Entrada principal (II)

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–¿¡Cómo!? ¿¡Una puerta!? ¿No era de mentira?

–¿Estás diciendo que ha abierto la Puerta amurallada y ha entrado por allí?

–¿Quién es él en realidad?

–¿¡Cómo es posible!?

–Es una broma, ¿verdad? No me lo creo.

–¿Cómo la ha conseguido?

Había desconcierto y caos entre los nobles, en especial entre los detractores de Eldi Hnefa. Algunos empezaban a pensar que habían cometido un grave error, que era algún tipo de elegido. Quizás, que era algo más que el tipo de otro mundo al que sus antepasados habían hecho una promesa "para quedar bien."

Estos detractores eran los más preocupados, pero quizás los neutrales eran a quienes había impactado más. Algunos que mostraban cierta tendencia a acercarse a la corona, se lo estaban pensando. Otros consideraban seriamente apoyar abiertamente a Eldi Hnefa.

En cuanto a los aliados, estaban más que complacidos, aparte de asombrados. Les costaba mucho no sonreír de oreja a oreja.

–Lo hemos subestimado. Aunque me duela decirlo, ha sido un movimiento asombroso. No sólo ha escapado de todos los asesinos, sino que ahora muchos dudan– maldijo Ricardo.

–Sin duda, se ha preparado bien. Por suerte, nosotros también. Ya esperábamos que pudiera evitar los peligros iniciales de algún modo, aunque no de uno tan espectacular. De todas formas, todo está listo. Eso no le servirá de nada dentro– aseguró Elsa.

Aunque la verdad es que estaba preocupada. Podía notar las dudas en sus aliados, o el cambio de posicionamiento en algunos de los que no les eran hostiles. Aquello los ponía en una posición delicada.

–Tenemos que ser implacables. Ahora más que nunca, sólo podemos avanzar– se aferró. No podían permitirse flaquear.

–Voy a ver a la reina antes de que muerda la corona. Tengo que tranquilizarla– se despidió Ricardo, igualmente preocupado.



––¡Bien, papá!–– exclamaron por dentro a la vez los mellizos, a pesar de que estaban separados por muchos metros.



–Eldi ha abierto la puerta. Ha sido increíble– informó Goldmi, que lo había visto a través de los ojos de su hermana.

–Aunque ya lo sabía de antemano, aún me cuesta creerlo– se asombró Ted.

–Me gustaría verlo– deseó Mideltya.

–Ha debido de ser espectacular. Me pregunto que pensarán nuestros enemigos– sonrió divertido Elendnas.



–¿Qué es eso de una puerta en la muralla?– preguntó Asmodeo, confuso.

–Qué más da. Nosotros solo tenemos que preocuparnos de nuestro objetivo– desdeñó Golgo

La vampiresa miró a los otros dos visitantes de reojo, pero se abstuvo de hacer ningún comentario, por mucho que estuviera entusiasmada.

–Buena, Eldi– se dijo, mientras mordía un pastelito para celebrarlo –¡¡Ábrete Sésamo!!

Hubiera querido gritarlo, pero se conformó en pensarlo. Por un momento, se imaginó a Eldi haciéndolo, pero luego se quitó la idea de la cabeza.

–Es demasiado aguafiestas– lo criticó para sus adentros, a la vez que sonreía para sí.



Eldi avanzó seguido de sus acompañantes, que se apresuraban a darle alcance. Había entrado a Hnefanak, la capital de Engenak. En su día, no había entendido cómo era posible que cambiaran el nombre de la ciudad en el juego. Después de volver, se había sentido entre abrumado y avergonzado. Actualmente, ya lo había asumido. Ya sólo suspiraba al recordarlo.

Llegaron a la plaza del templo, a la que daba la puerta que se había abierto por primera vez en siglos, quizás en la historia. Estaban a punto de darle alcance, pero tuvieron que detenerse. Una barrera de maná les barraba el paso. Sólo podían rodearla.

A pesar del nombre, no era más que un altar, bajo una cúpula apoyada en cuatro columnas. La plaza era un lugar popular de meditación y veneración, aunque el acceso al altar estaba restringido por la barrera. Normalmente, solo los sacerdotes podían acceder, gracias a sagrados rituales y determinados artefactos.

Eldi, por su parte, simplemente había entrado caminando. En el juego, había obtenido el reconocimiento del espíritu de la ciudad, gracias al cual había de alguna forma obtenido la llave. Así que entrar en el altar no era ningún problema para él.

–Hola, Hnefi– lo saludó con una nostálgica sonrisa cuando la forma semitransparente apareció ante él, mucho mayor de lo que recordaba.

En aquel entonces, durante el juego, el espíritu de la ciudad apenas era un recién nacido, creado a partir de la acumulación de los deseos y esperanzas de los habitantes durante siglos. Sin protección, sin que nadie supiera aún de él, había estado a punto de caer en las manos de una tenebrosa hechicera, que quería refinar su esencia para sus propios propósitos.

En su desesperado intento de huida, se había topado con Eldi, que había entrado en la restricción de oscuridad impuesta por la hechicera. Dicha restricción había estado cerca de matar a unos niños que jugaban cerca, y el alto humano había decidido investigar, creyendo que se trataba de algún tipo de misión.

Lo que se había encontrado había sido lo que solía llamarse una misión única, y que ahora sabía que era una interacción real con aquel mundo. Una especie de pequeña serpiente con ojos grandes y llorosos se había abalanzado sobre él, y ocultado a su espalda, aterrada, buscando protección.

En el juego, no lo había encontrado raro. Al fin y al cabo, era sólo un juego. Ahora, se preguntaba como el espíritu había sabido que él no iba a hacerle daño, que lo iba a proteger, aunque eso significara un difícil combate contra una adversaria poderosa.

En cuanto al nombre, prefería no pensar en ello. El espíritu se había autobautizado, después de que Gjaki lo sugiriera cuando se lo había presentado.

Con la hechicera muerta, el espíritu serpiente se había encariñado con Eldi. Cada vez que iba a la capital, aparecía frente a él, pidiendo caricias, queriendo simplemente estar junto a él.

Con el tiempo, la existencia del espíritu se había hecho pública, e incluso le habían construido un altar, pues el espíritu de una ciudad era muy importante para la prosperidad de ésta. Sin embargo, era un espíritu un tanto solitario, que sólo interactuaba lo justo con los sacerdotes.

Aun así, cumplía con su función. En gran parte, porque se lo había prometido a quien llevaba tanto tiempo esperando. Principalmente, ahuyentaba espíritus nocivos, cuyas apariciones en los últimos años se habían hecho más frecuentes. Se alimentaban y nacían de la desesperación, rencor y otras emociones negativas mezcladas en el maná.

Si los sacerdotes que interactuaban con el espíritu lo pudieran ver ahora, estarían tan asombrados como frustrados. La normalmente taciturna criatura se enroscaba juguetona alrededor de Eldi. Puede que su cuerpo incorpóreo no pudiera retenerlo, pero tampoco le importaba. Se sentía feliz de volver a estar con su amigo, su salvador.

Eldi la acarició, usando maná para poder sentirla. Notaba el cosquilleo del cuerpo incorpóreo que lo rodeaba, pero sobre todo, percibía la alegría contagiosa del espíritu.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora