Viejos conocidos

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Eldi y Goldmi miraron a Gjaki y negaron con la cabeza. La vampiresa no les había dicho nada de aquello, y sabían que lo había hecho deliberadamente.

–Presumida...– rio la elfa en cuanto se alejaron un poco de los soldados. Estos parecían ahora fans que habían visto por primera vez a su cantante favorita.

Gjaki le sacó la lengua, sin ningún atisbo de arrepentimiento. De hecho, se sentía muy a gusto en aquel lugar. No tenía que esconder su condición de vampiresa, y lo único que necesitaba era disimular un poco. Teñir su cabello de un rojo oscuro era suficiente para evitar verse abrumada por sus admiradores. Y eso hizo al poco de pasar el control.

–Alguna ventaja tenía que tener viajar con su ilustrísima majestad– se burló Eldi.

–Envidioso...– le sacó también la lengua.

Los tres pronto rieron a carcajadas, mientras la lince y la azor los ignoraban y vigilaban los alrededores. Aunque no parecía haber nada amenazador, nunca estaba de más prevenir. Como mucho, podía verse un grupo de niños que habían detenido su juego para mirar con curiosidad a aquellos extranjeros.

Siguieron a la vampiresa hasta una posada sencilla pero de aspecto acogedor. Allí, los recibió un vampiro que aparentaba tener veintitantos años, aunque estaba en la cuarentena.

–Buenos días, ¿en qué puedo ayudarlos? ¿Quieren habitaciones o vienen a comer?– les preguntó cortésmente.

Gjaki se lo quedó mirando fijamente sin decir nada, mientras sus compañeros no entendían qué le pasaba a su amiga.

–¿Buenos días?– repitió el vampiro, un tanto incómodo al ser mirado así.

–¿Ralko?– preguntó la vampiresa.

–¿¡Eh!? ¿Nos conocemos?– se sintió éste confundido.

–Ja, ja. ¡Así que eres tú! ¡Apenas eras un crío la última vez que te vi! ¡Y mírate ahora!– exclamó Gjaki –¿Está Rikala por ahí?

–Esto... Un momento...– pidió un tanto confundido. No sabía quién era aquella vampiresa que sabía su nombre.

Se apresuró a llegar a la cocina, donde en aquel momento estaban empezando las preparaciones para el almuerzo.

–¿Mamá? Hay una vampiresa que dice conocerte. Va con un humano y una elfa– informó a una mujer que estaba llenando unas cazuelas con agua.

–¿Y quién es?– pregunto ésta, sin girarse.

–Esto... No le he preguntado el nombre... Parece que me conocía de niño...– respondió esté, algo incómodo por no haber preguntado algo tan básico.

–De verdad... Voy a ver quién es...– se exasperó ella –Acaba de llenarlas.

Tiró el delantal sobre la mesa y se dirigió hacia el mostrador. En cuanto apareció, sus ojos se abrieron de par en par, incrédula.

–¡Hola Rikala!– fue saludada.

Ésta no dijo una palabra, mientras sus ojos se humedecían y una enorme sonrisa adornaba su rostro. Se acercó a Gjaki y la abrazó. El color de su cabello no era suficiente para que ella no la reconociera.

–¿Por qué ha tardado tanto en venir a visitarnos? Empezaba a creer que se te había subido a la cabeza el título– le reprochó ésta, sin soltarla.

De hecho, si Gjaki no hubiera sido nivel 100, aquel abrazo podía haber sido doloroso. Aunque sí le resultaron un tanto dolorosas las palabras, haciéndola sentir culpable.

–Siento no haber venido antes– se disculpó.

–No, no. No me hagas caso. ¿Estos son tus amigos? Bienvenidos a la posada de La Dama Misteriosa– los recibió ella.

–Son Goldmi y Eldi– los presentó Gjaki.

–¡Oh! ¿Esos Goldmi y Eldi?– se sorprendió la posadera.

–Los mismos.

–¡Vaya! ¡Qué sorpresa! ¡Me alegro de conoceros por fin! ¡Gjaki había hablado mucho de vosotros! ¡Sentaros! ¡Dejad que os invite a algo! ¿Habéis desayunado?– ofreció Rikala.

–¿Gja... Gjaki?– tartamudeó el hijo de la posadera, anonadado.

–Vamos Ral, no pongas esa cara. Si tía Gjaki hasta te cambió los pañales una vez. Ja, ja. ¿Te acuerdas?– recordó la posadera.

–¿¡Cómo olvidarlo!? ¡Nunca había creído que un bebé pudiera cagar tanto! Ja, ja– rio Gjaki.

Ralko se quedó boquiabierto, sin saber qué decir. Se sentía avergonzado, desconcertado y abrumado. Aquella no sólo era la mismísima Reina de Sangre, sino la persona que le había regalado su peluche favorito de niño, un murciélago gigante.

No sabía cómo aceptar que la misma persona que recordaba de niño era la persona más admirada de la ciudad. Se quedó mirándola sin ser capaz de reaccionar, cuando unas voces los interrumpieron.

–¡Ralko, sucio posadero! ¡Tu papaíto ha sido detenido por injurias! ¿Quién te va a defender ahora? ¡Oh! ¿Tenéis clientes? ¡Vosotros, mejor iros antes de que os veáis involucrados con estos mentirosos pordioseros! ¡Hay posadas mucho mejores!– irrumpió un vampiro rubio.

Iba acompañado de otros cinco individuos con aspecto de matones. Él vestía ropas que sin duda eran de gran calidad, aunque los tres compañeros las encontraron un tanto extravagantes y ostentosas. Viendo los rostros de preocupación de sus anfitriones, fruncieron el ceño.

–¿Lo que ese colmillos cortos está ladrando tiene algo que ver con que no haya nadie? ¿Qué está pasando? ¿Dónde está Talto?– preguntó Gjaki.

–¿¡A quién llamas colmillos cortos!? ¡¿Sabes quién soy!?– interrumpió el recién llegado, enfurecido.

Aquel era un insulto para cualquier vampiro, en especial para los más arrogantes, los que creían que los vampiros estaban por encima de todos. Al fin y al cabo, los colmillos eran un símbolo de esa supuesta superioridad.

Gjaki miró a la posadera, ignorándolo. Ninguno de ellos tenía un gran nivel, y no le importaba quiénes fueran. No en aquella ciudad.

–Se llama Firont, y es el hijo de un mercader bastante rico. Se ha encaprichado de la novia de Ralko, y quiere que la deje. Ha estado hostigándonos, asustando a nuestros clientes. Talto había ido a presentar el caso al Consejo. Me temo que hayan sobornado a alguien de la guardia y lo hayan apresado– explicó la posadera, visiblemente preocupada.

–Oh. Tenemos un evento cliché. ¿Qué tal una pelea de taberna?– se dirigió a sus compañeros con una malvada expresión.

–Parece divertido– se ofreció Eldi.

–Ya hacía tiempo. Espero no estar oxidada– sonrió traviesamente Goldmi, apretando los nudillos.

Por su parte, la lince y la azor simplemente se apartaron. Su participación no era conveniente, y les resultaba interesante ser espectadoras. Ver a su hermana en aquella situación era poco habitual.

La posadera y su hijo los miraron atónitos. Precisamente, empezar una pelea era lo peor que podían hacer en aquellas circunstancias, pues podrían llamar la atención de la guardia. Eso, podría llevar a mayores problemas. No sabían que eso era precisamente lo que Gjaki estaba planeando.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora