Pradera (I)

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–¡Guau! ¡Es más increíble que en el juego!– exclamó Goldmi.

–Realmente no se lo inventaron. No se parece en nada a las otras mazmorras– miraba Eldi hacia todos lados, impresionado.

–Es espectacular. Yo vine sólo para verla. Aunque luego pasó lo que pasó– recordó Gjaki.

Habían entrado en la mazmorra de la Ciudad de la Luz, ocultando su verdadera identidad. Los tres parecían ser de una raza de demihumanos lobunos plateados, y se suponía que eran hermanos. La lince se encontraba incómoda en su disfraz de loba, mientras que la azor apenas se quejaba de su forma de águila.

Estaban en un inmenso prado con árboles dispersos, donde la luz era radiante. Si no fuera porque no existía un sol, y porque nunca se hacía de noche, sería difícil de distinguir del mundo exterior. Aunque había algunas diferencias.

Una de las más evidentes para los vampiros era que aquella luz no los dañaba. Por ello, había algunas zonas seguras que se usaban como recreativas, fuertemente fortificadas y vigiladas. A los seres de maná de la mazmorra les eran imposible atravesar las defensas, e incluso podían verse niños jugando en la supuestamente peligrosa mazmorra. Tras atravesar los muros de la fortificación construida en la entrada, empezaba el desafío.

Otra de las diferencias era más sutil. Sólo seres como Goldmi con fuerte afinidad con la naturaleza podían percibirlo. Exceptuando las que habían sido plantadas dentro de la fortificación, las plantas allí no eran reales.

Lo más curioso era que podía usar la mayoría de sus habilidades con aquellas plantas, aunque la conexión era extraña, artificial. La parte positiva era que no tenía que preocuparse por dañarlas. Se regenerarían como el resto de la mazmorra.

Había algunas excepciones que no funcionaban, como Proscrito, pero en general podía hacer uso de todas ellas. Al menos en aquella primera planta, Goldmi no estaba en la misma desventaja que en otras mazmorras o la zona corrompida.

Mientras contemplaban asombrados los alrededores, algunos de los aventureros los miraban con cierta condescendencia.



–Novatos...– negó con la cabeza una vampiresa de pelo totalmente blanco.

–Ja, ja. Nosotros también éramos así la primera vez. Recuerdo como incluso señalabas a todos lados– se burló su hermano, también otro vampiro de cabello blanco.

–¿¡Tenías que recordármelo!?– le reprochó entre avergonzada y enojada.

–Ya están como siempre...– suspiró uno de sus compañeros, ignorándolos y dejándolos atrás.

El resto suspiraron o sonrieron, mientras seguían su camino hacia la segunda planta. Aquella ya no era un desafío para ellos.

Había otros grupos que los miraban similar. La pradera era inmensa y pronto se separarían, pero la salida de la fortificación solía estar bastante concurrida.

Aunque también había otros grupos que los observaban con más interés.



–Son sólo tres y sus mascotas. ¡Mira sus armaduras! ¡Deben de ser niños ricos!– los señaló disimuladamente una lamia.

–¿No tienen guardianes? No tienen ni idea de cómo es el mundo. Alguien los podría atacar para llevarse sus posesiones. Deberían ir con cuidado– sugirió una aracne con tono amenazante.

–¿Los matamos o pedimos un rescate por ellos?– preguntó otra lamia, mucho más directa.

–Lo más seguro es matarlos, a no ser que sean muy muy ricos. No podremos volver aquí si les dejamos ir con vida– añadió un extraño ser. Tenía el cuerpo superior similar a un humano rojo con cuernos, y el inferior al de un ciempiés.

–Primero, sigámosles sin que se den cuenta. Tenemos que encontrar un lugar sin gente– añadió otro de la misma raza que el anterior.

Así, hicieron ver que iban hacia otro lado, para luego seguirlos a lo lejos. El hombre-ciempiés había invocado algunos pequeños ciempiés para rastrear a sus víctimas, así que no necesitaban seguirlos de cerca.



–Esos tres con las mascotas son nuevos, no los reconozco. Tú, síguelos. Avisa si descubres algo– ordenó una voz femenina.

Era una figura encapuchada y oculta bajo una capa, como todos sus compañeros. Pertenecían al gremio de asesinos, y ella era una de las que mejor conocía a los aventureros que se adentraban en la mazmorra.

Por desgracia para ellos, cada día aparecían nuevos grupos, y este era el quinto al que seguían. No obstante, tenían suficiente personal para vigilarlos a todos.

Su misión era descubrir a un alto humano, del que sabían que tenía pelo negro y ojos dorados. También que usaba lanza, hacha y martillo, además de la descripción de algunas de sus habilidades y hechizos. Si estaba disfrazado, esto último les podría ayudar a desenmascararlo. Quizás, ni siquiera estaba allí, pero la recompensa bien valía intentarlo.

Los encargados de la vigilancia y rastreo habían sido seleccionados por sus habilidades en ese ámbito. No eran los mejores en cuanto a su potencial ofensivo, aunque la mayoría eran diestros en crear emboscadas, muchos también con diferentes venenos.

No obstante, tenían orden de no actuar por sí mismos. Aunque la mayoría solían trabajar solos, sabían cumplir órdenes. Sólo con vigilarlos, recibirían parte de la recompensa, incluso si no atacaban en persona. Era un trato más que bueno.



–¿Cómo la encontraremos? ¡Esto es inmenso! Además, está lleno de vampiros. Si está disfrazada, será imposible distinguirla. ¡Ni siquiera sabemos si realmente está aquí!– se rindió uno de los vampiros antes incluso de empezar.

–Padre nos ha dado estos artilugios. Nos dividiremos en grupos, cada uno a una planta. Si un vampiro ancestral desata su poder, pueden rastrear su linaje. Avisad si detectáis algo. Ni se os ocurra acercaros solos, es peligrosa– avisó el líder.

–Esto va a ser tremendamente aburrido. Esperar a que algo ocurra, cosa que probablemente no pasará– suspiró otro de los vampiros, aceptando uno de los artefactos.

Era el grupo que se quedaría en esa planta, esperando. El resto se dirigieron a la siguiente, preparados para distribuirse por todas ellas.

–Al menos, vosotros estaréis en una planta decente... Si queréis, os la cambiamos por la nuestra– se quejó otra.

–No, no, quédatela. Dentro de lo malo, es la mejor– se negó otra de los que tenía que quedarse allí.

–Malditos dados... ¿No podía haber salido un número más alto?– maldijo otro.

Habían sorteado las plantas tirando los dados. Los que más sacaban, elegían primero. Los que habían ganado habían elegido la primera. Era la de menor nivel, y el entorno era agradable. Las había mucho peores.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora