Segundo condado

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El condado de Frojlnei se encontraba en una situación un tanto extraña. Un importante contingente de soldados esperaba órdenes para hacerse con su control, pero no acababan de recibirlas, lo que hacía que hubiera cierto nerviosismo e incertidumbre en las tropas.

En realidad, los que debían darlas habían sido eliminados por los mellizos y sus aliados. Ahora, estos se hacían pasar por los agentes encargados de la operación.

Nilgha había estado infiltrada en el bando de la realeza, así que era la persona ideal para encargarse del asunto. El plan era emboscar a las tropas enemigas y capturarlas, quizás usarlas como moneda de cambio. Sin embargo, cuando iban a llevarlo a cabo, un mensaje los había detenido.

Ahora, el nuevo plan era ganar tiempo, aunque no les habían explicado para qué. Se estaba mordiendo las uñas cuando una voz la hizo detenerse.

–Esa es una mala costumbre– le reprochó Lidia.

–¡Por fin llegáis! ¿Quieres explicarme qué es lo que ha pasado? ¿Por qué nos tienes a...? ¡Eldi!

El alto humano sonrió. Aquella rebelde le caía bien, y sabía que podía confiar en ella. Habían luchado juntos, codo con codo.

–Hola Nilgha. ¿No me digas que no te han explicado nada?– saludó él.

–Bueno, el plan no estaba aún completo– se defendió Líodon, un poco más atrás.

–Claro, y no tiene nada que ver con que os encanta haceros los misteriosos...– protestó la rebelde.

Eldi sonrió. Era evidente que se llevaban bien. Sus hijos le habían contado algo de la historia, cuando se habían conocido bastantes años atrás.

–Siempre te quejas. Verás que vale la pena. Papá ha recobrado todo su poder, así que hemos empezado el plan Eldi I. De momento, tenemos Tenakk– explicó Lidia.

–¿¡Ya!? ¿¡Tan pronto!? ¡Dios, eres increíble!– alabó Nilgha, mirando a Eldi con los ojos muy abiertos. Había adoración en ellos.

–Fue gracias a Gjaki y Goldmi, y un poco de suerte. ¿Qué es eso de Eldi I? ¿Quién le ha puesto semejante nombre?– preguntó éste suspicaz.

–¿Quién va a ser? Aunque es un buen plan. Ya veo. Por eso nos habéis hecho esperar. Es una buena oportunidad– se congratuló Nilgha.

–Ves como valía la pena esperar– bromeó Líodon.

–Hubiera sido igual de bueno si lo hubierais dicho antes. Incluso podríamos haber empezado las preparaciones– gruñó la rebelde.



–¡Por fin avanzamos! Estaba siendo insoportable– exclamó uno de los soldados.

Habían recogido el campamento, y estaban acercándose a las murallas de la capital de Frojlnei. No es que tuvieran ganas de luchar, pero estar sentados a la espera sin hacer nada y sin saber nada resultaba agobiante.

–Ya te digo. Espero que se rindan sin poner resistencia– respondió otro.

–Al menos, que dejen fuera de esto a los civiles– pidió otro.

Todos estaban de acuerdo en eso. Al fin y al cabo, ¿quién no tenía familia a la que no querían ver envuelta en sucesos similares?

De repente, se dio la orden de parada. De expandir su formación para rodear una barricada. Para envolver y atacar por todos los flancos. Lo que no sabían era que, en realidad, lo que pretendían los creadores del obstáculo era precisamente eso. Que todos los soldados los pudieran ver con facilidad.

–¡Tirad las armas y rendiros!– exigió el oficial al mando a los apenas veinte osados que les impedían el paso.

De repente, uno de dichos osados se descubrió la capucha y se quitó la capa que iba con ella. Al mismo tiempo, su aura aumentó de intensidad mientras subía por aquella barricada. En realidad, más que una barricada, era un escenario improvisado, para que pudiera estar más alto y todos lo vieran.

Cuchicheos asombrados empezaron a surgir entre los soldados al descubrir aquella figura. No estaban seguros si era el de verdad, pero coincidía con las descripciones, con los dibujos, con las estatuas.

–No puede ser Eldi Hnefa, ¿verdad?

–Lo parece, pero no sería el primer farsante.

–Al menos es poderoso. ¿No habéis oído los rumores de que ha vuelto?

–Ojalá fuera él.

Todos miraban hacia la figura, expectantes, aunque vigilando los flancos. Podía ser una trampa.

Él llegó hasta el punto más alto, e hizo aparecer en sus manos un hacha a dos manos que golpeó contra en el suelo, apoyándose en ella. La imbuyó con Toque de Fuego, haciendo que tomara un brillo rojo.

Aquello provocó que más de uno aguantara la respiración. Era la pose más recordada, la más reproducida en ilustraciones y pinturas. Si era un farsante, era uno realmente bueno.

Cinco Muros surgieron a su alrededor, de Tierra, Roca, Fuego, Hielo y Eléctrico. Una lanza tan poderosa como el hacha apareció en su mano, y fue imbuida con Toque de Hielo, tomando un color azulado. Fue clavada en el suelo con Empalar.

Un martillo no menos poderoso también apareció en sus manos, y lo imbuyó con Toque Eléctrico, dándole un color amarillento. Una roca que había sido colocada allí para la ocasión fue pulverizada con Mortero.

Se había hecho el silencio ante aquella exhibición. No pretendía intimidarlos, sino demostrar su identidad. Aunque cabe decir que se sentía un tanto nervioso y avergonzado. Actuar como un héroe legendario le resultaba sumamente extraño.

Su armadura cambió entonces de color y forma, como se decía que él podía hacer, y tomó el aspecto más conocido para todos. Sólo entonces sacó de su inventario una esfera del tamaño de un balón de fútbol. Era la prueba definitiva.

Se alzó sobre él y se abrió, mostrando no sólo la insignia del reino, sino una poderosa aura imposible de imitar. Muchos habían sido testigos de insignias similares durante algunas festividades, un intento de la casa real para demostrar su legitimidad.

Sin embargo, ante el verdadero símbolo, no eran más que burdas imitaciones. Sólo el hecho de no haber visto nunca el auténtico hasta ahora les había hecho creer en aquella copia que sin duda palidecía en comparación.

De repente, en la llanura que habían elegido para aquella demostración, se escuchó un pequeño estruendo, que no era sino la suma de cientos de armaduras al moverse. Prácticamente a la vez, los soldados se habían arrodillado. Una rodilla en el suelo, la otra doblada con la planta del pie en el suelo, y su cabeza inclinada en señal de respeto, en señal de lealtad.

Debían obedecer a sus oficiales, y por encima de ellos a los miembros de la corona. No obstante, había un individuo por encima, el jefe supremo de todos los ejércitos de Engenak. Por mucho que nunca hubiera ejercido como tal, todos habían jurado obedecerlo al ser nombrados soldados. Era un ritual que nadie se había atrevido a cambiar todavía.

Ahora, aquel hombre había aparecido ante ellos, y pocos habían dudado en mostrar su pleitesía. Sólo unos pocos tardaron en arrodillarse, algunos oficiales de ciertas familias nobles sobre todo. Los mismos que serían apartados de su puesto, temporal o definitivamente.

Eldi Hnefa los observó entre abrumado y anonadado. No obstante, no podía permitirse recrearse en aquel imponente espectáculo.

–¡Soldados de Engenak! ¡Alzaros!

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora