Una explicación (II)

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–Abuelo, ¿cómo es la Reina de Sangre?– preguntó el joven niño-buey.

–Dicen que es una luchadora increíble. Muy elegante y sofisticada. ¿Es verdad?– preguntó su hermana, con los ojos brillándole.

–Ja, ja. Sin duda es una luchadora excepcional, y elegante a su manera. Aunque yo no la definiría como sofisticada. Ja, ja. No sé qué pensaría si te oyera– no pudo reprimir la risa el robusto hombre-buey al imaginarlo.

Su cabello otrora marrón dorado se había ido blanqueando a lo largo de los años, pero sus músculos conservaban el poder del pasado. No obstante, el paso de los años no había sido inocuo. Si bien podía seguir ejerciendo todo su poder, le costaba mucho más recuperarse. Y quizás sus reflejos ya no eran los de entonces.

–¿Qué quieres decir?– insistió la niña.

–Bueno, ella en realidad no se comporta como una reina. Verás...– empezó a explicar una de sus historias, pero se calló de repente.

–¿Abuelo?– se extrañó el niño.

–Lo siento, ha surgido algo. Os contaré la historia más tarde– se levantó él, mirando por la ventana.

–¿Lo prometes?– insistió él.

–Prometido– aseguró, mientras acariciaba afectuosamente sus cabezas –. Querida, hay un código púrpura. Tengo que salir.

–Ves con cuidado– le pidió ella, preocupada, levantando el rostro de la pintura. Podían verse medio esbozados unos niños con su abuelo.

Él asintió, mientras una capa líquida lo envolvía. Era una poderosa armadura que había obtenido muchos años atrás, y que podía ocultarse en un brazalete. Con sólo un pensamiento, le cubrió todo el cuerpo antes de solidificarse, mientras abría la ventana.

Los niños contemplaron asombrados como aparecía la armadura, y como su abuelo saltaba por la ventana. Incluso corrieron para verlo saltar de tejado en tejado.

Quizás no era la primera vez que eran testigos de algo similar, pero siempre se quedaban con la boca abierta. Admiraban a su abuelo, quien era una leyenda en aquella ciudad. Sólo se volvieron cuando lo perdieron completamente de vista, deseando que volviera ya y les contara su nueva aventura.



–¿Cuál es la explicación que necesitas?– insistió la comandante.

No reveló que había llamado al general, pero sí había un brillo de respeto en sus ojos del que antes carecía. En otras circunstancias, le hubiera costado mucho de creer, pero su identidad proporcionaba una sencilla explicación a todo, tan sencilla como increíble. A su calma. A su seguridad. A llamar al general por su diminutivo.

No obstante, lo disimulaba. No podía aún estar del todo segura. Su subalterno no la conocía personalmente, sólo la había visto de lejos muchos años atrás. Creía que era ella, pero tenía dudas. Así que debía seguir manteniendo su compostura. Por mucho que la Reina de Sangre fuera su ídolo.

Gjaki suspiró. Insistir en que llamaran al ahora general no parecía la mejor opción. Así que siguió con el plan B.

–Mi amigo Talto, el posadero, no ha vuelto aún. Ese idiota entró fanfarroneándose de que lo habían detenido. La primera pregunta es por qué. Había ido a pedir ayuda, y parece que lo han retenido– empezó Gjaki.

–¡Bocazas!– exclamó para sí Fonhvor, mientras tragaba saliva y miraba a su sobrino con rabia contenida.

Aquello empezaba a complicarse. Si le acababan involucrando delante de aquella comandante, no sabía qué podía pasar. Ella era tremendamente estricta, y no dudaba de que actuaría contra él, por mucho que él también fuera un comandante. No quería ni pensar qué podía suceder si aquello acababa atrayendo la atención del general.

–La segunda es cómo ese idiota fanfarrón lo sabía– continuó la vampiresa.

La comandante miró de reojo a su colega, suspicaz. Luego miró a su asistente. Sin necesidad de que dijera nada, éste entendió perfectamente sus órdenes. Se escabulló hacia la salida sin que nadie le prestara atención, para cumplir la misión que le había sido encomendada.

–¿Y por qué crees que ha sido?– preguntó Rinak, que por una parte tenía curiosidad, y por la otra quería ganar tiempo.

–Es una buena pregunta. Lo único que sé es que habían estado hostigando la posada hasta dejarla sin clientes, razón por la que había ido a pedir ayuda. La razón es una incógnita. No creo que tenga nada que ver con que el idiota quiera que el hijo de mi amigo deje a su novia. Al parecer, se ha encaprichado de ella, y no es suficiente hombre por sí mismo para competir. Tiene que ser bastante inferior a su rival.

Era evidente que, aunque sus palabras negaran la posibilidad, la estaba apuntando sin vacilar. Era una acusación tan flagrante que parecía estar riéndose de ellos, aunque sus palabras dijeran lo contrario. De hecho, se estaba divirtiendo con aquello.

–¿¡Cómo te atreves!? ¿¡Sabes quién soy!? ¿Quién te crees que eres para insultar a mi hijo!?– finalmente no pudo más Fanhla antes las provocaciones.

–¿Oh? ¿Y quién es su excelencia?– preguntó Gjaki.

Había claro sarcasmo en su voz, lo que enfureció aún más a la rica mercader. Su hermano esta vez no la detuvo, sino que vigilaba a la comandante. Tenía la esperanza de que su hermana pudiera desviar la atención de lo que le podía involucrar.

Rinak, por su parte, no dijo nada. Observaba con curiosidad e incluso algo divertida. Quizás así, podría confirmar la identidad de aquella vampiresa.

–¡Soy Fanhla! ¡De la casa de Fornh!– exclamó ella con indignación y orgullo.

–¿De verdad?– pareció sorprenderse Gjaki.

–¡Así es! ¿¡Ahora entiendes a quien te enfrentas!? ¡Más te vale soltar a mi hijo!– ordenó.

–La verdad es que no tengo ni idea de quién eres– reconoció Gjaki con una sonrisa burlona en sus labios.

En realidad, aquel nombre le sonaba de algo, pero no caía en el qué. No creía que fuera nada importante.

Mientras, Eldi y Goldmi tenían que hacer grandes esfuerzos para no reírse. Les resultaba evidente que su amiga se lo estaba pasando en grande. Incluso Rikala, la posadera, tenía que contener una risita, a pesar de estar preocupada por su marido. Su hijo Ralko ni siquiera sabía qué pensar.

A la comandante se le escapó una sonrisa al ver el rostro totalmente anonadado de la mercader, sorprendida ante el inesperado menosprecio de Gjaki. Fanhla se quedó con la palabra en la boca por unos momentos, mientras su rostro enrojecía de cólera. Además, varios de los soldados reían entre dientes, lo que la hacía sentirse más humillada.

Su hermano, por su parte, no sabía qué hacer. Era ya demasiado tarde para intentar calmarla.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora