Extraño enemigo (II)

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Cuando se fue el espectro, siguieron como antes, aunque ahora resultaba aún más fácil. Lo nomuertos se apilaban en el agujero y frente a la cueva, pero no se atrevían a traspasar la leve aura que el ser había dejado atrás.

Goldmi sólo necesitaba ir con cuidado en no purificar dicha aura, en invocar Pilar de Luz un poco más allá. La lince, Eldi y Gjaki se sentían un tanto aburridos, pues no había mucho que hacer.

La felina y el alto humano le traspasaban maná a la elfa, y éste último también le otorgaba bendiciones. De esa forma, la arquera era más eficiente, y compartían la experiencia.

En cuanto al espectro, no hubo rastro de él en todo el día. Se difuminó entre los nomuertos, provocando que la azor lo perdiera de vista. No volvió a aparecer. No obstante, el ave albina sí que detectó otras presencias.

Ahora que estaba avisada y sabía qué buscar, era fácil encontrar lugares que los nomuertos evitaran. En su mayoría, estaban escondidos en cuevas o similares, pero no ocultaban del todo su aura. Había al menos seis de ellos, aunque era probable que no hubieran llegado todos, o que otros se escondieran mejor.

Al final del día, a pesar de la protección del espectro, prefirieron montar varias barricadas con rocas y trampas de luz. Esperaban que pudieran retenerlos si era necesario.

Tras ello, volvieron a través de los portales de la vampiresa.



Dado los miles de nomuertos eliminados, y que el nivel de estos había ido subiendo, habían logrado alcanzar el nivel 96.

Eldi había recuperado Temblor, que provoca que un área considerable tiemble, como si de un terremoto se tratara. Puede asustar y desequilibrar a los enemigos, y generalmente no causa mucho daño. No obstante, sólo desequilibrarlos puede tener graves consecuencias, sobre todo cuando es un gran número de ellos. Lo tenía en 4, pues no lo había usado demasiado. Aunque había sido decisivo en cierta misión, en una batalla, pocas veces más había resultado realmente útil. En aquella ocasión, sus enemigos llevaban grandes calderos de cierta sustancia hirviendo, que había acabado cayendo sobre ellos al perder el equilibrio.

La habilidad Empalar es un poderoso golpe de lanza. Consiste en atravesar a un enemigo y clavarlo contra el suelo o una pared. Si el ataque no es suficiente para matarlo, al menos estará inmovilizado. Resultaba bastante útil, aunque no era esa la razón por la que estaba en 10. La verdadera causa era la espectacularidad de tener a los enemigos empalados, por mucho que fuera un poco macabro.



En cuanto a Goldmi, había reobtenido un hechizo cuyo nombre siempre le había parecido exagerado a Eldi. Agujero Negro usa la magia de viento para crear un vacío que atrae a todos lo que estén alrededor. Muy útil para juntar enemigos y masacrarlos con ataques de área. Su uso era más bien ocasional, aunque Gjaki lo encontraba muy divertido. Ello había forzado a la elfa a usarlo más a menudo de lo que lo hubiera hecho por sí misma, así que estaba en 7.

Flecha Letal permite añadir a una flecha cuanta energía se desee, creando un ataque tan poderoso como cantidad se haya añadido. Claro está que la flecha ha de ser capaz de resistir la tensión que acumula sin explotar antes del impacto. Eso implica que han de ser flechas especiales bastante más caras que el resto, y que son irrecuperables tras su uso. Estaba en 10, aunque le había costado subirla una gran cantidad de dinero.



–Mamá, mamá, ¿podemos ir contigo mañana?– pidió Eldmi, mirándola expectante.

–Es peligroso, y está lleno de nomuertos. Dan mucho miedo– la quiso asustar Goldmi.

–¡Ya somos mayores! ¡No tenemos miedo!– aseguró Gjami.

La elfa miró a sus hijas. Parecían realmente dispuestas a ir, pero eso era algo que no iba a permitir. Podían decir que no tenían miedo, pero seguían siendo unas niñas. Sin duda, acabarían aterradas si los vieran, e incluso podían estar en peligro.

Miró a Elendnas, pidiendo ayuda. Quería negarse sin que pillaran un berrinche, aunque no sabía muy bien cómo. Él sonrió, por una vez tenía una solución. Su mujer precisamente había dicho algo antes que les serviría.

–No creo que queráis ir. Sé que sois valientes y no tenéis miedo, pero no hay mucho que ver. Lo que es peor, los nomuertos huelen fatal– las quiso desanimar su padre.

–¿Cómo de mal?– preguntó Eldmi, no muy convencida.

Goldmi le devolvió la sonrisa a su marido. Le había dado una buena excusa. Ahora sólo había que rematarla.

–¿Os acordáis de aquellas flores que olían tan mal? ¿Aquella flor grande, roja por dentro y verde por fuera?– las amedrentó Goldmi.

–¿La flor pedo? ¿Tan mal huelen?– recordó Gjami, tapándose la nariz con dos dedos. Su hermana hizo el mismo gesto

Sus padres necesitaron un supremo esfuerzo para no reír ante el nombre le habían dado y sus gestos de asco.

–No, ¡mucho peor! ¡Cien veces peor!– aseguró Goldmi, exagerando un poco.

–¿¡Tanto!? ¡Puag! ¡Yo no voy!– cambió Eldmi de idea.

–¡Yo tampoco! ¡Espera un momento, mamá!– pidió Gjami.

Se levantó corriendo de la mesa, sin darle tiempo a sus padres a detenerla, y seguida por su hermana. Ambos adultos se miraron y se encogieron de hombros, totalmente ignorantes de lo que querían hacer sus hijas.

No tardaron en volver, entregándole ambas a su madre unas pinzas.

–Así no olerá tan mal– le ofreció una de ellas.

–Estas para lince y azor– le dio la otra.

Su madre las aceptó, aun cuando no pudiera usarlas en realidad. No obstante, el gesto de sus hijas la conmovió, y no fue la única. No dijeron nada, pero pudo sentir por su vínculo que sus hermanas se habían emocionado. Querían mucho a las niñas, y que éstas pensaran en ellas no dejaba de ser enternecedor.



–Son un encanto– susurró la elfa un rato más tarde, tras acostarlas.

Dormían plácidamente, las dos en la misma cama, cogidas de la mano. Siempre dormían juntas.

–Es normal. Han salido a ti– la halagó Elendnas.

–Tonto...– susurró ella, ligeramente avergonzada.

El halago la había cogido por sorpresa, aunque eso no evitó que sonriera. Miró con sus ojos azules los ojos azules del elfo, quien se perdió en ellos inexorablemente. Casi sin darse cuenta, sus labios se acercaron, fundiéndose en un largo beso.

–Ya están otra vez– se quejó muy bajito Gjami.

–No entiendo que tienen los besos en la boca de bueno. Da un poco de asco– criticó Eldmi, a lo que su hermana asintió.

Sus padres cerraron la puerta despacio, aun creyendo que sus hijas estaban dormidas. Lo cierto es que no tardaron mucho en caer rendidas. Habían estado todo el día de excursión, y estaban más cansadas de lo que querían reconocer.

Se durmieron enseguida, mientras que sus padres tardarían bastante más. En estos momentos, estaban ocupados.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora