Visita VIP

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En 90, Goldmi había recuperado Gólem de Luz, que en el juego había resultado tan sólo útil que como decoración. Esa era la única razón por la que estaba en 4.

La habilidad Hilo de vida había resultado imprescindible para algunas misiones en el pasado. Consigue que el poder de la naturaleza mantenga vivo al objetivo, aunque sin curarlo. Tan sólo garantiza un Hilo de vida.



Eldi tenía ahora su segundo gólem. El Gólem de Hielo es más robusto, algo más lento y menos destructivo que el de Fuego. Su principal ventaja es la de crear alrededor un entorno frío, lo que puede resultar muy molesto a ciertos oponentes. No obstante, no lo había necesitado a menudo en el pasado, por lo que estaba en 5.

La habilidad Esto no es nada permite soportar un nivel de daño que haría a otros sucumbir, lo que Gjaki había rebautizado como habilidad masoquista. En el juego, la habían usado para dejar que Eldi fuera capturado y torturado, llevando la habilidad a 10. Otros jugadores automáticamente fallaban la misión, al considerarse que confesaban o morían a partir de cierto nivel de dolor, pero el alto humano había podido ignorar dicha tortura el tiempo suficiente para que sus compañeras actuaran. Aunque no estaba dispuesto a hacerlo ahora que no era un juego.



Lo único que consoló un poco a la drelfa fue que su amiga le proporcionó un abundante surtido de víveres. Además, sabía que volvería casi todos los días a su hogar, así que podía verla si iba por allí.

No sería tan fácil ver a la vampiresa o al alto humano. No hacía tanto que lo conocía, pero le caía bien, además de que tenía un fuerte vínculo con él, y también se sentía culpable. Al fin y al cabo, Melia era su tía, por lo que sabía mucho más de lo que le había podido confesar.

Se despidió de ellos con reticencia, deseando que acabaran cuanto antes. Ya los empezaba a echar de menos.

Abrió entonces la mano y suspiró. Eldi casi la había obligado a coger aquellos pendientes verdes. Sólo le había pedido que, si le era posible, se los hiciera llegar a su tía.

Suspiró de nuevo y dejó que la tierra se los tragara. Protegidos por el poder de las dríadas, viajarían cientos de kilómetros hasta llegar a las manos temblorosas de una dríada en concreto. Con una sonrisa y lágrimas de néctar deslizándose por su rostro, no dudaría en ponérselos.



Irónicamente, la Ciudad de la Luz estaba protegida de la luz del sol, al encontrarse en unas inmensas cavernas excavadas miles de años atrás, hasta que sus minerales se habían agotado. No obstante, las cavernas no eran oscuras, sino que gozaban de una luz perpetua debido a una mazmorra que la emitía.

La luz de la mazmorra no contenía el poder del sol rojo, por lo que no era dañina para los vampiros. Un grupo de estos habían encontrado allí un lugar seguro para refugiarse junto a otros perseguidos. A veces por pertenecer a ciertas razas. A veces por parte de miembros de sus propias razas.

La mazmorra les había servido en un primer momento de fuente de luz y de entrenamiento, y finalmente de riqueza. Con el tiempo, una vez solucionados los problemas que los habían obligado a esconderse allí, el flujo de visitantes había ido en aumento. El atractivo de una mazmorra como aquella era inmenso, y el turismo se había convertido en su principal fuente de ingresos.

Restaurantes y alojamientos habían sido los primeros servicios ofrecidos, a los que pronto habían seguido otras necesidades de los aventureros. Como la venta y reparación de armas y armaduras, servicios de sanación, venta de pociones y otros suministros, y cualquier otro servicio con el que se pudiera sacar dinero a quienes se adentraban en las mazmorras.

Sin duda, sin la mazmorra, la ciudad nunca habría logrado crecer a su tamaño actual. Incluso le hubiera sido difícil superar sus problemas de abastecimiento.



–Es impresionante– murmuró Eldi.

Gjaki había dejado un par de Portales de Salida ocultos en lugares cercanos a la ciudad, de los cuales sólo uno había sobrevivido. Luego se habían adentrado por la amplia carretera principal, desde la que se podía contemplar la magnífica ciudad.

Podían observarse varios círculos concéntricos, algunos de los cuales aún conservaban parte de sus murallas. Eran el producto de las diferentes etapas de crecimiento, que presumiblemente no habían acabado aún. El número de edificios tras la última muralla había crecido significativamente desde la última visita de la vampiresa.

–Antes no había tantos edificios fuera...– admiró ella.

–De verdad hay muchos más– corroboró la elfa.

Su amiga la había traído un día de visita, unos cincuenta años atrás. En aquel entonces, había unas pocas construcciones precarias, y aún quedaba espacio dentro de las murallas. Ahora, dicho espacio había sido ocupado, y algunas de las construcciones exteriores se veían mucho más sólidas.

Siguieron avanzando hasta llegar a la entrada principal, donde varias largas colas esperaban que se les permitiera la entrada. Entre ellas, estaban las de comerciantes y las de aventureros.

Gjaki guio a sus amigos hacia un puesto de control vacío, cuyos ocupantes miraron a los recién llegados con fastidio y algo de desdén. No pocos habían querido entrar por allí, queriéndose saltar las colas. Alegaban su estatus u ofrecían sobornos, pero para ello había otras colas.

–Esta entrada es restringida. Usar una de las otras– los recibió una soldada vampiresa con tono hostil.

Gjaki ni se inmutó. Simplemente, sacó algo del inventario y se lo lanzó. Al mismo tiempo, empezó a sacarse la capucha que le cubría el rostro.

–Da igual quién seas o qué ofrezcas. Repito, esta entrada es restrin...– los quiso rechazar, sin ni siquiera mirar lo que le habían lanzado y había cogido por reflejo.

Inesperadamente, se quedó paralizada, en shock ante lo que sus ojos le mostraban. Sin atreverse a creérselo, abrió sus manos para encontrarse con la identificación de una aventurera, una identificación de adamantino. Casi se le cayó de sus manos temblorosas cuando leyó el nombre.

–Ma... Majestad... Dis... Disculpe... no haberla reconocido. Por favor, pase– tartamudeó.

Sus compañeros, que simplemente estaba charlando e ignorando a los recién llegados, se giraron para encontrarse con quien era uno de los seres vivos más idolatrados de la ciudad, la Reina de Sangre.

Su reino no se extendía hasta aquel lugar, pero muchos de los habitantes de la ciudad tenían fuertes lazos con los del reino. Por si fuera poco, la ciudad tenía una gran deuda con ella. Si no se hubieran quedado petrificados, quizás se hubieran arrodillado, o pedido un autógrafo, quizás un mordisco.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora