Adentrándose

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Jhinkro estaba inquieto. Su vínculo con las aves corrompidas había desaparecido, casi todas a la vez. Normalmente, ni siquiera se habría dado cuenta, pero aquellas aves habían sido enviadas para perseguir a un pajarraco varios niveles inferiores, y no tenía nada mejor que hacer.

–¿Habrá huido a la zona viva y se habrán encontrado con enemigos poderosos alados? Ya sería mala suerte...– pensó, intentando tranquilizarse.

Lo que no esperaba era que el ave blanca volviera a sobrevolar la zona. No podía ya creer que era casualidad. Estaba convencido de que alguien la había enviado a vigilar a los perdidos.

–¡Maldita sea! ¿Tendré que cancelar los planes? Si los están vigilando, no podré tomarlos por sorpresa. Quizás tendría que retirarme más adentro y volver en otro momento– maldijo.

A la vez, mandó a dos aves corrompidas contra el ave espía, con la orden de atacarla, pero de no alejarse mucho. No quería perder más.

Su irritación no pudo sino crecer a lo largo de las horas, pues podía ver como aquella ave esquivaba con facilidad a sus atacantes al principio. Luego se alejó, hasta darse cuenta de que no la seguían a más de cierta distancia. Como burlándose de ellos, se quedó volando en amplios círculos, a la distancia adecuada para no ser perseguida.

La sombra ordenó que la persiguieran un poco más lejos, pero el ave albina simplemente agrandó el círculo, algo que sucedió dos veces más. Se alejaba justo hasta la distancia necesaria, para luego mantenerla.

–¡Se está riendo de mí!– exclamó enfurecido, no muy lejos de la verdad.

Sin embargo, no sabía qué hacer para acabar con ella. Incluso uno de sus seres alados más poderosos, un grifo corrompido, había sido eliminado. Lo peor era que ni siquiera sabía cómo.

Mientras observaba enfurecida al ave, de repente sintió algo que estremeció todo su cuerpo incorpóreo.

–¿Un hada? No puede haber una tan adentro– se mostró incrédulo.

No obstante, el aura era inequívocamente la de su peor enemiga. Sin pensárselo dos veces, dio media vuelta, aterrado. Demasiadas sombras habían desaparecido como para no sentir pavor.



Tras recuperar las fuerzas, el grupo empezó a avanzar hacia el interior del bosque corrompido. En general, era algo muy peligroso, pues podían caer en una emboscada en cualquier momento.

No obstante, sabían que había un único general y dónde, tenían una ave albina que había explorado la zona desde el cielo, Goldmi Detectaba si había algo oculto, y unos Murciélagos que exploraban el camino a seguir, más cerca del suelo que el ave. Estos seres de maná oscuro eran totalmente ignorados por plantas o bestias corrompidas.

Avanzaron creando un camino, arrasando con los árboles. Con Toque Purificador en sus armas, vampiresa y alto humano destrozaban los árboles corrompidos. Sabían que otros ocuparían su lugar, pero les llevaría tiempo moverse. Esperaban tener el camino despejado si tenían que replegarse.

Cabe decir que Gjaki ya no se estaba conteniendo, ni la drelfa, que guardaba sus espaldas. La situación era demasiado peligrosa, y la misión importante. Un general menos significaba decenas de vidas salvadas, quizás cientos.

A pesar de ello, la vampiresa intentaba sólo inmovilizar a los perdidos que encontraba, dejando que sus compañeros hicieran la mayor parte del daño. Si los podía ayudar a subir de nivel mientras avanzaban, eso que ganaban.

Ella tenía bendiciones, por lo que la experiencia era compartida. No obstante, cuanto más daño hicieran ellos, más se llevaban.



–No podemos avanzar más. Hay demasiados, y están activos– informó Gjaki, frunciendo el ceño.

Habían llegado hasta allí, pero era su límite. El nivel de la vampiresa era superior al de los perdidos, pero no tanto como para enfrentarse a cientos de ellos y proteger a sus compañeros al mismo tiempo. Y menos aún sin alertar al general.

–Está demasiado lejos para alcanzarlo. ¿No hay otro camino?– preguntó la elfa.

–Está todo lleno de esos perdidos. Esto es lo más cerca que podemos llegar, a no ser que tu hermana encuentre otro camino– aseguró Gjaki.

No les quedaban opciones. Aquel era el mejor camino que la azor había encontrado. Quizás, podían dar un enorme rodeo y atacar por el otro lado, pero era demasiado arriesgado, necesitaban invertir demasiado tiempo envueltos en miasma. Si se hacía demasiado denso, no podría crear un Portal para escapar.

–¿Cuánto lejos?– preguntó entonces el hada.

–Algo más de un kilómetro– le indicó la arquera.

–¿Cuánto es eso?

La elfa se quedó unos segundo pensativa, intentando encontrar la forma de explicárselo a Pikshbxgra.

–¿Te acuerdas del árbol de hojas azul claro?– le preguntó la elfa.

–¿El de los frutos redondos morados para comida que gusta a Madoa?– recordó el hada.

–Ese. La distancia es, más o menos, ir hasta allí desde casa y volver– explicó Goldmi.

–Ah. Suficiente– aseguró el hada.

Sin pensárselo, salió de su refugio, detectando al instante a la sombra, y volando hacia ella.

Goldmi quiso detenerla, pero era simplemente imposible. Era un ser etéreo, que sólo podía tocar cuando se dejaba. Además, era su deber.

La elfa estaba preocupada. No era la primera vez que algo así sucedía, pero seguía siendo peligroso. El miasma debilitaba poco a poco al hada, por lo que el peligro aumentaba con el tiempo. No obstante, sólo podía esperar, y observar al hada con la ayuda de su hermana albina.

–No podemos atravesarlo, pero quizás podamos limpiar un poco. Podríamos crear una zona infranqueable– propuso Eldi.

La vampiresa lo miró un momento, con nostalgia y excitación. Sonrió. Era algo que habían hecho habitualmente en el juego. Quizás su composición de clases era heterodoxa, pero también les daba bastante flexibilidad, y les obligaba a ser originales. Las estrategias comunes no funcionaban muy bien con ellos.

Así que, con la ayuda de una elfa, que miraba a menudo más allá con Vínculo Visual, y una drelfa que se preguntaba cuán efectivo podía ser, empezaron a crear agujeros, poner trampas, extender hilos y decidir dónde poner las paredes del improvisado laberinto. No las crearían aún, sino que esperarían hasta el último momento.

La elfa también purificó una pequeña zona con Tierra Consagrada, para poderse tomar un descanso del miasma, recuperar fuerzas y comer algo. La azor protestó bastante, hasta que le prometió que le guardaría la comida, e incluso le haría algo especial.

La drelfa era quien más lo agradeció. Su condición hacía que estar alejada de la naturaleza la afectara. Para hacerlo peor, el miasma repercutía en ella más que en el resto.

Con el estómago lleno, maná recuperado y trampas dispuestas, se levantaron para poner en marcha la siguiente fase del plan.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora