Recolectando

184 36 0
                                    

Un grupo de cuatro sombras llegó a la zona del Bosque de la Muerte que correspondía a Jhinkro. No había noticias de la sombra desde hacía días, ni de ataques. Iban con la intención de degradarla y poner otra sombra en su lugar.

Se separaron y se encontraron unas horas después, todas ellos tensas, inquietas, puede que angustiadas. Incluso por un rato, se olvidaron del odio que sentían cada una por las del otro bando.

–No lo he encontrado. Tampoco hay casi bestias corrompidas, ni rastro del ejército que se supone ha reunido– explicó Kroljo.

–Yo sólo un agujero con algunos signo de lucha. Es extraño, pero no explica dónde está Jhinkro– indicó Kraro.

–Yo igual. Pero he encontrado signos de una gran batalla, junto a un enorme boquete. En una cueva cercana, el miasma es débil dentro, como si hubiera sido purificado– relató Jralon sus hallazgos.

Todo se miraron. Aquello era inesperado. Quizás incluso explicaría por qué apenas había bestias corrompidas.

–He encontrado rastros del aura de un hada– informó Jreneg solemnemente.

–¡No es posible! ¡Un hada nunca podría llegar hasta aquí!– lo contradijo Kroljo.

–Os lo puedo enseñar...

Todas las sombras siguieron a Jreneg, dubitativas y ansiosas. Tal y como había dicho, había rastros del aura de una hada, y no cualquier rastro.

–Creo que Jhinkro ha muerto aquí por el hada– frunció el ceño Jralon.

–¿Pero como ha llegado hasta aquí?– se preguntó Kraro en voz alta.

–Ni idea. Pero la cueva purificada nos da una pista. Quizás, pusieron algún tipo de hechizo de teletransportación y el hada llegó por ahí– sugirió Kroljo.

–Mierda. Esto no lo esperábamos– maldijo Jralon.

–Me encargaré de la zona para prevenir que esto vuelva a suceder– se autoproclamó Kroljo su dueño.

–Y una mierda de hada. Mi equipo se ocupará– se negó Jralon.

–No sois capaces. Dejádnoslo a nosotros– lo contradijo Kroljo.

–Vosotros sólo seréis comida de hadas– lo despreció Jralon.

–Estúpido.

–Idiota.

–Hado.

–Miasma purificado.

–Amable.

–Bondadoso.

Estuvieron un buen rato insultándose y discutiendo. Tras largas horas, se repartieron la zona entre las dos facciones, aunque después se arrepentirían. De haberlo pensado con calma, les habrían dejado la zona a sus rivales.

Casi no quedaban seres corrompidos, así que tenían que traerlos de otros lugares. Era un incordio.



–¡Lihn! ¡Cuidado!– advirtió Jilon, el arquero.

–¡Bump!

–Ah... Gracias, Jilta.

–Ya me darás las gracias luego. Muévete.

Jilta había detenido con su escudo el tentáculo del enorme Pulpo del Infierno, el jefe final de aquella mazmorra. Era una robusta demihumana, con rasgos que al mago gatuno le parecieron de un buey.

Éste estaba al final de la sala, observando a los aventureros que se enfrentaban al jefe, sin intervenir. Había llegado allí con ellos, pero no pertenecía al grupo. Simplemente, se habían encontrado por el camino.

Lihn, una ágil demihumana con rasgos de guepardo, se movió rápidamente, saltando sobre un tentáculo e intentando acercarse. El ataque anterior la había pillado saltando hacia atrás, tras esquivar otro de los tentáculos.

–Gracias Meltok– agradeció Lihn sin mirar atrás –. Gracias Jilon.

El mago, Meltok, había lanzado un Rayo de Hielo para detener uno de los tentáculos que iban hacia ella, facilitándole el trabajo. Otro de los tentáculos fue atacado por las flechas de Jilon, evitando que intentara parar a la rápida guerrera, cuya función era la de ocasionar daño.

Logró llegar hasta el cuerpo del jefe y clavar una de sus espadas cortas con Decapitar. Aunque tuvo que retirarse rápidamente ante la defensa del pulpo, que lanzó una gran cantidad de tinta.

Rápidamente, llegó tras Jilta, la tanque del grupo, mientras recibía una Cura Remota de la sanadora. El otro guerrero voló junto a ella, hacia atrás, empujado por uno de los tentáculos que lo habían golpeado mientras volvía. Había sido un buen golpe, pero no tenía nada roto.

Se miraron. No podían con él. Habían querido intentarlo, pero era evidente que no eran suficientemente poderosos. Estaban cansados, con apenas maná, mientras que su enemigo estaba cerca del 50%.

Justo en ese momento se desdobló, pillándolos por sorpresa cuando planeaban retirarse. Había cambiado de fase, y ahora había dos más pequeños.

Jilta logró detener uno de ellos a duras penas, con el escudo alzado y la rodilla doblada. El otro se Propulsó con sus ocho tentáculos y un chorro de tinta hacia los magos y arqueros. Estos lo atacaron con desesperación, sabiendo que no tenían tiempo de retirarse, pero también que difícilmente podían pararlo con sus exiguas fuerzas.

Con facilidad, el pulpo atravesó el Escudo de maná que la sanadora había alzado como último recurso, amenazando con atraparlos, lo que sin duda sería fatal.

Aunque más pequeño, seguía siendo enorme el enemigo que veían aterrados abalanzarse hacia ellos. De repente, una enorme Flecha de Fuego lo atravesó, destrozándolo. Otra perforó al que a duras penas bloqueaba una agotada Jilta.

Aliviados y agotados, se dejaron caer al suelo, respirando pesadamente.

–Gracias Merlín– agradeció el arquero.

Todos le dieron las gracias al poderoso mago. Sólo porque estaba él allí, se habían atrevido a intentarlo. Era una buena experiencia, pero demasiado peligrosa sin ayuda.

Para el demihumano gatuno, aquella mazmorra era de demasiado bajo nivel. Apenas había tardado menos de un día en llegar hasta allí, dado que tenía los mapas de todas las plantas. A un rey, le eran fáciles de conseguir.

No queriendo quedarse allí más tiempo, el grupo se teletransportó fuera de la mazmorra tras romper el ticket de entrada, dejándolo solo.

Con Buscatesoros, invocó una pequeña serpiente de maná, que se aproximó a una pared. Allí, el mago usó el salvoconducto que había obtenido en el juego.

Una luz brilló, abriéndose la pared para dar paso a un estrecho túnel. Haciendo brillar su báculo, se adentró en él, dejando que su asistenta recogiera plantas y minerales. Era la viva imagen de su mujer de niña.

Llegó hasta un pequeño charco de un color marrón, al que caían gotas de agua de ese color desde una estalactita en el techo. El agua pasaba por la tierra y, poco a poco, absorbía el maná y la sustancia.

–Es corrosivo. Debe de ser la Esencia Ulcerante...– razonó él, tras tocar el charco con una rama,

Sacó entonces un recipiente especialmente diseñado para ese tipo de sustancias, y lo llenó de aquel líquido. Después, activó el círculo de teletransportación, saliendo fuera de la ciudad que albergaba la mazmorra.

Sin perder tiempo, abrió un Portal y se dirigió hacia la siguiente mazmorra. Todavía quedaban bastantes ingredientes por recolectar. Había dejado que sus hijos se encargaran de muchos de ellos, pero para los de la mazmorra tenía que ir en persona. Se necesitaba el salvoconducto de un visitante para abrir los túneles en la sala del jefe final.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora