Magna (I)

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–Hola Gjaki. No esperaba verte de nuevo tan pronto. Espero que no traigas otra vez malas noticias– la saludó la gran jefa de la Cámara de Comercio.

–Hola, Tihgla. Venía por negocios, pero si quieres puedo buscar un problema o dos– se burló la vampiresa.

–Muy graciosa... ¿De qué negocios se trata?– preguntó Tihgla, sentándose frente a ella, mirándola fijamente, sin mostrar su excitación.

La palabra "negocios" viniendo de aquella visitante les había aportado muchos beneficios en el pasado. La expectación era natural.

–Mi contacto quiere una gema de ánemos. Si la consigue, está dispuesto a vender a través vuestro hasta mil barriles de cerveza Montaña Magna durante diez años. Tendrías que proporcionar los ingredientes– ofreció la vampiresa.

–¿Cerveza Montaña Magna? ¿¡Esa cerveza Montaña Magna!?– inquirió la comerciante.

Gjaki sonrió. La voz de Tihgla la había traicionado, temblando ligeramente. Era evidente que, tal y como esperaba, el impacto que le había producido había sido profundo. Esa cerveza ya no se hacía, y la receta se había perdido en lejanas leyendas.

En el juego, Goldmi la había obtenido en unas ruinas. El grupo había ido allí para unas misiones, pero ella había sido la única de todos los jugadores que había conseguido dicha receta. Gjaki lo había estado consultando en los foros, pero no había encontrado ni su utilidad ni ninguna mención.

Por aquel entonces, había acabado quedando en una anécdota. Ahora, resultaba sorprendentemente valiosa.

El principal problema era la dificultad de encontrar algunos ingredientes, pero no era tan difícil para una entidad como la que presidía Tihgla.

–¿Hay otra? Tengo una muestra. No es mucho, ya que tenía pocos de los ingredientes a mano– explicó ella.

Sacó un pequeño barril, que apenas contenía un par de litros, y se lo dio a la comerciante.

–¿Puedes esperar un momento?– pidió ésta, cogiendo el pequeño barril con las manos temblándole.

–Claro. Si prefieres, puedo venir otro día.

–No, no. ¡Serán cinco minutos!



–¡Grenja! ¡Deja todo... lo que estés haciendo... y prueba esto!– entró de repente una mujer en la habitación.

–¿Tihgla? No es propio de ti tener tanta prisa. ¿Qué mierda pasa?– preguntó la enana.

–Necesito... que pruebes... esto y me des tu opinión– insistió la gran jefa, recuperando el aliento.

–¿No ves que estoy jodidamente ocupada? Dáselo a otro idiota– desdeñó Grenja.

–Si lo hago y es lo que dicen que es, nunca me lo perdonarás– aseguró Tihgla.

La enana alzó la cabeza por primera vez de su mesa de trabajo. Múltiples pequeñas piezas estaban esparcidas por ella, alrededor de un extraño artefacto que estaba reparando.

–¿Qué es?– preguntó, por primera vez con cierto interés.

–Necesito que me lo digas tú sin saberlo. Sólo un poco– llenó un pequeño vaso de cata.

La enana lo cogió con los ojos muy abiertos. De repente, nada más importaba. Ni siquiera el artefacto con el que había estado ocupada la última semana.

Era todo. El sonido del líquido al caer. Su color. Su delicioso aroma a cerveza, a una cerveza muy especial. Le recordaba a algo, algo que sólo había bebido una vez, algo que no creía que volviera a tener la oportunidad de volver a saborear.

Con suma delicadeza, con devoción, se llevó el vaso a los labios. Se lo pasó primero por debajo de la nariz, recreándose en su intenso olor, mientras Tihgla la observaba con expectación. El cambio de actitud de la enana era sin duda revelador.

–Imposible, jodidamente imposible. No puede ser...– murmuró la enana, incrédula.

–¿Y bien?– inquirió su jefa, ansiosa.

Los ojos de la enana pasaron por el pequeño barril con deseo. Luego miraron fijamente a la comerciante.

–Es jodidamente imposible, y al mismo tiempo no hay ninguna jodida duda. Es cerveza Montaña Magna, y está jodidamente fresca. No se ha rescatado de alguna ruina de mierda ¿¡Cómo es posible!? La receta se perdió...– explicó la enana.

–¡Realmente lo es! Ja, ja. ¡Era verdad!– se congratuló Tihgla.

–¿Me vas a explicar de qué mierda va esto?– exigió la enana, por mucha que fuera su jefa.

–Puede que cerremos una acuerdo por mil barriles. No sé quién los hace ni me lo van a decir, pero no hace falta que te explique lo que significa– explicó exultante.

Claro que lo sabía. Hacer negocios con enanos no era fácil, ni siquiera con la intervención de una enana como ella. Excepto algunos grupos aislados, como los de Khaladok, los enanos solían comerciar entre ellos. No necesitaban mucho del exterior.

Sin embargo, aquella cerveza lo cambiaba todo. No sólo podían conseguir un buen precio, sino que seguramente les permitiría abrir rutas comerciales con ellos. En el pasado, las había habido. Por diferente razones, la mayoría se habían perdido, y no era fácil volverlas abrir. Aquella cerveza era la clave.

–¡Quiero un barril!– exclamó la enana.

–Acaba eso y lo negociaremos– sonrió su jefa.

–¿No puedes al menos dejarme ese jodido mini barril?– pidió Grenja.

–Por ahora lo necesito. Es la única muestra– se negó Tihgla.



–¡Mierda!– exclamó Tihgla tras revisar las existencias.

Entró preocupada en la sala donde esperaba Gjaki, que estaba disfrutando de un chocolate caliente con un ligero toque mentolado.

–¿Tenemos trato?– sonrió la vampiresa, confiada.

–¡Claro! Pero... Si hubieras venido un día antes. Teníamos una, pero ya está anunciada para una subasta. No sé cuándo conseguiremos otra– lamentó la comerciante.

–¿Oh? ¿Dónde es la subasta?– se interesó la guerrera de sangre.

–En nueve días, en Goltrak.

–¿Goltrak? Hace tiempo que no voy por allí. Veré si puedo comprarla– pensó Gjaki en voz alta.

–Entonces... el trato...– se preocupó Tihgla.

La vampiresa sonrió. El trato que había ofrecido no sólo era por la gema, sino para tener más a mano los servicios de la Cámara de Comercio. No podían negarse a buscarles cualquier material mientras quisieran comprar la cerveza.

Si bien ella siempre había sido tratada como clienta preferente, tener un acuerdo en curso era mucho más conveniente. Además, a Goldmi no le costaba casi nada. Por suerte, no lo sabían.

–Si la compro, lo doy por válido. Si no, tendrás que conseguírmelo– aseguró, lanzándole dos pergaminos a la comerciante.

Ésta los cogió y los abrió uno por uno. Eran los ingredientes de la cerveza, aunque ni mucho menos suficiente para elaborarla. Muchos lo habían intentado en el pasado, y fracasado miserablemente. Las temperaturas que se necesitaban eran muy estrictas, al mismo tiempo que el tiempo y las variaciones. Además, cuándo y cómo realizar las mezclas no era ni mucho menos irrelevante.

Frunció ligeramente el ceño cuando abrió el primero. Algunos ingredientes eran más bien escasos, aunque no imposibles de conseguir. No obstante, significaba que no podría conseguir todos los barriles en poco tiempo, que era su primera intención.

Luego desenrolló el segundo con curiosidad, pues no sabía muy bien por qué había un segundo. Abrió mucho los ojos y la boca cuando vio el contenido. Miró a Gjaki, incapaz de conservar la compostura.

–¡Es una broma, ¿verdad?!

La vampiresa sonrió. Había esperado esa reacción

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora