Subasta (II)

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Los acompañó al Palco de la Luz, que normalmente sólo se abría si venía el gobernador en persona. Por ello, el grupo de jóvenes que habían ocupado la habitación de al lado se sorprendieron al oír la puerta. Salieron a ver quién era, pero llegaron demasiado tarde.

–¿Quién ha entrado allí?– preguntó uno de ellos.

–Lo lamento, pero va en contra de las normas de la Cámara de Comercio revelar el nombre de nuestros huéspedes– se excusó Lakniba educadamente.

Aquella respuesta no sentó bien a algunos de los jóvenes, acostumbrados a que se hiciera su voluntad. Sin embargo, la Cámara de Comercio era una organización que nadie se atrevía a ofender a la ligera, y quien estaba allí era sin duda alguien importante. Puede que incluso un alto cargo de dicha organización.

Así que, aunque reluctantes, no presionaron más a la recepcionista, que volvió a su puesto, nerviosa. Mientras lo hacía, no podía dejar de preguntarse quiénes eran aquel grupo, pero ninguno de ellos había dado su nombre. Evidentemente, ella no se había atrevido a preguntarlo.

–Vamos a ver quiénes son– salió entonces el mismo joven que se había burlado del grupo.

–Sí, vamos, Johil– asintió una joven con un tono más bien seductor.

Salieron de su palco y llegaron a la puerta que daba al de la Luz, llamando un instante después.

–Soy Johil, hijo del gobernador. Quisiera presentar mis saludos a los ocupantes del palco vecino– se presentó.

Gjaki miró a la puerta con el ceño fruncido.

–Así que el hijo del gobernador... Qué rápido pasa el tiempo...– murmuró en un tono más bien triste.

Eldi y Goldmi la miraron extrañados, preguntándole con la mirada.

–Ignoradlos. Se me han quitado las ganas de humillarlos– les pidió, volviéndose hacia el palco.

Estaban en una habitación lujosa, con sofás e incluso camas. Protegidos tras una barrera que no permitía verlos desde el otro lado, tenían una posición privilegiada de la sala de subasta.

Podían verse cómo cientos de asientos se iban llenando rápidamente, y podía intuirse lo mismo de los palcos.

Mientras, afuera, Johil esperaba con un rostro cada vez más irritado. Empezaba incluso a enrojecer de la rabia. Era la primera vez que lo ignoraban así.

–Si son unos maleducados, peor para ellos. ¡Volvamos!– ordenó exasperado.

No podían entrar allí sin más. Sin duda, los ocupantes de aquel palco tenían un rango más alto que el de ellos. Aun así, resultaba humillante que ni siquiera les hubieran dirigido la palabra. Ignoraban que eran los mismos de los que se habían burlado a la entrada.



Varios sirvientes trajeron aperitivos y bebidas, lo que obligó a la azor y la lince a esconderse otra vez En la Sombra de su hermana, que era cómo habían llegado. No es que no pudieran entrar, sobre todo siendo clientes selectos, pero querían evitar ser reconocidos.

Había vampiros acechando a Gjaki, y era mejor que Engenak no supiera de Eldi. Sin bien Goldmi y sus hermanas no tenían tales problemas, algunos vampiros las habían visto, y quizás podrían reconocerlas.

Ordenaron a los sirvientes que no entrara nadie más, lo que era una petición bastante habitual. Así que Gjaki se trajo a Chornakish, Coinín y sus nietos, y las gemelas. Elendnas tenía algunas cosas que hacer, y ya había estado en alguna subasta, mientras que a las niñas les hacía ilusión.

Los cuatro niños miraron alrededor con gran curiosidad, para luego asomarse por el balcón del palco. No era peligroso, pues la barrera impediría que cayeran, pero tanto Coinín como Goldmi se acercaron discretamente.

Los niños señalaban a la gente que se movía por abajo, riendo, mientras que el resto charlaba animadamente. Bueno, Eldi solo a ratos. Estaba revisando con atención el catálogo, pues si bien algunos artículos se conocían de antemano como parte de la promoción, otros habían sido añadidos después.

En parte, era para sorprender, en parte porque habían llegado a última hora. Los organizadores de la subasta preferían que fuera así, pues de esa forma venía gente que de otra forma igual se hubiera quedado en casa. Podían venir aunque nada les interesara especialmente, sólo ante la posibilidad de que algo recién añadido les llamara la atención. Y si estaban allí, podían pujar, aunque sólo fuera por diversión.

Sonrió al ver sus armas, y fue incluso embarazoso leer las descripciones. No sabía qué parte había de verdad y qué parte era promoción, pero "calidad suprema" o "manufactura sin igual" le parecía bastante exagerado.

También iba tomando algunos apuntes en un papel, que Gjaki miró con curiosidad. Había el nombre de los artículos y el número de orden en que serían subastados.

–¿Adamantino?– preguntó la vampiresa en voz alta.

–No nos queda mucho, y no es algo que se venda en las tiendas. Estaría bien conseguir un poco más– explicó Eldi,

–Madera de Yggdrasil, Esencia de piedra filosofal... Hay materiales interesantes. Mmmmh. ¿Ambrosía escarlata? ¿Néctar esmeralda? ¿Por qué están marcados de otro color? Hay varios así– se extrañó la vampiresa.

–Es para que los revise Goldmi. Son ingredientes raros. Si tiene recetas para ellos, podríamos comprarlos– reveló él.

–¡Oh! ¡Ahora la llamo!– exclamó ella, sin duda interesada en probar nuevas recetas.

–¡Espera! No seas impaciente, aún no he acabado– rio Eldi.

–Date prisa, no queda mucho– la apremió Gjaki, ante la sonrisa de Eldi y Chornakish.

El demihumano gatuno miró a Eldi y se encogió de hombros, como diciendo que la vampiresa no tenía remedio. Ésta se giró y lo miró suspicaz, pero él ya estaba mirando hacia los niños, disimulando. Sólo le faltaba silbar.

Poco después, Goldmi confirmó que tenía recetas para algunos de aquellos ingredientes, algunas de las cuales nunca habían probado.

–¡Los compramos todos! ¡No importa el precio!– exclamó la vampiresa, ante los vítores de los niños.

–Tía Gjaki, ¿podemos pujar?– pidió un adorable niño vampiro demihumano con orejas de conejo.

–¡Yo también quiero!

–¡Y yo!

–¡Yo también!

–Vale, vale, una vez cada uno– les prometió "tía Gjaki".

–Los consientes demasiado– le reprochó Coinín, aunque hubiera sido más verosímil sin la sonrisa que exhibía.

–¿Quieres pujar tú también?– se burló Gjaki.

–¿¡Puedo!?– exclamó ella, siguiéndole el juego, queriendo parecer entusiasmada.

–Ja, ja. ¡Yo también quiero pujar!– se apuntó Goldmi.

Gjaki miró entonces a Eldi y Chornakish, amenazante.

–Vale, vale, yo también– se resignó el alto humano.

–Yo voy luego– susurró Chornakish seductoramente al oído de la vampiresa.

–¡Eh! ¡Qué hay niños!– los regañó Coinín.

–¿Qué pasa con nosotros?– preguntó Eldmi con curiosidad.

–Eh... Nada, nada. ¡Mirad! ¡Empieza!– cambió Goldmi de tema, agradecida porque la anfitriona saliera al escenario. La subasta iba a empezar.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora