Ataque subterráneo (II)

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La aparición de la tortuga indicaba que el general que había planeado aquello tenía cierto nivel de inteligencia. No sólo aquel ser corrompido era capaz de excavar, sino que su resistencia lo hacía ideal para estar en vanguardia. Mientras atraía los ataques de sus enemigos, el resto podían salir con cierta seguridad.

Eso, claro, en el caso ideal de tomarlos por sorpresa. Se les había ordenado salir cuando el miasma empezara a diluirse. La sombra que había planeado aquello tenía la esperanza de poder pillar a algún grupo por sorpresa. Fuera o no fuera así, tantos perdidos apareciendo de repente podían causar estragos cuando empezaran a moverse y encontraran a los aventureros esparcidos por aquella zona. Sin duda, era un plan muy peligroso para los vivos.

El único problema era que la suerte no había estado de su parte. Goldmi los había descubierto, y un grupo numeroso de aventureros estaba preparado para recibirlos. Incluso habían tenido tiempo de adaptar el terreno para su ventaja.

–¡Glilta, la jodida tortuga es tuya!– exclamó un enano que llevaba un báculo con una esfera azul metalizado incrustada en la punta.

–¡Maldito enano! ¡Siempre tengo que hacer todo el puto trabajo!– protestó una musculosa enana.

–¿Eso es un taladro?– se sorprendió Eldi.

Ni en el juego ni desde que había vuelto había visto a nadie empuñar un arma así.

–Eso... Eso parece– respondió Goldmi, anonadada.

–Guau. ¿Quién iba a imaginar que a alguien se le ocurriría usar algo así como arma? ¡Tenía que ser una enana!– halagó Gjaki, fascinada.

Era un taladro enorme. La enana tenía metido el brazo hasta el codo, y el taladro sobresalía hasta tres veces su brazo. No era una herramienta extraña en las minas de los enanos, e incluso la usaban como arma en los estrechos túneles.

Otra cosa muy diferente era en campo abierto, pero aquella enana era diestra en su uso. Solía ponerse en vanguardia, frente a su grupo, quien le cubría los flancos.

La principal debilidad del arma era precisamente la poca movilidad hacia los lados, la vulnerabilidad a ser atacada por los laterales. Su fuerza estaba en la brutalidad de los ataques de frente.

La coraza de la tortuga era realmente dura. Podía repeler la mayoría de los ataques mágicos sin sufrir casi daño, y no era fácil romper su defensa con las armas habituales. El daño aplastante, como el de los martillos, solía ser el más efectivo.

Sin embargo, toda aquella dureza resultaba una broma ante el taladro. La lentitud de la tortuga hacía que aquella herramienta convertida en arma fuera su némesis. Pudiendo abrirse paso por la dura roca mágica, ¿cómo iba un caparazón a ofrecer resistencia?

No fueron pocos los que contemplaron asombrados como aquel en principio difícil y tedioso enemigo era simplemente agujereado.

–¡Abren más salidas!– avisó Maldoa desde una plataforma.

El aviso despertó a los aventureros de su fascinación por aquella poco convencional arma. Había llegado su turno.



Las patas de un enorme topo fueron lo primero en aparecer, y fueron recibidas con una Bola de Fuego. Inmediatamente, tres aventureros rodearon el agujero.

Otros tres recibieron a una serpiente cuyos intrincados dibujos eran apenas visibles tras la corrupción. Su veneno se había vuelto corrosivo, y sus escamas seguían siendo muy resistentes. No obstante, sus movimientos estaban restringidos por una Red de Maná.

Un conejo bicuerno saltó tan pronto se abrió la tierra. Se alzó casi diez metros, y se había recubierto de una membrana de miasma por debajo, protegiéndose de los ataques de arqueros y magos, y queriendo aterrizar sobre algunos vivos. Era una técnica habitual cuando estaba vivo, que ahora ejecutaba por instinto.

Lo que no podía esperar era que un veloz proyectil blanco cayera en Picado sobre él a una velocidad vertiginosa, Chocando contra la parte no protegida. Aquello desequilibró completamente al perdido, además de lanzarlo contra el suelo. Fue una caída extremadamente violenta, que además dejó al conejo en una posición totalmente vulnerable. La lluvia de proyectiles y hechizos provocó que se desintegrara.



Un escarabajo asomó sus potentes mandíbulas. Se encontraron con un poderoso martillazo de Eldi con Propulsar, que lo mandó de vuelta al túnel, llevándose consigo a los que le seguían. Tras él, cayeron varios frascos, a los que seguía un Murciélago.

En cuanto chocaron contra el suelo o algún perdido, las pociones explosivas cumplieron su función, siendo su potencia concentrada al estar en un lugar cerrado. No sólo dañaron de gravedad a los seres corrompidos, sino que les cayó el túnel encima.

Evidentemente, el Murciélago fue desintegrado por las explosiones, pero había cumplido su función. El de que la vampiresa pudiera contemplar la explosión en primera fila.

–Parece que los otros no saben excavar. Les costará salir– concluyó Eldi tras observar un rato.

Gjaki asintió, y se fueron a otro agujero. Un Murciélago se quedó atrás, escondido dentro de lo que quedaba del túnel, con la orden de vigilar.



Goldmi, por su parte, había subido a una de las plataformas a lomos de su hermana. Tras ello, mientras la elfa acribillaba a distancia a los perdidos, la lince se había asomado a uno de los agujeros.

Los aventureros miraron a la felina con cierta reticencia, aunque no con miedo. Asumían que había sido domada por aquella elfa. Además, pronto descubrieron que era capaz de trabajar con ellos, sin interponerse, coordinándose.

–No estamos disfrazados...– susurró de repente Goldmi.

Ni lo habían pensado, demasiado ocupados en seguir a los seres corrompidos.

–Demasiado tarde para hacer nada. Sólo no destaques demasiado– respondió Maldoa.

–Díselo a ellos...– señaló la elfa con la mirada a Gjaki y Eldi.

Habían sellado ya tres túneles con el mismo método, facilitando el trabajo de los aventureros. Con menos seres corrompidos saliendo a la vez, era más fácil controlarlos.

Fue entonces cuando un enorme gusano surgió de golpe. Al corromperse, había perdido la habilidad de digerir los nutrientes del suelo, pero había ganado unos afilados dientes. No tenía ojos, y su boca ocupaba toda la parte superior del cuerpo, como si su cuerpo de tres metros de diámetro se abriera y estuviera hueco por dentro.

Salió justo debajo de Gjaki y Eldi, al haber detectado las vibraciones de sus pasos. Estos se vieron inesperadamente lanzados al aire, aunque no era lo peor. Una enorme boca se abalanzaba hacia ellos.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora