Visita inesperada (III)

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Goldmi les enseñó a los chefs las cinco recetas prometidas, y algunas más. Estos no salían de su asombro y envidia ante la plataforma portátil y las pequeñas Goldmis, aunque también estaban muy agradecidos a la elfa. No sólo les había enseñado más recetas de las prometidas, sino que había añadido todo tipo de explicaciones y consejos sobre variaciones en ingredientes y puntos de cocción.

No es que fuera mejor que ellos, pero tenía unos conocimientos diferentes. Por ello, se sintieron aliviados por también poder mostrar su maestría como agradecimiento. Al final, acabaron intercambiando más recetas de las que ninguno había esperado, manteniéndolo en secreto del emperador. Era una transacción entre artesanos.

El príncipe también insistió en ver a Gjaki, y le rogó que lo ayudara con el traje de la celebración. Las ideas de Gjaki eran de lo más originales, y al príncipe le encantaban. Además, el joven reptiliano aún conservaba algunos de los peluches que ésta le había regalado. El de murciélago era su preferido.

A pesar de su padre, a pesar de que le repetía que era una reina, él la adoraba. Era la tía Gjaki, la que le traía peluches, disfraces, chuches y comida deliciosa.

Cuando se enteró de que había venido también Goldmi, se empeñó en conocerla. Incluso Kroquia no tuvo motivos para negárselo, y todos acabaron disfrutando de una comida tan inusual como deliciosa. Hasta el emperador tuvo que reconocer que no estaba tan mal saltarse de vez en cuando todos los protocolos.



–Nombre y motivo– exigió la oficial que vigilaba el transporte.

Gjaki le entregó un pergamino, tras lo cual ésta se puso muy firme, saludándola con sumo respeto. La escoltó hasta el exterior del fuerte, mientras se preguntaba quién era. En el pergamino sólo ponía "no hacer preguntas". Lo que le había intimidado y provocado que la tratara con tal solemnidad era que llevaba el sello personal del emperador.

La vampiresa buscó un lugar tranquilo y creó un Portal de Salida. Tras ello, fue a buscar a Goldmi, que esperaba en el patio donde habían dejado poner a la vampiresa temporalmente una marca de portal.

Después de que llegara Gjaki, ambas se despidieron de Kroquia y el joven príncipe, prometiendo la vampiresa ir más a menudo. Aunque se negó a acudir a la celebración, odiaba aquellas fiestas.

–Suerte tú que puedes– había confesado la emperatriz.



–Lo noto. Está aún lejos, pero mucho menos– aseguró la elfa, mirando hacia el mar más animada–. ¿Puedes llamarlas?

–Voy– asintió su amiga.

Sacó el teléfono, que cogió Diknsa.

–Habéis tardado mucho. Creo que están preocupadas.

–No lo hemos podido evitar. Ya sabes como son los emperadores, ya os explicaré. ¿Puedes decirles que ya pueden venir?– pidió Gjaki.

–Claro. Chicas, vuestra hermana os espera– las avisó la vampiresa diablesa.

Azor y lince se desperezaron, e hicieron un gesto que Diknsa interpretó como agradecimiento. Un instante después, desaparecieron.

–Hermana, te había echado de menos– la saludó la lince, restregándose en ella con la cabeza.

–¡Yo más!– aseguró la azor, poniéndose sobre su hombro y dejándose acariciar –Oh. Está cerca.

–Sí, aunque no creo que podamos llegar hoy. Busquemos donde poner unos Portales más y volvamos mañana por la mañana– dijo Goldmi en voz alta, para sus hermanas y su amiga.

–¿Quieres que te acompañe mañana?– se ofreció Gjaki.

–Iremos pronto. ¿Quieres madrugar?– la provocó la elfa.

–Ah... Bueno...– dudó la vampiresa.

–Además, ¿no tenías asuntos del Reino de Sangre con Kilthana?

–No tenías que recordármelo... Eso es cruel...– se quejó Gjaki.

–Puedes retrasarlo, pero no evitarlo– le recordó Goldmi, como si fuera una de sus hijas.

–Ains... Lo sé... Pero quiero verla, también la echo de menos– pidió la guerrera de sangre.

–Por supuesto. Ven cuando quieras. O puedo ir yo. Sólo asegúrate de llenar la piscina, y de que Bolita no ande cerca. Es demasiado apetitosa– rio la arquera.

–¡No se atreverá!

Siguieron caminando un rato por el bosque, donde las plantas le dejaban a Goldmi poner Portales con seguridad. Gjaki también puso alguno, en los pocos lugares adecuados que encontró. Nunca se sabía cuando podían ser útiles.

Finalmente, volvieron a casa. Por muy reacia que la elfa y sus hermanas fueran a irse, aún estaban demasiado lejos. Tendrían que continuar al día siguiente.



–¿Hermanas? Os noto cerca– se dijo el ser, con una inmensa alegría en el corazón.

Todos estos años, había estado esperando. Había sentido su vuelta, pero no dónde ni cómo llegar hasta ella. Ni siquiera sabía por qué no podía localizarla. Debido ello, había estado hibernando en el fondo del mar, levantándose cada pocos años para cazar, acumular reservas y volverse a dormir. Esperando.

Días atrás, se había despertado mucho antes de lo previsto. Había sentido la presencia de sus hermanas cada vez con mayor claridad, y había querido ir a su encuentro. Por desgracia, pronto había descubierto que era imposible, estaban en tierra firme, muy lejos. Sólo podía esperar.

Sin embargo, acababa de sentirlas cerca, suficientemente cerca. Entusiasmada y anhelante, había ido a su encuentro a toda velocidad. Hasta que de repente su presencia se había alejado de nuevo.

Aquello la desconcertó por un instante. No tardó en recordar que su hermana tenía lo que llamaba Portales. De hecho, ella tenía Siempre contigo, pero por alguna razón no podía activarlo. Había perdido la conexión, y necesitaba encontrarse con su hermana elfa para recuperarla.

–Volverán pronto– se dijo convencida.

Sin dudar, siguió avanzando hacia el lugar donde las había sentido, hasta que llegó frente a la costa, ya bien entrada la noche. Se quedó allí, esperando, mirando en dirección al interior.

–No tardéis, os echo de menos– dijo para sí.



–Es tu misión, ¿la aceptas?– le preguntó la dríada a su hermana.

–¿Por qué yo? A otras les tocaba antes– se extrañó Maldoa.

–¿No la quieres? Es una buena oportunidad– la tentó otra de las dríadas.

–¡Claro que la quiero! Sólo que me parece injusto para las otras– dudó la media dríada.

–Ya os dije que lo pasaría. Es demasiado honesta– se vanaglorió otra de las dríadas, medio bromeando.

–Sí, es digna– aseguró otra, con algo de burla en su tono.

–¿Queréis decirme por qué me la dais a mí?– se impacientó Maldoa ante sus traviesas hermanas.

–También dije que perdería los nervios. Ji. Ji.

–No tiene paciencia.

–Me rindo...– suspiró Maldoa.

Las dríadas rieron, divertidas. Aún tardaron un buen rato en darle una explicación.

–Tus amigas han limpiado el lugar, así que tenemos que decidir por ellas. Sin duda, ellas querrían que fueras tú– explicó otra de las dríadas.

–¿Mis amigas? ¿Goldmi y Gjaki? ¿También Eldi? ¿Tanto han subido ya?– se sorprendió.

–Así es. Tendrás que hacer un buen trabajo si quieres acompañarlos. Pronto llegará el momento. Te necesitarán– anunció una de las dríadas, por primera vez con solemnidad.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora