Subasta (I)

148 36 2
                                    

Las palabras del duende, no obstante, habían logrado tranquilizarla parcialmente. Si realmente ese era su enemigo, probablemente no intentaría nada más en bastante tiempo. Si seguía vivo y había podido ocultarse de sus enemigos durante tanto tiempo, era en gran parte debido a ser extremadamente cauteloso y paciente. Podía descartar la posibilidad de que ahora estuviera vigilándola. La dejaría en paz durante, probablemente, durante algunos decenios.

De hecho, estaba parcialmente vigilada. El duende le había entregado un extraño artefacto. Si se encontraba con Kan Golge, había prometido activarlo.

Prefirió no contar nada a los habitantes de la mansión, a la mayoría. Los conocía, y sabía que se preocuparían demasiado. Aunque sí se lo contó a Eldi, y lo hizo con Goldmi días después, siempre con la condición de que guardaran silencio. Eran sus compañeros, quienes tenían que luchar a su lado. Tenían derecho a saber a qué podían enfrentarse.

Aunque preocupados, ninguno se planteó siquiera separarse para evitar el peligro. Había mucho por hacer, y no podían permitir que un "villano legendario" se interpusiera en su camino.

Estuvieron más de una semana descansando. Goldmi con su familia. Eldi creando equipos y pociones, y leyendo cuantos libros cayeron en sus manos. Gjaki se tomó también unas vacaciones, a veces a solas con Chornakish, a veces con algunas amigas, como Coinín, Espid, o la propia Goldmi y sus hijas.

Finalmente, volvieron a la Ciudad de la Luz. Era el día en que subastaban varias armas ignífugas que había creado Eldi. Además, había un artículo en la subasta que querían conseguir a toda costa. Por suerte, dinero no les faltaba. Cada uno de ellos tenía una fortuna acumulada del juego, que en el caso de la vampiresa no había hecho sino crecer. No en vano, era la Reina de Sangre, y muchos de sus enemigos habían sido bastante ricos.



Había una larga cola para entrar en el edificio. Era la subasta anual en la ciudad por parte de la Cámara de Comercio, una poderosa asociación dedicada precisamente al comercio. Sus negocios provocaban que cayeran en sus manos todo tipo de objetos valiosos, y solían hacer subastas para venderlos si creían que podían sacar mayores beneficios.

Además de sus propias pertenencias, también aceptaban subastar objetos de terceras partes, si cumplían con los requisitos, y tras ser minuciosamente revisados. Se llevaban una comisión, y lograban así atraer a más compradores.

Gjaki había llevado martillo, hacha, látigo, lanza y dagas ignífugas. Eran de un nivel menor al necesario para entrar en la segunda planta de la mazmorra, pero su calidad las hacía mejores que la gran mayoría de armas disponibles.

Sin duda, otros maestros herreros podían llegar a fabricarlas, pero solían tener otros encargos más lucrativos. Eso provocaba que aquellas armas fueran excepcionales por su rareza, y se vendían precisamente en la ciudad donde muchos aventureros querrían hacerse con ellas.

Gjaki, Goldmi y Eldi ignoraron la entrada principal y la larga cola, dirigiéndose a una entrada lateral destinada a los visitantes importantes. El encargado los miró frunciendo el ceño. Habían Disimulado su nivel alrededor de 60, no llevaban ropas lujosas, y estaban disfrazados de vampiros normales. No querían destacar.

–Esta entrada es para gente con invitación VIP. Por favor, hagan cola como los demás– les denegó la entrada el encargado antes de que pudieran decir nada.

–Míralos, siempre hay plebeyos que quieren colarse. Apartad y dejadnos pasar– se oyó una voz burlona desde atrás.

Era un joven vampiro que vestía ostentosamente, acompañado por un grupo de jóvenes. Estos no iban tan ostentosos, pero no les faltaba mucho.

Pasaron por delante de ellos, arrogantes, como si no existieran. Quizás, si Goldmi no la hubiera cogido del hombro, Gjaki hubiera hecho algo más que mirarlos.

–Déjalo, no vale la pena– le pidió.

–Por aquí, joven señor. Es un honor su visita– lo recibió aduladoramente el encargado, con una profunda reverencia.

Los jóvenes entraron, algunos girándose y mirándolos con desdén, incluso burlándose. Si no fuera porque no querían llamar la atención, Gjaki los hubiera puesto en su sitio allí mismo. De hecho, si supieran con quién estaban tratando, más de uno se hubiera incluso puesto de rodillas, pidiendo perdón, aterrado. La fama de la Reina de Sangre era un tanto exagerada, probablemente.

–¿Aún no os habéis ido? Éste no es lugar para vosotros– los exhortó el encargado, llamando a los guardias para que los echaran si no se iban por propia voluntad.

En ese momento, Gjaki sacó una tarjeta decorada de tal forma que parecía una piedra preciosa, y la estampó agresivamente frente al encargado.

Los guardias dieron un paso al frente, y él estaba a punto de afearle su actitud, cuando reconoció la tarjeta. Su rostro se tornó más pálido de lo que ya era, mientras cogía la tarjeta con mano temblorosa.

–¿U... Una tarjeta ada... adamantino?– tartamudeó, apareciendo sudor en su frente al verificar la autenticidad de la tarjeta.

Aquella persona aparentemente ordinaria era en realidad una cliente con la máxima distinción. El flujo de maná demostraba que era la dueña original, que no la había robado o encontrado.

–Sinceramente, tu recibimiento deja mucho que desear. Tendré que hablar con tus superiores– amenazó Gjaki, visiblemente enfadada.

–Pero... Yo no sabía...– quiso defenderse.

–No, no sabías y ni siquiera has preguntado. Vamos– llamó Gjaki a sus amigos.

Ante la mirada atónita de los guardas, y la del nervioso y abatido encargado, recuperó la tarjeta y entró en el local, donde fueron recibidos por una joven vampiresa.

–Estimados clientes, ¿tienen reserva? Puedo verla, o su tarjeta de cliente– pidió ésta amablemente.

–No tenemos reserva. ¿Puedes conseguirnos un buen palco para los tres?– pidió, mostrándole la tarjeta.

La recepcionista abrió mucho los ojos al cogerla, tardando unos segundos en recomponerse.

–Dis... Disculpe por mi lapso. Yo... Nunca había visto una de éstas. Por favor, síganme. Nila, atiende tú por un rato.

Normalmente, hubiera mandado a alguno de sus asistentes acompañar a los invitados, pero en esta ocasión los guio ella en persona. Ni siquiera cuando había llegado el grupo anterior lo había hecho.

–¿Cómo te llamas?– preguntó Gjaki.

–Lakniba, estimada clienta– respondió ella.

Intentaba disimularlo, pero se la notaba nerviosa. Temía que su shock inicial hubiera causado una mala imagen.

–Ya veo. ¿Y cómo se llamaba el de la entrada?

–Jonmio.

–No sé de dónde lo han sacado para que sea tan prepotente. Alguien como tú lo haría mejor– evaluó la vampiresa casualmente.

Eldi y Goldmi la miraron y se encogieron de hombros. Era evidente que su amiga estaba resentida por el trato recibido.

Lakniba, en cambio, abrió mucho los ojos. Si una cliente de aquella categoría la recomendaba, podía ser promocionada. Y quizás su compañero degradado, si no despedido.

No sabía qué había hecho para irritarla, pero no le dio ninguna pena. Estaba de acuerdo con que era prepotente. Ella hubiera añadido arrogante, déspota, narcisista y unos cuantos calificativos más. No hace falta decir que no le caía muy bien.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora