Salón del trono (I)

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–Ha entrado– informó Goldmi.

Estaba viendo la situación a través de los ojos de su hermana felina. Alternaba con una u otra hermana cuando éstas la avisaban, y ahora había más movimiento en el interior de palacio.

–Espero que todo salga bien– deseó Ted, a quien Mideltya le cogía fuertemente de la mano.

–Los de fuera se están moviendo– avisó Elendnas.

Su mujer cambió el Vínculo Visual al de la azor, para verlo más claramente. Los miembros del comando dispuesto alrededor de la gran vidriera de la sala del trono estaban colocando varios objetos sobre ésta.

Se suponía que estaba protegida por un poderoso escudo, pero estaban allí, lo que significaba que de alguna forma lo habían superado. No era descabellado sospechar que alguien con acceso al control de dicho escudo de maná estaba con ellos.

–Hermana, avisa de que van a entrar por los cristales en cualquier momento– avisó a la felina.

La lince disfrazada de pantera agarró levemente a Merlín de la pierna con la cola. Éste asintió imperceptiblemente, a la vez que hacía una señal al Murciélago de Gjaki. Otro Murciélago avisó un momento después a los rebeldes que esperaban en la cocina, a la que acababa de entrar Lidia.

Tras un aviso previo de Ted, los rebeldes vigilaban la gran vidriera, cerca de la cual no había ningún noble cercano a la realeza. Era evidente que estaban avisados.

Los nobles aliados a Eldi Hnefa habían sido avisados también, discretamente. Algunos se habían alejado. Otros se habían quedado cerca, aunque a un lado. De esa forma, quizás tendrían la oportunidad de intervenir.

En cuanto a los nobles neutrales, también se habían ido alejando. Hablaban con unos y otros, por lo que habían acabado guardando distancias con la vidriera.

Quizás resultaba sospechoso, pero el salón era espacioso, y no era el único lugar un tanto vacío. Claro que quienes lo sabían, miraban al otro bando suspicaces.



Había tensión y silencio. Todas las conversaciones se habían interrumpido en cuanto Eldi Hnefa había entrado en la sala.

Él avanzó aparentemente indefenso, sin portar un arma, aunque podía sacarlas en cualquier momento de su inventario. Además, Oído de Murciélago estaba activado, y llevaba varias bendiciones y protecciones.

Sus ojos pasaron por la sala, haciendo esfuerzos en no detenerse en quienes sabía que eran sus aliados. No quería exponerlos antes de tiempo.

Todos los nobles inclinaron ligeramente la cabeza, aunque no todos por igual. Aquellos que lo odiaban por discutir su legitimidad, que lo temían por tener el derecho a reclamarles, apenas lo hicieron muy levemente. Otras reverencias eran mucho más profundas, incluso con adoración en sus ojos. Y entre esos extremos, podía observarse un amplio abanico de reverencias. Al fin y al cabo, no había un protocolo establecido para el regreso de una leyenda de muchas décadas atrás.

En lo que sí coincidían era en reconocerlo. Llevaba el mismo traje que en los retratos, que cuando había llegado por primera vez.

De hecho, Eldi no recordaba el aspecto y colores que tenía la armadura en aquel entonces. Sus hijos podían ayudarlo, describiendo lo que habían visto en los retratos, aunque no todos eran exactamente iguales. Algunos pintores se habían tomado licencias artísticas, y no todos tenía acceso a las pinturas originales.

Inesperadamente, Diknsa había dado con la solución. Entre los vídeos y capturas de pantalla guardados en la antes oculta sala de vídeo de la mansión, había uno de Eldi poco después de aquella misión única. Por suerte, la catalogación del material había sido realmente efectiva, y al menos la madre adoptiva de Gjaki era capaz de encontrar casi cualquier cosa con facilidad.

Respecto a los sirvientes, prácticamente todos se arrodillaron, la mayoría con admiración. No tenían la aprensión de algunos nobles, no tenían que hacer cálculos, no tenían promesas incumplidas. Para ellos, Eldi Hnefa era una leyenda viva.

Se detuvo, y sus ojos apuntaron hacia el trono vacío. Todas las miradas estaban puestas en él, así que sin darse cuenta, dichas miradas se redirigieron también al trono.

Durante casi un minuto hubo un silencio sepulcral. Nadie se movía. Apenas se atrevían a respirar. Se miraban entre ellos, a Eldi o hacia el trono. Muchos parecían nerviosos, algunos incluso se secaban el sudor con sus caros pañuelos bordados en oro.

–¡Puuuuuuuuu!– se oyó entonces el toque de cornetas.

Se abrieron unas puertas laterales, y entraron dos sirvientes lujosamente vestidos, que se pusieron cada uno a un lado.

––¡Su majestad la reina!–– anunciaron a la vez.

Escoltada por su guardia personal y tres de sus cuatro hijos, la reina de Engenak entró en la sala del trono. A pesar de que le carcomía la curiosidad, no miró hacia donde sabía que se encontraba Eldi Hnefa, sino que su mirada estaba fija al frente.

Todos se arrodillaron, salvo contadas excepciones. Oponerse directamente a la corona no era algo que se atrevieran a hacer incluso sus enemigos.

Gjaki y Merlín evidentemente no se iban a arrodillar ante una reina que como mucho les igualaba en rango.

A Asmodeo le daba igual, pero como sus compañeros no lo hacían, él tampoco lo hizo.

Golgo también siguió el ejemplo de los otros visitantes. Se hubiera arrodillado de no tener más remedio, por mucho que le repateara. Sin duda, agradeció no tener que hacerlo.

Evidentemente, Eldi tampoco lo hizo. Iba allí a pedir explicaciones, así que arrodillarse hubiera sido simplemente absurdo y contraproducente.

Quizás, los que más incómodos se sintieron fueron su escolta. Por una parte, debían arrodillarse ante la reina. Por la otra, como escolta de Eldi Hnefa, podría parecer una afrenta contra él, así que se encontraban en una situación un tanto comprometida.

No obstante, era un dilema perfectamente previsible, así que ya lo habían discutido de antemano. A pesar del temor a represalias, se mantuvieron detrás de quien habían estado escoltando hasta el palacio, de pie.

Todos observaron el breve trayecto de la reina, como se sentaba en el trono, y como alzaba su cabeza para mirar fijamente y con arrogancia al recién llegado. Tal era el silencio, que se escucharon los pasos con claridad, y hasta el sonido de muchas respiraciones. De hecho, incluso la pomposidad de los herederos pasó prácticamente desapercibida, ante un acontecimiento que no poseía la trivialidad de la mayoría de recepciones.

En aquellos momentos, prácticamente todos los presentes tenía algo en juego, algo que ganar, algo que perder. Algunos, mucho, o incluso todo.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora