Servirán

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Cuando Eldi salió de la habitación, no había nadie. Como le había indicado Diknsa el día anterior, recorrió el pasillo para dirigirse hacia el comedor, cuando una puerta se abrió. Salió de ella una vampiresa-conejo con cierta similitud con la llamada Coinín, a la que recordaba del juego, y a la que había visto durmiendo al llegar.

Junto ella, había un hombre musculoso, de piel azulada y pelo azul oscuro. Nadie diría que era el mismo niño famélico que Gjaki había encontrado muchos años atrás, y que además ahora era un vampiro.

–¿Tú eres Eldi?– preguntó Brurol, incrédulo ante lo que le mostraban sus ojos.

–¡Claro que lo es! ¿No has visto los vídeos?– le reprochó su mujer –¡Bienvenido! ¿Vas a desayunar? ¡Deja que te acompañemos!

Habían oído hablar mucho de Eldi, incluso habían visto vídeos en la habitación secreta de Gjaki. Para su enorme sorpresa, el día anterior, Gjaki había llamado diciendo que había vuelto, y la noticia apenas había tardado en recorrer cada rincón de la mansión.

No obstante, no sabían que había sido invitado, así que les fue inesperado encontrárselo allí.

–Sí, iba para allá. ¿Tú eres una de las hermanas de Coinín? Te recuerdo mucho más pequeña. ¿Cuína o Kalnín?– creyó él reconocerla.

–¡Cuína! ¡Ja, ja! Aún tengo el collar que me hiciste. Como puedes ver, he crecido un poco– dijo ella con una enorme sonrisa, mientas con la mano señalaba su altura.

Cuína era ya de por sí extrovertida y sociable. Que él la recordara le había entusiasmado, pues la niña que había sido lo recordaba como un héroe. Ya conocer a Goldmi le había resultado fascinante, así que ahora estaba encantada.

–Él es Brurol. No creo que lo conozcas, no estaba con nosotros entonces– presentó ella a su marido.

–Es un honor conocerte. He oído hablar mucho de ti– le saludó Brurol.

Aunque no lo había conocido en el pasado, no podía dejar de sentir admiración por él. De hecho, usaba un hacha, y algunas de sus habilidades se las había copiado a Eldi. A menudo, se ponía los vídeos en los que él peleaba, para aprender. Se había convertido el alto humano en una especie de maestro para él. Lo admiraba.

No tuvieron mucho tiempo para hablar, pues pronto llegaron al comedor. Allí, se encontraron con un enano-vampiro jugando a un juego de cartas contra una enana-vampiresa. El primero tenía el ceño fruncido, parecía enfadado. La segunda sonreía de oreja a oreja. Estaba claro quién iba ganando.

–Tú debes de ser Eldi, ¿verdad? Te has despertado pronto. ¡Cuína, Brurol! ¿Vendrán tus niños hoy?– preguntó la enana, mientras su contrincante maldecía sus cartas, y miraba al recién llegado con interés.

–Quizás para comer. Mis nietos tenían colegio por la mañana, y ellos trabajaban en la tienda. Y Bruína ya sabes que es impredecible. A saber cuándo vuelve y dónde se ha metido esta vez– explicó Cuína.

–Ja, ja. A la chica siempre le ha gustado viajar. Fue muy inteligente por su parte buscarse un trabajo tan adecuado para ella. ¡Viajar y escribir guías de viaje! ¡No ha salido a sus padres!– se animó entonces el enano. Meterse con sus amigos era uno de sus pasatiempos favoritos.

–Maldito viejo gruñón. Juega de una vez– le regañó la enana.

Eldi no pudo sino admirar la intimidad con la que se relacionaban. Sin duda, se comportaban como si fueran de la misma familia, a pesar de que sus razas eran tan diferentes.

–Hola, Eldi– los interrumpió Diknsa –. Sentaros, el desayuno está listo. Gjaki llegará un poco más tarde, ha ido a ver a Espi.

No tardaron en aparecer la mayoría de los habitantes de la mansión, incluidos Chornakish, Coinín o Kalnín. Todos miraban con curiosidad a Eldi, y muchos lo saludaron como a un viejo amigo. La mayoría de ellos lo habían conocido en lo que para él había sido un juego. Aunque quizás no habían interactuado mucho, sin duda, lo recordaban.

Además, muchos tenían algún recuerdo suyo, algo que él les había hecho. Podían ser pendientes, un collar, una pulsera, un anillo... Todos con ciertas bonificaciones, aunque con el tiempo se les habían quedado desfasados. No obstante, los conservaban como un preciado recuerdo.

Los que no lo habían conocido, como era el caso de Brurol, sin duda habían oído hablar de él, y visto en alguno de los vídeos. En cierta forma, era como ver un ser místico, un animal que se creía extinguido.

Como siempre, era la mirada de unos pocos niños las más curiosas. Si no hubiera sido por sus padres, le habrían acribillado a preguntas.



Apenas había acabado de desayunar cuando llegó Gjaki, lo que provocó que el interrogatorio a Eldi fuera pausado. Ésta se acercó a él y le entregó dos pequeños viales con sangre.

–¿Servirán?– preguntó.

Aunque intentaba disimularlo, estaba nerviosa, impaciente. Durante años, había estado buscando una pista sobre la cura para el marido de su amiga, y ahora que estaban tan cerca, se sentía ansiosa.

–Sí, servirán. Puedo hacerla ahora, si quieres– se ofreció.

Podía notar la ansiedad en su recuperada amiga, y él mismo había empezado a sentirse nervioso e impaciente. Por una parte, quería ver como era esa poción. Por la otra, notaba la presión, el miedo a que no funcionara, a que algo fallara.

Era algo que no le era nuevo. En sus años como científico, le había ocurrido en multitud de ocasiones, y en muchas los experimentos no habían salido como su equipo había querido. Ahora, sin embargo, no podía permitirse fallar.

–Chorni, ¿puedes acompañarle? Gjaki tiene aún que desayunar– intervino Diknsa, sin dar opción a la vampiresa a replicar.

Sabía que si dejaba a su hija estar, ésta se perdería el desayuno, y eso no lo iba a permitir. Ella quiso protestar, pero ante la mirada de su madre adoptiva, suspiró, se encogió de hombros y se sentó en la mesa. Tampoco era que hubiera mucho que pudiera hacer.

Chornakish asintió. Además, quería estar un momento a solas con aquel Eldi. No fue hasta mitad del camino que se decidió a preguntar.

–¿Cómo era Gjaki? ¿En eso que llama juego?– preguntó el hombre–pantera.

A Eldi le sorprendió un instante la pregunta, pero enseguida sonrió.

–Atrevida, valiente, impulsiva, incluso temeraria, aunque a veces podía ser sorprendentemente seria. Al principio, era un poco introvertida, pero acabó siendo la más alegre, la que nos arrastraba a los demás. Sobre todo, era una buena amiga– explicó él.

Chornakish sonrió. Aquella descripción coincidía con la Gjaki que él conocía.

–Sabes, a veces también metía la pata. ¿Te ha contado lo de...? No, mejor no digo nada, me mataría, ja, ja– cambió Eldi de idea.

–Oh, vamos, cuéntamelo– pidió casi como si fuera un niño. No podía evitar querer saber cualquier detalle de su amada.

–No sé si debería...

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora