Una explicación (I)

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La posada estaba rodeada, pero ninguno de los soldados se atrevía a tomar la iniciativa.

Fue entonces cuando llegó la comandante, acompañada por la escuadra alfa. Eran veteranos que sólo acudían cuando eran llamados, algo que apenas había ocurrido un par de veces en los últimos diez años. El resto del tiempo se ocupaban de sus asuntos. No tenían otras responsabilidades como soldados que estar en forma y disponibles.

Habían sido informados de la situación, así que acudían con bastante curiosidad. La actitud de aquella aventurera era cuanto menos extraña, además de la identidad de los rehenes. No eran muy populares entre aquellos soldados veteranos, incluido el sargento.

Lo que no esperaban era que, cuando llegaron a la puerta, apareciera otro grupo.

–Comandante Fonhvor, esta es mi jurisdicción. ¿Qué está haciendo aquí?– inquirió secamente la comandante.

–Comandante Rinak, uno de los rehenes es mi sobrino. He venido a ayudar– respondió el otro comandante, igual de secamente.

Era evidente que su relación no era buena. No obstante, la disciplina militar había evitado que sus enfrentamientos fueran a más. Además de que habían sido destinados a zonas distintas de la ciudad, separadas entre ellas. En parte, para evitar problemas.

Ella lo miró molesta. Podía obligarlo a irse, aunque eso traería más problemas. Si bien era su jurisdicción, no tenía una razón objetiva para no dejarlo colaborar.

Él la miró, manteniendo la compostura por fuera, aunque por dentro sentía escalofríos. No lo reconocía abiertamente, pero temía, odiaba y envidiaba a aquella comandante. Envidiaba el apoyo incondicional de sus tropas, que la idolatraban. La odiaba porque su presencia le impedía acaparar más poder. La temía porque sabía cuan implacable podía llegar a ser, fueran cuales fueran las consecuencias.

–Haz lo que quieras. Yo estoy al mando. La civil es responsabilidad tuya– sentenció ella.

–Que así sea– aceptó éste a regañadientes, mirando de reojo a su hermana.

Odiaba el tono arrogante de la comandante–rino, o al menos a él le parecía arrogante. En realidad, era simplemente el carácter tosco y directo de ésta. Era ajena a las sonrisas falsas, a los tejemanejes políticos a los que él era adepto. Se consideraba a sí misma nada más que una soldado. Una soldado con rango de comandante.

Entraron los dos comandantes en la taberna, seguidos de algunos de sus subalternos. Allí, se encontraron con la vampiresa, que los observaba sin la más mínima sorpresa. Había estado vigilándolos con un Murciélago, e incluso escuchado su conversación gracias a Afilar Sentidos.

Eldi había hecho lo propio con Agudizar Sentidos, mientras que Goldmi había hecho uso de Vínculo Auditivo. La azor se había posado en el techo, cerca de la entrada, permitiendo a las tres hermanas escuchar la conversación.

A todos les resultaba evidente que no se llevaban bien. Lo más interesante residía en que el tal Fonhvor era el tío de su rehén.

–Puede que tenga algo que ver con lo que le ha pasado a Talto– había sugerido Goldmi.

Sus dos compañeros habían asentido, pues habían pensado lo mismo. Inmediatamente después, todos habían vuelto la mirada a la entrada.



–Soy la comandante Rinak. ¿Cuáles son tus intenciones? ¿Qué quieres para soltar a los rehenes?– fue directa al grano la comandante-rino.

Gjaki sonrió. El tono seco y directo de aquella comandante era de su agrado. Lo prefería a los tonos afables que apuñalaban por la espalda. Odiaba la política, razón por la cual había delegado todo lo relacionado con ella. Aunque de vez en cuando se aprovechara de ser la Reina de Sangre, rara vez ejercía como tal.

–Mis intenciones eran visitar a unos amigos, hasta que un idiota nos ha interrumpido– empezó la vampiresa con pelo teñido de rojo, señalando con la mirada a uno de los rehenes.

–¡Mi hijo no es un idiota! ¡Cómo te atreves!– interrumpió de repente la madre de Firont.

La comandante volvió la cabeza hacia ella, mirándola fríamente. Su hermano se apresuró a calmarla, sabiendo que estaba complicando las cosas.

–Fanhla, cálmate, déjanos a nosotros. Hazlo por él– le pidió.

Ella miró a su hermano reticente, aunque también algo intimidada y ofendida por la mirada de la comandante. No obstante, no se atrevía a desafiarla, ni siquiera a mirarla.

–De tal palo tal astilla...– suspiró Goldmi.

Fanhla miró a la elfa amenazante, sin saber que ésta la había provocado a propósito, después de que Gjaki le diera un suave codazo. La mercader apenas pudo contenerse.

–Continúa– se dirigió de nuevo la comandante a Gjaki.

–No tengo ningún problema en soltar a los rehenes, pero a cambio quiero una explicación– exigió Gjaki.

–¿Una explicación de qué?– preguntó Rinak, frunciendo el ceño.

Había allí algo que no encajaba. Aquella aventurera estaba demasiado tranquila, como si lo tuviera todo bajo control, a pesar de que la posada estaba rodeada. Tampoco sus supuestos cómplices parecían preocupados. Algo no cuadraba.

–Sabes, sería más fácil si Dilo estuviera aquí. ¿No lo podéis llamar?– cambió Gjaki de tema.

–¿Dilo?– preguntó la comandante extrañada y algo sorprendida.

Sabía de alguien que era llamado así por sus más íntimos, aunque ella nunca había usado tal apelativo. Le tenía demasiado respeto. Negó para sí, no podía ser él.

–Era comandante por aquí hace unos cuantos años. ¿Se ha retirado?– preguntó la vampiresa, algo desilusionada.

Sin él, sería algo más complicado llevar a cabo su plan. Tenía confianza en lograrlo, pero harían falta muchas más explicaciones.

–¿Te refieres al general Dilonhor?– preguntó Rinak, incrédula.

Al mismo tiempo, Fonhvor tragó saliva, nervioso. Si aquella aventurera conocía al general, todo podía complicarse. Hubiera querido atacar inmediatamente, aun poniendo en riesgo a su sobrino, pero no podía hacerlo con la comandante-rino allí. Quizás, podía enfrentarse a ella con palabras o a nivel político, pero la temía en el campo de batalla. No sabía que había allí alguien aún más peligrosa.

–¡Ah! ¿¡Ahora es general!? Entonces llámalo. Seguro que tenéis alguna de esas piedras de emergencias– sugirió Gjaki.

La comandante frunció más el ceño si cabe. No sabía si aquella vampiresa estaba fanfarroneando o decía la verdad. Lo cierto era que conocía el apodo de su general, la existencia de las alarmas, y estaba extrañamente calmada. Sin embargo, no podía llamarlo sólo porque ella lo dijera. No había ninguna emergencia allí.

Fue entonces cuando uno de sus subalternos se adelantó. Era uno de los más veteranos, y había estado mirando fijamente a la vampiresa por un buen rato.

Se acercó a su comandante y le susurró algo al oído. Ella abrió mucho los ojos, mirando a Gjaki incrédula.

No dudó más. Sin sacarla del bolsillo, apretó con fuerza una piedra que allí había, destrozándola. Eso liberó un encantamiento que, clandestinamente, envió un sutil fragmento de maná en una dirección concreta.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora