Hermana de agua

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Ni siquiera había salido el sol cuando se levantó, despacio, sin hacer ruido. No quería despertar a su marido ni a las niñas. Se encontró con sus hermanas cuando salió de la habitación, tan impacientes como ella.

–Vamos– les sonrió.

Abrió un Portal, y las tres aparecieron bajo un espeso entramado de hojas, raíces y ramas, que se abrieron para dejarlas pasar.

–Está más cerca. ¡Voy a ver!– alzó el vuelo la azor, impaciente.

La lince también hubiera querido ir, pero sabía que su hermana estaría en el agua. Y tampoco quería dejar sola a su hermana elfa. En lugar de ello, insistió en que montara sobre ella.

La elfa tenía que reconocer que cabalgar sobre su hermana era siempre una experiencia excitante. A sus hijas les encantaba, aunque la lince no iba nunca a la máxima velocidad con ellas, temerosa de que se cayeran. Se dirigían hacia una pequeña ciudad portuaria, pues era la dirección en la que sentían a su hermana.

–¡La he encontrado! ¡Está bien! ¡Eh! ¡No me mojes!– exclamó la azor, sin duda entusiasmada.

La elfa sonrió. Sólo el hecho de que estuviera bien resultaba un gran alivio. No podía esperar a abrazarla.

Desmontó cerca de la entrada de la ciudad, pues no quería llamar mucho la atención. La lince se escondió En la Sombra por esa misma razón.

–Lo siento, no pueden pasar, es peligroso– los detuvo un soldado reptiliano.

Un mercader también estaba parado allí, esperando, visiblemente preocupado.

–¿Qué ha pasado?– preguntó la elfa, un tanto inquieta, y maldiciendo que precisamente ahora tuvieran que surgir problemas.

–Será mejor que se vuelva por donde ha venido. Hay una emergencia. Ha aparecido un enorme monstruo marino, un Kraken. De momento, no ha atacado, pero puede hacerlo en cualquier momento. Lo han descubierto los primeros pescadores que iban a salir a faenar– reveló la otra soldada, claramente nerviosa.

–En... Entiendo– respondió la elfa, antes de darse la vuelta.

No notaron nada extraño en ella. Era normal que estuviera nerviosa ante semejante noticia. Aunque en realidad, lo que se sentía era culpable.

Se alejó rápidamente, hasta que los perdió de vista. Entonces, llamó a su hermana.

–Vamos, tenemos que encontrar un lugar más adecuado– le pidió a la lince.

–Siempre trae problemas– suspiró ésta, aunque parecía más bien divertida.

–¿Puedes hablar con ella?– le preguntó a la azor.

–No. Me ha reconocido, pero no puedo. Tampoco podía contigo hasta que nos encontramos. Debe de ser lo mismo– explicó el ave albina.

–Mira si puedes llevarla hacia el sur, hacia el lado contrario del que vinimos ayer– le pidió la elfa.

–Lo intentaré.

Recorrieron con rapidez la costa, montada en la lince, hasta que encontraron una playa.

–Allí estará bien– señaló.

Desmontó y se metió en el agua hasta la altura de las rodillas. Sacó entonces un pequeño velero del inventario. No era un barco mágico como el pirata que habían usado en la mazmorra, sino un simple velero sin quilla.

La lince se subió dubitativa. No le gustaba no tener los pies en el suelo, y aquella pequeña embarcación se veía endeble. Aunque sí era rápida. Sobre todo, cuando el viento podía ser invocado con la magia de la elfa.

Nunca había navegado excepto en el juego, pero de alguna forma parecía recordarlo. No en vano, se había pasado horas. Le encantaban las carreras que se organizaban, además de acompañar a su hermana en el agua.

Sin dudar, se dirigió hacia donde sentía a sus hermanas.



–Se está moviendo, parece que se aleja– informó uno de los oficiales, que estaba mirando a través de una especie de catalejo mágico.

–Espero que sea verdad, y que no vuelva. Será la ruina si no deja a los pescadores trabajar– deseó la alcaldesa.

–Es extraño, diría que está siguiendo al pájaro. Es muy, muy extraño– se sorprendió el oficial.

–¿Quizás le ha hecho enfadar?– sugirió otro oficial.

–Puede. A lo mejor es de un domador. Tendremos que agradecerle– respondió el primero.

–Mientras no lo enfurezca y se desmadre... Puede ser muy peligroso– temió la alcaldesa, preocupada.

–¡Espera! ¡Se acerca una barca! ¿¡Qué hace!? ¡Están locos! ¡Van hacia el monstruo!– exclamó el oficial.

–¡Déjame ver!

La alcaldesa se levantó y le quitó el catalejo. Incrédula, contempló como la embarcación se acercaba con rapidez. No era muy grande, y no había más de dos siluetas, una de las cuales no parecía humana.

Se estremeció al ver al enorme Kraken saltar fuera del agua, en dirección a la osada embarcación, amenazando con aplastarla con su cuerpo.

–Están condenados... ¿¡Eh!? ¿¡Cómo!? ¡¡Es imposible!! ¿¡Qué está pasando!?– exclamaba ella, sin acabar de creerse lo que sus ojos le mostraban.

Los oficiales la miraban con curiosidad y cierta ansiedad, sin ser capaces de imaginarse qué la había asombrado tanto.



Los tentáculos de la pequeña kraken rodeaban a la elfa, abrazándola con todos ellos, no queriéndose despegar de ella.

Goldmi reía y lloraba, además de abrazarla también, ahora que apenas tenía el tamaño de su propia cabeza. Su hermana de agua había saltado entusiasmada sobre ella al verla, sobrecogiéndola por un momento. Mientras caía, había ido Encogiendo, hasta llegar a su tamaño actual.

El nombre de la habilidad era el mismo que la de la lince, aunque tenía algunas diferencias. La kraken podía empequeñecer permanentemente o revertirlo, aunque sólo podía usarla dos veces al día.

–Sé que estás contenta, pero quizás deberías dejarla respirar– la reprendió la felina, mucho más feliz de lo que indicaban sus palabras.

–¡Hermana tierra!– exclamó la ahora pequeña kraken.

Se soltó de la elfa y saltó sobre la lince, quien no hizo nada para evitarla. También la había echado mucho de menos. La azor se unió a las otras dos, mientras Goldmi las miraba y reía, a la vez que se secaba las lágrimas. Apenas pudo aguantar unos instantes antes de acercarse y abrazarlas a todas.

–Será mejor que nos vayamos. Ven, te presentaré a mis hijas– propuso la elfa al cabo de un rato.

–¡Ah! ¿¡Tienes hijas!? ¡Quiero verlas! ¿Te apareaste con Elendnas?– preguntó la kraken, haciendo sonrojar a la elfa.

–Sí, se aparean a menudo. Las niñas son un encanto, te gustarán– explicó la felina.

–¿Podríais no hablar así de mi relación con Elendnas?– protestó la elfa.

–Ya sabes como son los elfos. Complican las relaciones y no les gusta llamar a las cosas por su nombre– suspiró la azor.

–Lo recuerdo. Son entretenidos. Ahora podré verlos otra vez– se alegró la hermana de agua.

Goldmi abrió la boca para quejarse, pero al final cambió de idea. Sus hermanas no sólo pensaban así, sino que estaban burlándose de ella a sabiendas. A pesar de ello, se sentía demasiado feliz como para recriminarles nada. Todas ellas se sentían así.

Abrió un Portal a casa que cruzaron todas ellas, la kraken sobre el otro hombro de la elfa, el que no era propiedad de la azor. Goldmi saltó para volver a su hogar al mismo tiempo que recogía la barca.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora