Hacia la mansión

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–¡Guau! ¡Es una monada!– exclamó Maldoa –Encantada de conocerte.

La pequeña kraken la cogió de la mano con sus tentáculos. Era un gesto amistoso que hizo sonreír a la drelfa.

–Dice que también está encantada– transmitió Goldmi los pensamientos de su hermana.

–¡Hola tía Maldoa!– saludó Gjami de pronto.

–¡Hola! ¿Has crecido?– la cogió Maldoa, sonriendo.

–Je, je. Un centímetro– rio la niña, orgullosa.

–¡Yo también!– reclamó también Eldmi la atención de la drelfa.

–Bien hecho. ¡Pronto llegaréis a ser tan altas como vuestra madre!– las elogió Maldoa.

–¡Yo seré aún más alta que mamá!

–¡Pues yo dos veces más alta!

–¡Pues yo tres!

–Pues yo...!

Goldmi ignoró a sus hijas y miró a su amiga, un tanto extrañada. No esperaba verla tan pronto.

–¿Cómo es que has venido? ¿No dijiste que estarías unos meses fuera?– preguntó.

–Ja, ja. Os echaba de menos– rio Maldoa.

–¿Y?– inquirió la elfa, suspicaz.

–Tch... Me conoces demasiado bien. Me has descubierto. ¡Ellas lo pagarán!– hizo la drelfa de villana, antes de empezar a hacer cosquillas a las gemelas.

–Ja, ja. ¡Para! Ja, ja.

–¡Deja a mi hermana! ¡Te las verás conmigo! ¡Aah! Ja, ja, ja.

Goldmi las dejó jugar un rato, hasta que las tres acabaron en el sofá. Las dos niñas encima de la drelfa, y está rindiéndose exageradamente. Sólo cuando éstas se levantaron para ir a buscar unas figuras de arcilla que habían hecho unos días atrás, miró a la elfa.

–Necesito un favor. ¿Podrías llevarme al Valle de los Muertos?– pidió.

Goldmi abrió mucho los ojos ante la inesperada petición. No podía imaginarse qué quería hacer su amiga en un lugar como aquel.

–Hicisteis un trabajo increíble. Ahora es posible revitalizar la tierra, devolverle su esplendor. Me han encargado ser el nexo para esa tarea, lo que también es una oportunidad para mí– reveló la razón sin esperar a que Goldmi preguntara.

–Ya veo... No tengo un portal allí, pero Gjaki sí. Pensábamos ir a visitarla, Diknsa nos llamó que había vuelto agotada, y que iban a venir algunos amigos. ¿Por qué no te vienes?– propuso la elfa.

–¡Claro!– aceptó Maldoa sin necesitar de pensárselo –. ¿Qué le ha pasado?

–¡Ja, ja! Las condesas la secuestraron...– rio Goldmi.

–Pobrecilla...– empatizó Maldoa. Ella también odiaba cuando tenía que hacer informes, y a menudo se le acumulaban.

–¡Nosotras también vamos!– interrumpió Elenksia, que justo llegaba.

–No llegamos tarde, ¿verdad? Se ha entretenido con el vestido– se preocupó Klimsal.

–¡Traidora!

–Qué va. Aún falta Elend.

–¡Tía Elenk! ¡Tía Klim! ¡Mirad que hemos hecho!– las llamó una de las niñas.

–Está se parece a... ¡¡Aaahh!!– dijo la otra, antes de tropezar.

Apenas se hizo daño, pero la figura de arcilla que llevaba en las manos salió disparada. Cayó directamente al piso de abajo, donde se haría añicos al caer, a menos que alguien interviniera.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora