La espada sagrada (I)

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El patriarca se bajó del carromato y ascendió trabajosamente la pequeña colina. Su rostro denotaba esfuerzo, lo que demostraba que no estaba acostumbrado al ejercicio físico, por mucho que sólo fuera una pequeña caminata por un sendero con cierta pendiente.

Su excesivo peso tampoco ayudaba. Era producto de la mezcla de falta de ejercicio, tanto físico como mágico, y una dieta rica en grasas. Tampoco sus pomposas ropas y sus numerosas joyas eran lo más adecuado, pero consideraba que debía vestir sus mejores ropas para aquel ritual.

De hecho, algunas voces habían criticado tanta ostentación, o su lujosa forma de vida.

–Es mi deber como patriarca aceptar los regalos en nombre de los dioses– se había defendido en su momento.

Aunque ahora, aquellas voces discordantes ya no se oían. Algunas habían sido exiliadas a remotas provincias. Otras se habían ido por propia voluntad, huido, o sido apresadas o asesinadas.

A pesar de estar jadeando, alzaba la cabeza orgulloso. Le gustaba la sensación de estar por encima de los demás, de que lo adoraran. Al pie de la colina, miles de devotos se habían arrodillado cuando había empezado a subir.

–Aunque aparezca el mismo Eldi Hnefa, tendrá que arrodillarse. No lo voy a dejar salirse con la suya. Me aseguraré de que lo sacrifiquen por nuestros dioses– pensó, mientras disfrutaba de la sumisión de los fieles.

Respiró hondo cuando al fin llegó a la cima, jadeando. Sacó un pañuelo para limpiarse el sudor de la frente, y miró hacia la enorme espada clavada. A pesar de que la había visto en numerosas ocasiones, tenía que reconocer que aún le maravillaba.

En su empuñadura y la parte de la hoja visible, estaba ornamentada hasta el más mínimo detalle. Tenía cientos de gemas incrustadas, creando formas que aún hoy eran imposibles descifrar para los académicos.

–¡Mis fieles! ¡Alzaros! ¡Qué la luz divina nos ilumine!– exclamó.

Mientras hablaba, imbuyó maná en el altar donde la espada estaba clavada. De ese modo, el maná pasaba a la espada, y se manifestaba un fastuoso espectáculo de luz y color. Sin embargo, esta vez no pasó nada.

Entró en pánico, añadiendo más y más maná, pero nada sucedía. Lo había llevado a cabo cientos de veces, y no entendía por qué ahora no funcionaba, precisamente en el evento más importante del año. Miles de fieles lo estaban observando, un tanto confusos.

–La espada sagrada no responde a quien ha traicionado nuestras creencias y nuestro culto. A quien no cumple las palabras del Profeta, la promesa dada– lo acusó la voz.

Pertenecía a una mujer que vestía unas ropas ceremoniales, como las del patriarca, pero mucho más austeras.

–Velkía... ¿De qué cloaca has salido? ¿¡Qué le has hecho a la espada...!?– la acusó él, antes de reaccionar con solemnidad –¡Esa hereje se ha interpuesto en la veneración a nuestros dioses! ¡Apresadla por su afrenta!

–Tekrho, Telkrho... No has entendido nada. No soy yo la hereje, no soy yo quien ha avergonzado a nuestros dioses. Ya es hora de que pagues por tus pecados– respondió ella, con suma tranquilidad, pero siendo escuchada claramente.

Nadie se interpuso en su camino. Todos los que podían llegar hasta la sacerdotisa eran clérigos como ella que habían escapado en su momento, y habían vuelto para la ocasión. O ciertos refuerzos.

Los fieles no sabían muy bien qué hacer, y los guardias sagrados habían sido inmovilizados. Algunos incluso habían resultado no estar en el bando del patriarca.

–¿Te atreves a rebelarte? ¡No te saldrás con la tuya!– amenazó él, a pesar de estar terriblemente asustado.

–¿Yo? No te equivoques, sólo estoy como testigo. Es a él a quien debes dar explicaciones– señaló ella en cierta dirección, aliviada. Había tardado más de lo que esperaba en aparecer.

El patriarca no pudo evitar mirar hacia esa dirección. Una única silueta se acercaba, de cabello negro y ojos dorados. El temor hizo que sus piernas cedieran, impidiéndole seguir en pie.



–¿Tanta gente?– se sorprendió Eldi.

–La espada sagrada que dejaste en la colina es una de las reliquias más importantes– explicó Líodon.

–Esa espada...– suspiró Eldi, abrumado.

–Sí, claro. ¿Por qué? ¿No la dejaste ahí por eso?– se extrañó Lidia.

Eldi suspiró de nuevo, mientras miraba con sentimientos encontrados hacia lo alto de la colina y la espada. A cómo el corrupto patriarca subía pesadamente la colina.

–Míralo. Debe de ser la única vez al año que hace ejercicio– se burló Ted, que llevaba el rostro cubierto como su amada.

–Pffft– se aguantó Mideltya la risa –. Tonto...

–¿Sabéis que tiene esa espada de especial?– inquirió Eldi.

–¿Que es sagrada?

–¿Su poder?

–¿Que es un objeto divino?

El alto humano sonrió agriamente ante las respuestas. Sin duda, aquello era culpa suya.

–Nada, no tiene nada de especial– reveló.

Los cuatro lo miraron, sin entender lo que quería decir. ¿Cómo no iba a tener nada de especial la espada sagrada, uno de los objetos de culto más prominentes?

Él suspiró otra vez. La responsabilidad era suya, aunque también de las circunstancias. En el juego, todo había sido confuso, y se suponía que no era real.

–En el pasado, quise crear una espada lo más recargada posible, a ver qué era capaz de fabricar. Además, le añadí algunas funcionalidades inútiles extra para probarlas. Por eso, no puede sacarse de allí, y por eso produce esas luces. Era sólo una prueba, un prototipo, y en parte una broma– reveló.

Los cuatro lo miraron estupefactos, sin saber qué decir durante unos momentos.

–¿Una broma? Pero... Entonces... ¿Por qué la dejaste allí?– inquirió Líodon, desconcertado.

–En aquel entonces, todo era un tanto confuso para mí. Tenía que usar algo para completar una misión, y aquella espada no me servía para nada. Así que me pareció una buena elección. Nunca pensé que llegaría a esto...– se lamentó.

Se quedaron un rato más en silencio. Lidia fue la primera que lo rompió.

–Ja, ja, ja. Papá es el mejor. Ja, ja, ja. Sólo él puede convertir una espada inútil en sagrada. Ja, ja.

–No te rías... Es serio... Pffft... Es que... Ja, ja, ja– rio también Líodon

Ted y Mideltya no tardaron en contagiarse, y hasta Eldi. Mientras, otros miembros de la rebelión que estaban un poco más lejos no entendían nada.

–Ja, ja... No puedo más... Papá, prepárate, ya está diciendo las palabras.

–Tranquila. Tengo el control de la espada. Sigue siendo mía. Ya verás qué cara pone... Ja, ja, ja– volvió a estallar Eldi, que no se había tranquilizado del todo.

–Para papá... Ja, ja– le pidió Líodon.

Les costó un poco calmarse, lo que lo retrasó un poco. Eldi incluso recorrió a Corazón de León y Balance para levantarse y conservar la compostura antes de empezar a caminar. De hecho, acabó invocando Inspirar para el resto. Tenían una misión que cumplir, podía haber imprevistos.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora