Refuerzos (II)

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El Perro del infierno fue en línea recta hacia Merlín, pues no había árboles ni escondites entre ellos. El mago se quedó quieto, observando con sus ojos felinos a su enemigo. No era la primera vez que luchaba contra un ser tan poderoso, pero tampoco era algo habitual. Sabía que si le dejaba acercarse, sería peligroso.

Estaba a diez metros cuando las primeras Bolas de Fuego que rodeaban al mago felino empezaron a moverse. Aceleraron en un instante a una velocidad vertiginosa, impactando una tras otras en el cánido de sangre.

–Mmm. Pueden detenerlo y empujarlo, pero no hacen mucho daño. A ver la tierra... ¿O quizás sea mejor el hielo?

Los proyectiles de fuego siguieron impactando en su enemigo, habiéndolo conseguido detener, e incluso hacer retroceder. En más de una ocasión, habían agujerado parte del cuerpo, pero poco después el ser de sangre se había recompuesto.

Pronto las bolas de fuego dejaron paso a puntas de roca creadas mediante el hechizo Estalactita. Junto a ellas, Carámbanos de hielo también impactaron en su enemigo.

–La tierra le retiene más y el hielo le hace algo más de daño. Pero no sé si será suficiente. Mi maná no es infinito, y tengo que mantener la barrera– se preocupó el mago.



El Perro del infierno se abalanzó sobre la mujer bárbara y fue cortado en dos mitades. Ella sonrió satisfecha y algo decepcionada por lo fácil que había sido, pero no tardó en percatarse de su error. Su enemigo volvía a juntarse.

–Oh, parece más divertido de lo que creía– se dijo Aplastacráneos.

Usó de nuevo Mil Hachazos para cortar a su enemigo en pequeños trozos antes de que pudiera recomponerse, que cayeron al suelo en forma de un enorme charco de sangre. Para su sorpresa, la forma del Perro del infierno empezó a surgir de nuevo de la sangre.

–Curioso bicho. Me pregunto cuántas veces tendré que cortarlo. ¡Tritu! ¿Cómo vas con el tuyo?

–Se queda hecho puré cada vez que le doy, pero vuelve a salir. Son un tanto engorrosos. ¡Strike!

Su Perro del infierno había saltado de nuevo sobre él, y de nuevo lo había alcanzado con Strike, una curiosa habilidad de martillo que simula batear con éste como si de un bate de béisbol se tratara.

El cuarto ser intentaba atacar a la felina, pero, aunque rápido en tierra, era incapaz de seguirla cuando ésta subía a un árbol, o saltaba entre estos. La lince deseaba atacar, pero sabía que su nivel era insuficiente.

También lo era el de Goldmi, pero podía ayudar desde la distancia. Después de observar unas cuantas veces destrozarse a sus enemigos, probó a lanzar Flechas de Luz a un charco de sangre recién creado.

–¡Oh! ¡Es efectivo! Eres Goldmi, ¿verdad? No sé donde estás, pero ¿podrías lanzar más flechas? Todas las que puedas, tiraremos a estos bichos contra ellas. Y dile a tu pequeña gata que traiga al otro– pidió Apli.

La lince gruñó para sus adentros, haciendo sonreír a Goldmi, mientras la azor se preguntaba que había causado esa reacción. La felina saltó del árbol y se dirigió hacia los hermanos, pasando entre los dos. Cuando su perseguidor intentó hacer lo mismo, fue aplastado por un golpe de martillo.

–¡Estúpido hermano! ¡Tíralo contra las flechas!– lo regañó Apli.

–Ya voy, ya voy– se disculpó éste.

Antes de llegar la felina, más de veinte Flechas de Luz habían sido disparadas. Aunque de nivel muy inferior, iban disolviendo poco a poco los charcos de sangre que lanzaban sobre ellas.

Curiosamente, aunque fueron aplastadas, seguían conservando el poder, lo que libró a Triturahuesos de una buena bronca. Goldmi no estaba segura de tener suficiente maná para acabar con ellos, pero sin duda ayudaba a debilitarlos. De hecho, cada vez que eran cortados o aplastados se debilitaban, aunque lentamente.



Krovledi saltó hacia un lado, alejándose de la vampiresa de pelo plateado. Sabía de su anterior combate que no la dejaría respirar, y también que podía usar unos peligrosos hilos. Por ello, había aprendido una especie de escudo de maná que llevaba siempre activo desde el inicio del combate. Aunque los ataque de su enemiga pudieran romperlo fácilmente, el resto del escudo seguiría conteniéndolos.

Gracias a ello, los hilos de adamantino no podían atraparla. Además, nada más iniciar el combate, había invocado una Nube de Sangre para controlar su ubicación.

Gjaki había preparado los hilos, pero dado que no podía usarlos como factor sorpresa, los usó para restringir el movimiento de su enemiga, creando una especie de jaula de la que ninguna de las dos podía escapar. Bueno, en realidad, de quererlo, ella podía apartar los hilos.

Gjaki atacó con Mil Latigazos sólo para ver como su enemiga respondía, mientras planeaba su siguiente movimiento. Lo que no esperaba era que, en lugar de defenderse, Krovledi se lanzara hacia ella, recibiendo los latigazos, y lanzando unos peligrosos dardos envenenados.

Durante estos últimos diez años, había estado maquinando como hacer frente a Gjaki, y ésta era una de las tácticas que había desarrollado. El veneno de los dardos era especialmente peligroso contra vampiros, y no creía que su enemiga pudiera salir indemne. Mucho menos esperaba que pudiera esquivarlos.

Quizás el ataque era rápido y difícil de ver, pero Gjaki había activado Premonición. Gracias a ello, había logrado esquivar la mayoría de ellos, bloquear uno con el mango del látigo, e incluso agarrar un segundo con la mano, a apenas unos centímetros de su estómago.

Sin dudarlo, usó Daga Fugaz con el dardo para devolvérselo a su legítima dueño. La habilidad funcionó a pesar de no ser una daga, aunque la velocidad era algo menor. Sintió que con un poco de entrenamiento podía mejorarlo, pero aquel no era el momento de pensar en ello.

Krovledi levantó un Escudo de Sangre por lo que pudiera pasar, y tuvo la suerte de bloquear el dardo. No obstante, no estaba feliz por ello, sino que apretaba los dientes con rabia y frustración. No podía entender como su enemiga había evitado el ataque. No obstante, no tenía tiempo para pensar en ello.

Gjaki se había lanzado hacia el suelo, con la pierna extendida para golpear el tobillo de su enemiga, por debajo del Escudo de Sangre. Krovledi apenas pudo esquivar el ataque por un instante, pero no tuvo tiempo de relajarse. Si bien sus heridas iban curándose, aquello acababa de empezar.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora