Después de la subasta (II)

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Avanzaron mientras charlaban tranquilamente, como si no supieran que los estaban esperando. Querían saber hasta dónde estaban dispuestos a llegar. Si los atacarían sin previo aviso, o si sólo tratarían de robarles.

Por supuesto, había la posibilidad de que quisieran negociar alguno de los artículos. Aunque ninguno de ellos creía que pudiera pasar, hubieran estado dispuestos a negociar la cáscara de fénix. Tampoco la necesitaban toda, pero tendrían que pagar un precio más alto del que habían pujado, aunque fuera a plazos.

–Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí?– les cortó el paso Johil, con una sonrisa presuntuosa en sus labios.

Tras el hijo del gobernador, salieron el resto de jóvenes, mirándolos con desdén. Goldmi suspiró. Aunque pequeña, había conservado la esperanza de que el desenlace fuera pacífico. La actitud arrogante de aquellos jóvenes indicaba lo contrario.

El nivel de los jóvenes era mayor al que ellos tenían Disimulado, y eran muchos más. Por ello, se sentían confiados, y los guardaespaldas se habían quedado detrás del grupo. Sólo intervendrían si la situación lo requería.

Cabe decir que, si bien su nivel era alto, su capacidad de combate no lo era tanto. Habían subido a base de rematar seres de la mazmorra atrapados por otros, por lo que tenían poca experiencia real en combate.

Por ello, sus fundamentos eran un tanto inestables. Su nivel había subido demasiado de golpe en cada "sesión de leveo", lo que los había llevado casi al límite. Necesitaban tiempo para asimilar los cambios en sus cuerpos, razón por la que no habían ido a la mazmorra en el último año.

Se habían dedicado a entrenar habilidades y hechizos, aunque la mayoría no había puesto mucho empeño. Su condición lo hacía más pesado, y había actividades mucho más divertidas.

Debido a todos estos contratiempos, los que se tomaban en serio ganar poder, no tomaban a menudo esos atajos. Si lo hacían, nunca tan exageradamente como aquellos jóvenes habían hecho.

Sin embargo, a ellos les importaba más el estatus que les proporcionaba su nivel que el poder real. Y podían abusar de otros con mucho menos nivel sin mucha dificultad. Se solían asustar sólo por la diferencia.

Puede decirse que el caso de Eldi, Goldmi o Gjaki era similar, pues también habían subido de nivel extremadamente rápido, aunque nada más lejos de la realidad. Sus cuerpos no necesitaban ganar poder y adaptarse a éste, sino tan sólo recuperar el que ya habían tenido. Ya estaban adaptados.

–¿Qué queréis?– pregunto Gjaki, sin mostrar ningún miedo o sorpresa.

En otras circunstancias, quizás hubiera simulado estar aterrada, pero no estaba de humor. Se sentía triste y decepcionada. No sabía la identidad de todos ellos, pero por las insignias en sus ropas, había deducido las de unos pocos. Conocía a varios de sus padres, tíos o abuelos.

–La cáscara de fénix me pertenece, devuélvemela– exigió él.

–¿Oh? ¿Le pertenece? ¿Y ya está? Hay gente que no tiene la más mínima vergüenza. Me extraña que no haya pedido todo lo que llevamos encima– se burló Goldmi, con visible desdén, hablando con Eldi en voz suficientemente alta para ser oída por todos.

–Quizás lo "pedirán" después. Míralos. Son niños ricos consentidos que se creen que pueden hacer lo que les venga en gana. Seguro que perder algunas pujas les ha herido la estupidez que ellos llaman orgullo. No sé qué se creen que es una subasta– fue Eldi aún más duro.

Le recordaban a algunos de los nobles con los que se había cruzado en Engenak. Sus recuerdos de ellos no eran precisamente agradables.

–¿¡Cómo os atrevéis!? ¡Maldito populacho irrespetuoso! ¡Ahora veréis!– amenazó un joven vampiro gatuno de pelo anaranjado.

Se abalanzó sobre Eldi, el último que había hablado, con el puño cerrado y el brazo flexionado hacia atrás. Quería darle un fuerte puñetazo en el rostro.

Los demás jóvenes se quedaron mirando, dispuestos a disfrutar del espectáculo. Su amigo era bastante temperamental, y no era la primera vez que iniciaba una trifulca. Dado su nivel y su cuerpo robusto y musculoso, solía llevar las de ganar. No podían dejar de imaginarse a Eldi en el suelo, con la nariz rota y sangrando por ella. Quizás, con algún diente menos.

Claro que las previsiones no siempre corresponden con la realidad. Eldi lo esquivó fácilmente, apenas usando Pasos Rápidos, tras lo cual dio un Cabezazo en la cara a su rival. Éste cayó al suelo, con la nariz rota, sangrando por ella y noqueado. Por suerte para él, no parecía haber ningún diente por el suelo.

Los jóvenes se quedaron mirando la irreal escena patidifusos, incapaces de reaccionar por unos segundos. Su amigo, varios niveles superior, yacía en el suelo sin sentido tras un único golpe. Era lo último que habían podido esperar.

Gjaki los miraba con una sonrisa burlona y provocativa. Goldmi suspiró y se los quedó mirando con más bien lástima. Aunque más de uno interpretó que los ninguneaba.

Los guardaespaldas fruncían el ceño, no seguros de si debían intervenir. A pesar de haber sido pillado por sorpresa con un golpe directo, no debería haberlo noqueado. Aunque finalmente, lo atribuyeron a que eran niños ricos sin ningún aguante.

–¡Malditos! ¡Démosles una lección!– ordenó Johil.

El grito los sacó de su estupor. Se sentían algo asustados, pero sobre todo humillados. Además, eran muchos más y de mayor nivel, así que no tenían nada que temer. Por lo tanto, apoyándose los unos en los otros, se abalanzaron contra quienes pretendían robar.

–¡A por ellos!

–¡Ese es nuestro!

–¡Dejadnos a la bocazas morena!

–¡Toma esto!

–¡Cómete mi puñetazo!

–¡Esquiva mi patada si puedes!

Los tres los esquivaban con facilidad, un tanto sorprendidos por la total inoperancia de aquellos jóvenes. Se comportaban como niños queriendo pelear como adultos. Se enojaban cada vez que fallaban, y creían que podían someter a sus rivales sólo con la diferencia de nivel, sin contemplar siquiera que pudieran ser esquivados.

Pronto, el suelo estuvo cubierto por los cuerpos doloridos de los jóvenes. Los que más suerte tenían sólo se dolían del estómago. Otros tenían la cara hinchada. Un par de jóvenes de sexo masculino se dolían de su entrepierna. Se habían sobrepasado con sus insultos e insinuaciones.

Los guardaespaldas habían querido intervenir al comprobar que la situación se les estaba escapando de las manos. Sin embargo, una lince nivel 95 se había cruzado en su camino y los miraba amenazante.

Se habían dado cuenta entonces de que aquellos tres individuos no eran lo que parecían, y que la situación se había vuelto peligrosa. Por ello, habían pedido refuerzos lanzando una bengala, pero había sido interceptada por el ave albina.

–Más os vale quedaros quietecitos. Por ahora, solo tienen unos golpes y heridos el orgullo. Supongo que no querréis empeorarlo, ¿verdad?– amenazó la vampiresa.

No supieron por qué, pero se les heló la sangre al oírla, algo que no había sucedido antes. Asintieron, sin saber de dónde venía aquella sensación.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora