En palacio (III)

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La tensión parecía poder cortarse con un cuchillo a medida que avanzaban. Los guardias realistas que escoltaban su paso no habían osado entrar en acción, pero no por ello dejaban de ser vigilados.

Un par de ellos habían estado a punto durante el ataque de los asesinos, pero la rápida acción de los seguidores del Eldi Hnefa los había disuadido. Rodeado por ellos, no había resquicio por el que atacarlo.

Cierto es que sin ellos, Eldi tampoco estaba indefenso. Unos Muros podían darle un respiro si lo necesitaba, e Inexpugnable seguía estando a su disposición. No obstante, enfrentarse a todos aquellos guardias realistas sería realmente peligroso para él de estar solo.

Hnefi se había enfurecido con el ataque, y no le había gustado la actitud de los guardias realistas. Ahora se movía entre ellos, mirándoles fijamente uno a uno, como si pudiera ver en lo más profundo de su alma.

Estos no sabían qué era capaz de hacer, pero había algo en aquel guardián etéreo de la ciudad que los atemorizaba. Sobre todo, a los residentes en la ciudad. De hecho, más de uno había sido exiliado por el guardián, y otros habían estado a punto.

De todas formas, los guardias no se interpusieron en su camino, aunque resultaba inquietante que se cerraran tras su paso. No sería fácil volver por el mismo lugar por el que habían entrado.

Quizás, lo que más temían era que hubieran colocado trampas en el camino. Por ello, un par de las escoltas de Eldi Hnefa llevaban artefactos para detectar fluctuaciones sospechosas de maná. No obstante, no detectaron ninguna, y ninguna trampa se activó. No estaban seguros de la razón.

En realidad, simplemente se debía a que sus enemigos podían justificar el ataque de los asesinos, pero no las trampas. Solo tenían que lamentar que "un grupo extremista hubiera irrumpido en palacio y atentado contra Eldi Hnefa".

Era mucho más difícil justificar trampas en un lugar habitual de paso. Además, muchos nobles habían cruzado ese mismo pasillo. Hubiera sido inadmisible que alguno de ellos hubiera descubierto una trampa. Ponerla después de que pasaran no era tan fácil, ya que requería tiempo para crearla y esconderla. Tampoco era justificable que aparecieran sin más en aquel largo y custodiado pasillo.

Finalmente, llegaron frente a las puertas que llevaban a la sala del trono. Dos chambelanes las abrieron y anunciaron su llegada.

–¡El ilustre Eldi Hnefa!

Él entró, mientras los chambelanes iban anunciando los nombres de su escolta. Pudo notar todos los ojos en él. Algunos hostiles. Algunos curiosos. Algunos con esperanza. Algunos con miedo. Algunos con respeto. Algunos con adoración. Algunos con odio. Ninguno indiferente. Eldi Hnefa había vuelto.



Ricardo frunció el ceño tras recibir la noticia del fallo de los asesinos. Ya no les quedaba más remedio que ir a por todas en la recepción, algo que hubiera preferido evitar.

–¿Qué hay de los espiritualistas?– preguntó a su ayudante.

–Por ahora, sólo hemos logrado contactar con uno. Está en camino, aunque me preocupa que sea un tanto turbio. Suponemos que los demás estaban en los festejos, mi señor– explicó éste.

Reprimió un gruñido por el comentario de los festejos. Precisamente, él no tenía nada que celebrar. En cuanto al espiritualista, era más bien una buena noticia el adjetivo de turbio. Si no, hubiera sido difícil convencerlo.

Lidiar con el guardián de la ciudad no era precisamente un asunto honesto. De hecho, de haber sido honesto, ni siquiera hubieran hablado con aquel espiritualista. Su ayudante tan sólo hacía de enlace, ignoraba lo que estaban planeando.

–Tendremos que deshacernos del espiritualista cuando termine su trabajo. Es un asunto que no puede salir a la luz– pensó, mientras miraba en la dirección de Elsa.

Cerca de su aliada, había cuatro individuos un tanto extraños, cuatro visitantes, aunque al menos dos de ellos tenían un rango que los hacía iguales a la propia reina.

Se quedó observando a aliados y enemigos, demasiado preocupado como para socializar. Hasta que la puerta se abrió.

–¡El ilustre Eldi Hnefa!– anunció un chambelán.

Sus ojos se posaron inmediatamente en la figura que tantos quebraderos de cabeza le había dado en los últimos meses. Sin duda, era igual que los retratos retirados de las paredes de palacio. A su alrededor, flotaba el espíritu guardián de la ciudad, el mismo con el que quería lidiar.

Sintió un escalofrío cuando Hnefi lo miró a los ojos. El espíritu estaba conectado a todos los seres de la ciudad, y Ricardo era uno de ellos. No le gustó lo que había sentido, pero por suerte para el consejero de la reina, había otras muchos conciencias que fluctuaban sin control. Gracias a ello, su atención saltó de uno a otro lado de la gran sala del trono.



–Preparaos. Estad atentos a la señal– le llegó el mensaje a Líodon y sus supuestos compañeros.

Todos asintieron, aunque Líodon no tenía ni mucho menos el mismo objetivo, más bien el contrario. Una mirada con cierta sirvienta que llevaba unas copas fue suficiente para que Lidia se diera por enterada. Sutilmente, se fue acercando a una posición más propicia.

Mientras lo hacía, su hombro chocó casualmente con el de otro sirviente, o no tan casualmente.

Con un golpe concreto en el antebrazo, le indicó que el momento se acercaba, que avisara a los demás. Éste apenas cambió de dirección al principio. Primero dejó los canapés en una mesa, y luego volvió a la cocina. Su función era de hacer de enlace con los que estaban allí. Incluso pasar algunos mensajes a nobles aliados.

En apenas un par de minutos, todos los rebeldes estaban preparados para actuar. Se acercaron a sus puestos y esperaron.

También entre los nobles empezó a haber movimiento, en uno y otro bando. La tensión, que había sido palpable durante la jornada, se había intensificado. Algunos incluso se miraban amenazadores, como si estuvieran cerca de romper en hostilidades sin importarles nada más. En aquella recepción, había enemigos declarados que no se podían ver. Sólo faltaba la reina y el invitado principal.

Todas las miradas se volvieron hacia la puerta cuando ésta se abrió. Ni uno solo dejó de observar al recién llegado, y más de uno con sorpresa al espíritu guardián de la ciudad. Era la primera vez que aparecía en un acontecimiento público. Hasta entonces, tratar con él había sido un quebradero de cabeza.

–¡El ilustre Eldi Hnefa!– anunció un chambelán.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora