Ciénaga (III)

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El aturdimiento no duraba eternamente, y sus presas estaban empezando a recuperarse. Las que habían sobrevivido, claro.

La azor simplemente alzó el vuelo, envuelta en viento para lidiar con los insectos que pudiese haber en su camino.

La lince Saltó ágilmente para llegar hasta el árbol en el que se encontraba su hermana, y trepar por él.

Eldi usó Escalar para que una lanza con una cuerda se clavara en el árbol en el que había estado, y subir por él, Ingravidez incluida. Mientras lo hacía, empezó a lanzar Bolas de Fuego.

Gjaki saltó sobre los cuerpos medio inertes de un par de caimanes para llegar a la posición de Eldi y usar su misma cuerda. Subió por ella sin apenas esfuerzo.

Goldmi lo tenía más fácil. Simplemente, siguió disparando, aunque empleando más maná.

Al cabo de un rato habían hecho una escabechina, acabando con decenas de aquellos seres.

–Je, esto es mejor que la vieja táctica– se congratuló la vampiresa –. Lástima que no se pudiera hacer en el juego.

–Es normal que no se pudiera hacer en el juego. Allí las leyes de la física no funcionaban como... Oh, da igual– se detuvo Eldi ante la mirada de sus compañeras.

Las dos se pusieron a reír, mientras él suspiraba. No podía evitar intentar explicarlo, como había hecho a menudo con sus sobrinos en su mundo original. O como más de una vez había sucedido en el juego. En aquellos tiempos, ellas a menudo le lanzaban indirectas para que dejara de hablar y se concentrara en el juego. No siempre eran sutiles.

Goldmi siguió disparando un rato más, al igual que Eldi, hasta que los seres de maná fueron derrotados o simplemente se escabulleron. Ahora tenían que buscar otro lugar donde repetir la operación, o cazarlos poco a poco. Si lo hacían en el mismo sitio otra vez, vendrían muchos menos, ya no quedaban tantos.



–¿Qué hacen ahora?– preguntó Eldi

–Han descubierto un glypto y lo están cazando. Supongo que nos seguirán luego– les informó la elfa de lo que le decía su hermana alada.

–Qué extraño. ¿Son enemigos o no? No hay duda de que nos siguen, pero ¿para qué? Quizás deberíamos acampar y tenderles una trampa– propuso Gjaki.

–Me parece bien. Veamos si nos atacan o no– coincidió Eldi.

Habían detectado a un grupo de seis aventureros que los seguían. Habían cambiado de dirección varias veces, y estos había hecho lo propio, aunque no se acercaban demasiado. A veces, los observaban desde lejos, pero no hacían intención de acercarse.

Así que el grupo buscó un lugar donde poner la tienda de campaña. El escudo de protección aislaba el interior, por lo que los seres de maná no podían detectarlos, lo cual era más que suficientes en la mazmorra. Si no detectaban seres vivos, no atacarían.

Puede que no fuera de noche, pero en la mazmorra la diferencia entre día y noche se difuminaba. No era raro que se perdiera totalmente la noción. Así que no resultaba demasiado extraño preparar un campamento.



La azor vigilaba a los aventureros, mientras el grupo había salido de la tienda con Oscuridad. Confiaban que, bajo el hechizo, no podrían rastrearlos como quisiera que lo estuvieran haciendo.

–Están montando su tienda– informó la elfa de parte de su hermana.

–¡Qué extraño! ¿Qué querrán?– se volvió a preguntar la vampiresa.

Estaba acostumbrada a que la persiguieran, a que quisieran matarla, a que le tendieran trampas. Sin embargo, nunca se habían encontrado con algo así, con que simplemente guardaran las distancias.

–Vamos a ver qué quieren. No podemos seguir así– propuso Goldmi.

Sus dos compañeros la miraron sorprendidos. No esperaban que fuera ella la que lo propusiera.

–¡Oh, vamos! ¿Acaso Gjaki es la única que puede tomar la iniciativa?– protestó la arquera.

–No, no, claro que no– negó rápidamente su amiga.

–Por supuesto que no– negó también su amigo.

–¡Hmmph! ¿¡Vamos o no!?– insistió, aparentando estar indignada.

–Si hasta Goldmi lo dice, no hay nada más que decir– asintió Gjaki.

–¿Qué quieres decir con "hasta Goldmi"?– preguntó la elfa, suspicaz.

–Eh... yo...

–¡Alguien se queda sin postre hoy...!

–¡No seas así!– protestó la vampiresa.

Mientras sus dos compañeras discutían, él se alegró de no haber hablado de más. Los postres que cocinaba la elfa estaban realmente deliciosos.

La lince, por su parte, miraba a la vampiresa con algo de empatía, sabía lo que sentía. Aunque también sabía que su hermana no cumpliría su amenaza. De hecho, en realidad, todos ellos lo sabían.



Cuando llegaron a la altura del otro grupo, tres de ellos estaban charlando y preparando la comida, mientras los otros tres estaban dentro, o eso había visto la azor. No obstante, ellos mismos habían más de una vez simulado estar en otro sitio, por lo que actuaron con cautela. En el juego, habían recibido más de una sorpresa.

Goldmi confirmó varias veces que Detección de Vida no encontraba a los otros aventureros en los alrededores. No los podía detectar dentro de la tienda, así que no podía estar completamente segura. Podían, como ellos, tener algún medio de esconderse.

Así que llegó a usar Radar una vez, preguntó a las plantas a través de Rastrear, e incluso se escondió mediante Una con la Naturaleza. Si había cualquier problema, podía intervenir por sorpresa.

Gjaki colocó varios Murciélagos vigilando los alrededores, e incluso dejó un par de mastines a la espera tras un árbol, no muy alejados del lugar. También comprobó que Visión Infrarroja no encontraba nada.

Eldi activó Oído de Murciélago para detectar cualquier peligro, y Agudizar Sentidos.

Estando todo lo preparados que podían estar, Eldi, Gjaki y la lince se acercaron envueltos en Oscuridad, mientras Goldmi observaba desde la distancia.

Atacaron los tres a la vez, saliendo de su refugio con gran rapidez, cogiéndolos totalmente desprevenidos.

La lince tiró a una maga al suelo, poniéndole su blanda pata sin uñas en la boca. Se paró sobre ella, enseñándole amenazadoramente los dientes. Ésta se quedó petrificada, incapaz de reaccionar, sin atreverse a hacerlo. Sabía que entes de terminar de invocar un hechizo, aquella felina podía romperle el cuello. Estaba aterrada.

Eldi se ocupó de un arquero. Le puso la mano en la boca y un cuchillo en el cuello.

–Más te vale no mover ni un dedo– lo amenazó.

Gjaki, por su parte, redujo a un guerrero ligero con facilidad. Antes de que pudiera reaccionar, se encontró inmovilizado. Un preciso golpe con un poco de maná en uno de sus puntos nerviosos había paralizado sus músculos.

Era una técnica mezcla de su mundo natal y éste, que Gjaki había dominado a través de Artes Marciales Maestro. Sólo podía ejecutarla si pillaba a su enemigo por sorpresa, pero le había resultado muy útil en el pasado. A costa, eso sí, de unos vampiros prisioneros contra los que la había entrenado.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora