubieran atrevido a enfrentarse a ella de cara. Era una leyenda entre ellos. Una leyenda negra. El número de asesinos que la habían intentado matar y habían fallecido en sus colmillos era sin duda elevado.

En una situación con apenas personal, no tenían ninguna posibilidad de hacerle frente.

Gjaki sonrió amenazadoramente, apoyándose con el codo en el mostrador. No le había sido difícil encontrar el sitio ni entrar. Al fin y al cabo, en el juego se había unido al Gremio de Asesinos para algunas misiones.

–He estado en la mazmorra con unos amigos, y uno de los vuestros nos acechaba. Uno de esos amigos se llama Eldi Hnefa. Si vuelve a suceder, me lo tomaré como algo personal, como que habéis roto vuestra promesa. No creo que queráis que eso pase, ¿verdad?– amenazó ella.

–No, no, claro que no...– aseguró el asesino jubilado, dando otro paso atrás.

Dicho esto, la vampiresa se volvió a cubrir el rostro y dio medio vuelta. Dejó atrás al asesino jubilado, que no se movió durante unos minutos. Sus ropas se le pegaban al cuerpo por el sudor. No recordaba haber pasado nunca tanto miedo.

Cuando logró recuperar el control de sí mismo, no dudó en usar uno de los comunicadores de emergencia. Sólo se usaban si una amenaza grave se cernía sobre el Gremio, como podía ser que sus enemigos hubieran descubierto alguna de sus bases.

Ninguno de sus superiores le reprochó el haberlo usado. Más bien, entraron en pánico. Habían decidido cesar hostilidades hacia Gjaki por las graves pérdidas sufridas, no porque le tuvieran miedo. Nunca se habían imaginado que entraría en una de sus bases como si estuviera dando un paseo, simplemente porque un asesino la había molestado, porque consideraba que no habían cumplido con su palabra.

No podían sino preguntarse cuántas otras bases podían estar comprometidas, o si tenían un espía dentro. Lo que no imaginaban era que la propia Gjaki tenía la identidad de 43, un asesino legendario que nunca había fallado una misión.

De hecho, durante las Guerras de Sangre, a menudo se había pasado por los Gremios de Asesinos, incluso cuando ella misma era su objetivo. Escogía misiones que le interesaban, para acabar con sus enemigos. De esa forma, obtenía información sobre de ellos del Gremio, y su cooperación. Además, podía saber quiénes de sus aliados eran objetivos, tendiendo así trampas a los asesinos.

La mayoría de los miembros no tenían acceso a tanta información. Su abanico para elegir misiones era limitado, y no podían ver todas las disponibles. Podían filtrar por algunos criterios, pero no se les daba información del objetivo hasta aceptada la misión.

A medida que se subía de rango, al completar misiones, el acceso a la información aumentaba. En el caso del asesino 43, tenía rango suficiente como para convertirse en uno de los líderes del Gremio si decidía retirarse. Tenía acceso a casi todas las misiones, aunque no a los clientes.

Esa información estaba disponible solo a quienes daban de alta la misión, y se destruía al acabarla.



No tardaron los altos mandos en llegar a una conclusión unánime. La operación para capturar o asesinar a Eldi Hnefa quedaba cancelada para siempre. Lo ponían en la lista blanca. Ninguna recompensa económica compensaba poner en peligro a la organización. Tendría un impacto negativo en su reputación, pero era mejor que la alternativa.

Para algunos, aún estaba fresca en su memoria la completa aniquilación de la base en el condado de Kilthana. Habían estado a punto de matarla, y Gjaki se había asegurado de que no volviera a suceder. Una Marabunta había arrasado todo a su paso, junto a un Clon de Sangre, algunos Mastines y la propia Gjaki. Hasta ahora, habían creído que la había descubierto por casualidad, por algún descuido. Ya no estaban tan seguros.

La vampiresa no tenía ninguna simpatía por el Gremio de Asesinos. Simplemente, los había usado cuando le convenía, y sabía que era una organización demasiado extensa para eliminarla por completo.

La situación actual, en la que la temían y no se atrevían a actuar contra ella y los suyos, era la más conveniente para ella. Además, tampoco era su función hacer de justiciera alrededor el mundo, y en muchos lugares era mal vista o temida.

Sabía que el Gremio la temía, pero también que se volverían contra ella si los arrinconaba, puede que contra los suyos. Era mejor mantener el status quo.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora