Repercusiones (II)

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–Señor, la Rei... Gjaki ha sido descubierta en la Ciudad de la Luz– informó el vampiro ratuno, rectificando a tiempo. A su jefe no le gustaba que la llamaran Reina de Sangre. Aquel era SU reino.

–¿Qué ha ido a hacer allí?– preguntó Kan Golge con interés.

–Sólo sabemos que fue a visitar a unos conocidos y se vio envuelta en un altercado. Aún no sabemos si se quedará mucho o sus objetivos– explicó.

–Mmmm. Suele ser escurridiza. Seguid vigilándola.

–Sí, mi señor.

Pensativo, el vampiro esperó a que su subalterno desapareciera. No sabía si por alguna razón iría a la mazmorra, pero no podía descartar esa posibilidad. Si lo hacía, era una oportunidad que no podía desperdiciar. Así que cogió una especie de espejo e imbuyó maná en él.

–¿Mi Señor?– se escuchó una voz al cabo de pocos segundos.

–Id a la Ciudad de la Luz. La Reina de Sangre está en la ciudad, y podría ir a la mazmorra. Si lo hace, probablemente irá disfrazada. Si tenéis la oportunidad, sabéis lo que tenéis que hacer– les ordenó. Había desdén en su voz al mencionar su título.

–Partimos de inmediato, mi Señor.

Cortó el flujo de maná y volvió a dejar el espejo en uno de los cajones. Sería un golpe de suerte hacerse con ella, viva o muerta, pero no podía confiar sólo en esa posibilidad.

Por desgracia, seguía sin haber avances en muchos de sus proyectos, forzándole a quedarse a la espera. Ya fuera encontrar un substituto para Krovledi y volverlo a cultivar, conseguir el Corazón de la Llama Eterna, capturar alguno de los otros vampiros ancestrales que creía se escondían con sus enemigos, acabar con alguno de dichos enemigos, encontrar la receta perdida de la Poción de Renacimiento, o al menos la de Renovación, y tantos otros.

Seguía conspirando, reuniendo información, reclutando subordinados, perdiendo otros. Su guerra contra sus poderosos enemigos continuaba en las sombras, desde que estos habían conseguido herirlo de tanta gravedad que había perdido gran parte de su poder.

–Aunque no les salió gratis– murmuró con resentimiento –. La próxima vez, seré yo quien salga vencedor.



–Hay noticias de Eldi Hnefa. Ha sido visto en la Ciudad de la Luz– informó Ricardo.

–¿Sabéis qué hace allí?– preguntó Elsa.

–No, sólo consiguieron verlo de pasada e informar a uno de nuestros espías. Hubo tres avistamientos diferentes, así que es bastante fiable– explicó él.

–¿Qué medidas se han tomado?– se interesó ella.

–Hemos contactado con el gremio de asesinos local. Hemos puesto precio a su cabeza. Seguramente, lo esperarán en la mazmorra si no tienen mejor oportunidad fuera. También hemos enviado algunos agentes, pero tardarán en llegar.

–¿¡Tanto ha crecido para entrar en esa mazmorra!?– se sorprendió ella.

–Eso nos tememos, aunque no hay confirmación.

–Ya veo. Habrá que acelerar los planes. Hay que tenerlo todo preparado por si vuelve a reclamar lo que nos pertenece. Habrá que estar atento, no sabemos por dónde puede aparecer– sugirió ella.

–No será fácil. Los rebeldes están más activos y peligrosos que nunca. Incluso se han atrevido con la iglesia– reveló Ricardo, preocupado.

–Eso he oído. Maldita sea. Tenemos que acabar con él. Si nos hacemos con su cabeza, los rebeldes perderán fuerza. ¿Qué hay de su majestad?– sentenció Elsa.

–Impaciente. Quiere resultados ya. Los nobles también están asustados.

–Bien. Es hora de hablar con ellos. Quizás mejor esperar a otro ataque. Cuanto más asustados estén, más fácil será que colaboren– maquinó ella.

Ricardo sintió un escalofrío. Aquella mujer no tenía miramientos.



Menxilya acarició suavemente el collar, que pareció brillar sutilmente, como reaccionando a su contacto.

–Ya queda menos– murmuró para sí, mirando fijamente la gema, aunque sus ojos parecían ir más allá, tanto en el espacio como en el tiempo.



–¿Cómo está papá? ¿Cuándo volverá?– preguntó Lidia, recostándose sobre su madre adoptiva.

–Ha ido a la Ciudad de la Luz. Pronto entrará en la mazmorra– reveló ella, mientras sus manos sedosas apartaban el cabello del rostro de su hija.

–¿¡Tan pronto!?– se sorprendió Líodon, que había perdido la carrera hasta allí.

–Maldoa me ha contado que tuvieron unos cuantos problemas, aunque acabaron siendo bendiciones. Han subido más rápido de lo esperado, e incluso acabaron con una sombra– explicó la dríada, con orgullo en su voz.

–Ja, ja. ¡Papá y sus amigas son increíbles! ¡Tengo tantas ganas de volverlo a ver!– deseó la mujer de pelo negro.

–¡Y yo!– coincidió su hermano.

–Todos queremos verlo y abrazarlo. Me pregunto si me perdonará...–se deprimió por un instante Melia.

–¡Claro que lo hará! No te preocupes mamá, él te quiere– la consoló su hija, abrazándola.

–Él está deseando verte. Confía en él– la abrazó también su hijo.

El cariño de sus hijos la reconfortó, aunque no logró disipar sus dudas y temores. Se sentía culpable, pero no había nada que pudiera hacer. Sólo esperar, aunque la espera se hacía eterna.

Lo más duro era cuando iba a la zona corrompida, o una mazmorra. Allí, no podía verlo a través de los sentidos de las plantas. Realmente, deseaba tenerlo entre sus brazos.



–¿Has oído los rumores? Varias bandas han desaparecido– susurró uno de los bandidos.

–Ja, ja. Historias de aldeanos para reconfortarse. Si algún grupo de aventureros estuviera en activo buscando bandidos, lo sabríamos por los espías en el gremio. No ha habido más reclamaciones de recompensa de lo habitual– negó su compañera.

–¡Ssssh! ¡Callad! ¡Se acerca un carro!– les reprendió la líder de su grupo.

Estaban divididos en dos grupos, cada uno a un lado del camino, esperando a su presa. Habían sido informados de que las mercancías eran valiosas.

–Esperad mi señal– indicó la líder, mientras miraba fijamente al otro lado, esperando el aviso del otro grupo mediante el reflejo de un espejo –Aún no. ¡Estaros quietos y guardad silencio! Aún no. Aún no. Aún no. ¡Ahora! ¡Atacad!

Sin embargo, ninguna de las flechas que esperaba ver fueron disparados hacia el carro. Se giró visiblemente enojada.

–¿¡Se puede saber qué estáis haciendo!? ¡He dicho que ataq...! ¡Aaargggh!

Apenas llegó a vislumbrar los cuerpos de sus compañeros cuando una figura con rasgos gatunos la cogió de la cabeza con ambas manos. Sin darle tiempo a reaccionar, la hizo girar en ángulo imposible, quebrando su cuello.

–¿Cómo están los otros?– preguntó Miaunla.

–Han acabado– respondió Raila.

–Bien. Busquemos su guarida antes de que se den cuenta– apremió ella.

Mientras, los mercaderes y su escolta siguieron su camino, sin saber lo cerca que habían estado del desastre.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora