Vecinos imperiales (III)

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La subasta transcurrió con tranquilidad, ganando algunos materiales, perdiendo otros. Más bien, los niños los habían ganado, incluido el príncipe. Fue cuando se estaba subastando una armadura de gran calidad de nivel 50 que Gjaki frunció el ceño.

No es que fuera un artículo extraordinario, pero no había muchas armaduras ese nivel y tanta calidad. El precio había subido a 4000 cuando una voz intervino.

–Me gustaría regalar esta armadura a mi prometida en su cumpleaños. Agradezco vuestra consideración al heredero al trono de Engenak. Subo a 5000– sentenció.

Sin decirlo, amenazaba a todo el que pujara a convertirse en enemigo de su reino. La vampiresa estaba tentada de pujar sólo por eso, y hasta Goldmi. Los príncipes de Engenak no le traían buenos recuerdos.

Eldi, por su parte, estaba una vez más decepcionado con la realeza de Engenak. Estaban usando su poder para oprimir a otros incluso fuera de su territorio.

–Esto es un primer aviso al palco tres. Este tipo de exhortación va en contra de las normas de la subasta. Así que me veo obligado a cancelar su participación en esta puja. Si se repite, deberá abandonar la sala– intervino el anfitrión de la subasta.

–¿¡Cómo te atreves!? ¿¡Sabes quién soy!?– exclamó el príncipe.

–Difícil sería no saberlo, ya que usted mismo lo ha anunciado. Eso no cambia las normas. Por favor, no me ponga las cosas más difíciles. Odiaría tener que expulsar a un cliente tan ilustre– amenazó el anfitrión, un hombre de mediana edad, cuerpo atlético, y cuyo nivel era como mínimo 70.

Hubo unos instantes de silencio. El príncipe estaba enojado y quería volver a gritar, a amenazar con acabar con todas las sucursales en su reino. Por suerte, sus ayudantes y guardianes pudieron calmarlo. No era una buena idea tener como enemigo a la Cámara de Comercio, y aún menos en las actuales circunstancias.

–La última puja ha sido de 4000. Por favor, continúen con la subasta– anunció el anfitrión.

–Vaya, así que los rumores eran ciertos– valoró en voz alta el emperador, con quizás algo de admiración.

–¿Qué rumores?– preguntó Gjaki.

Creía que iba a explicar algo sobre el príncipe de Engenak, y toda información era bienvenida. Aunque no fue eso lo que sucedió.

–Se dice que la Cámara de Comercio se ha vuelto más estricta con las normas de las subastas. En los últimos tiempos, episodios como éste eran habituales, pero realmente se han decidido a eliminarlos. Es un buen movimiento. Quizás tenga un coste a corto plazo, pero a largo su reputación lo compensará, y también sus ventas. Nadie quiere que un artículo suyo se venda más barato porque alguien poderoso lo quiera– explicó el emperador –. Me pregunto qué ha pasado para que hayan reaccionado así, pero es una buena noticia.

Los tres compañeros desviaron la mirada, o pusieron expresiones un tanto incómodas. No todos se dieron cuenta de ello, pero Krinia conocía muy bien a su amiga.

–¿Gjaki? ¿Qué sabes tú de eso? ¡Y no se te ocurra decir que no tienes ni idea!– exigió la maga reptiliana.

–Bueno... Tuvimos un pequeño problema en una subasta y me quejé a la Cámara de Comercio, nada más– respondió la vampiresa.

–Oh... ¿Dónde se queja uno?– preguntó Kroco con curiosidad.

–Bueno, yo fui a decírselo a Tihgla...– respondió ella, con voz más bien baja.

Los reptilianos no le dieron mucha importancia a ese nombre, no lo conocían. La única excepción fue el emperador.

–Espera... ¿Has dicho Tihgla? No será la mandamás de la Cámara de Comercio, ¿verdad?– quiso cerciorarse.

La vampiresa solo asintió mientras desviaba la mirada. Coinín, que estaba con los niños, se reía por lo bajo. Goldmi se concentró en lo que estaba cocinando. Eldi revisaba el listado de los artículos que faltaban por subastar.

–Aah... ¿Por qué no me sorprende?– suspiró el emperador, pareciendo cansado.

–Ja, ja. Así que todo es culpa tuya– rio Krongo.

–No se la puede dejar sola– suspiró Kroquia, intentando no reír.

La verdad es que la emperatriz estaba más relajada de lo que había estado en mucho tiempo. Allí no había enemigos ni espías. No tenía que preocuparse de lo que dijeran los miembros de la corte, ni de cuidar cada palabra que salía de su boca. A veces, resultaba agotador.

Miró de reojo a su marido. Aunque negaba con la cabeza, incrédulo por lo que oía, sabía que él también se sentía relajado. Allí, podía olvidarse por un momento de todos los problemas. Además, veía a su hijo jugar con otros niños, que no se comportaban diferente porque sus padres quisieran establecer relaciones.

Puede que fueran emperadores en su tierra, pero allí estaba ni más ni menos que la Reina de Sangre. Por si fuera poco, también Eldi Hnefa, del que no sólo habían oído hablar a menudo en los últimos meses, sino que resultaba ser un maestro armero.

Por último, estaba Goldmi, a la que conocían de su última visita. Por ello, sabían de su maestría en la cocina, aunque no era lo único. Su poder era tan alto como el de Gjaki, y los informes de un enorme Kraken que había aparecido y desaparecido apuntaban a ella. El ser al que había puesto en una pequeña piscina portátil era demasiado pequeño, pero su aspecto coincidía con los informes. Sin duda, aquella elfa también era muy especial.

El marido de la elfa había estado bastante callado, más bien vigilando a sus hijas. Pero las fluctuaciones de maná no engañaban. Su poder tampoco era algo que se pudiera ignorar.

Incluso esa vampiresa con orejas de conejo era poderosa, aunque no al nivel de los demás.

Estaban rodeados de monstruos, pero unos monstruos que eran amigos, y los trataban como tales. No como emperadores, no para ganarse su favor, no para hacerles la pelota. Resultaba extrañamente refrescante.

–Tendremos que aceptar la invitación de ir a su mansión de vez en cuando– susurró Kroquia a su marido.

Él no asintió, pero tampoco dijo que no. Normalmente, se hubiera negado a hacer algo impropio de un emperador, pero ahora estaba mirando con una sonrisa a su hijo.

–Parece que no será muy difícil convencerlo– se dijo para sí la emperatriz, al tiempo que probaba un hojaldre relleno que Krinia le había pasado –. ¡Mmmmm! ¡Esto está buenísimo! ¡Tienes que darnos la receta!

–Tiene que darnos veinte recetas, por lo menos. ¿No te podríamos contratar como cocinera?– preguntó Grikdra, relamiéndose.

–¡Ni hablar! ¡Es mía!– se negó Gjaki, interponiéndose entre ellos y su amiga.

–¡Ah! ¡Mamá es nuestra!– apareció Gjami, cogiendo a su madre del delantal.

–¡Mamá, no te vayas con ellos!– se preocupó Eldmi, también cogiéndola.

Lo cierto es que las gemelas no sabían muy bien de qué iba aquello, sólo algo sobre su madre, y que tía Gjaki decía que era suya.

Todos rieron. Las gemelas eran demasiado adorables.

–No me voy a ir a ningún lado. Tomad, dádselo a los demás niños– se agachó la elfa, removiéndoles el pelo, y dándoles unos panecillos dulces rellenos de una deliciosa mermelada.

Tranquilizadas por su madre, las niñas volvieron corriendo junto a sus compañeros de juegos, mientras la subasta por la gema estaba a punto de empezar.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora