Batalla en el salón del trono (I)

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El poder del libro ejercía una presión cada vez mayor sobre alguno de los nobles, a medida que Eldi Hnefa leía la primera de las leyes. Aquello era un desarrollo que nadie había esperado, y que llevaba a dichos nobles al borde del precipicio.

Ni siquiera el alto humano había estado muy seguro del papel que podía ejercer el Libro del Juicio antes de ir a buscarlo. Aunque una vez lo había tenido en sus manos por primera vez, había sentido una pequeña porción de su poder. Ahora, era mucho más clara. A diferencia de la espada sagrada, aquel libro era auténtico. Su leyenda no sólo no era exagerada, sino que se quedaba corta.

De repente se escuchó una fuerte explosión, y la vidriera estalló en mil pedazos. Por suerte, no había nadie cerca, y todos allí tenían cierto nivel. De una forma u otra, lograron protegerse de los fragmentos de cristal, o al menos minimizar los daños.

Inmediatamente tras la explosión, aparecieron cinco sombras entrando por el hueco dejado por la vidriera. No tardaron en encontrar la posición de Eldi y apuntar sus armas contra él.

Se les había dado la señal de actuar antes de lo previsto debido a la precipitación de los acontecimientos. El libro había resultado más peligroso de lo que nadie había imaginado.

No fueron los únicos en actuar. Por la entrada principal de la sala del trono, empezaron a llegar soldados realistas, los mismos que habían permanecido firmes mientras el visitante avanzaba por el pasillo. Se suponía que debían guardar esa salida, pero se les había dado una orden más extrema. Debían a atacar a Eldi Hnefa.

No obstante, cuando entraron, se quedaron paralizados sin saber muy bien qué hacer. Su objetivo flotaba frente a ellos, con un libro en la mano. Por unos instantes dudaron, aunque finalmente se abalanzaron contra él.

A los oficiales realistas que estaban en la sala del trono, con Líodon disfrazado entre ellos, también se les ordenó atacar. Se sentían un poco cohibidos, pero no tenían más remedio que cumplir órdenes.

Además, los nobles realistas y sus guardaespaldas se dispusieron a unirse a la refriega contra Eldi Hnefa. A esas alturas, ya no era necesario guardar las apariencias. El Libro del Juicio había anulado todos los demás planes, no les había dejado a otra salida.

También los otros cuatro visitantes debían atacar en ese momento, y debían ser los primeros. Los demás los apoyarían, pero ellos eran el grupo de choque.

Elsa lo había tenido muy claro. Eldi Hnefa era un visitante con multitud de habilidades y recursos. Para enfrentarse a él, lo mejor era usar a otros similares. Si eran cuatro contra uno, tanto mejor.

Gjaki frunció el ceño mientras avanzaba hacia Eldi. Se suponía que su compañero iba a esconderse tras Muros de Roca temporalmente, dándoles tiempo a pillar a sus enemigos por sorpresa.

Tampoco había esperado que todos sus enemigos atacaran tan decididos y a la vez, pero entraba dentro de las posibilidades que habían hablado, la más peligrosa de ellas.

Sin embargo, que Eldi se quedara en medio de la sala sin moverse, con un libro en la mano, y sin ni siquiera sacar un arma no era parte de sus planes.

–¡Mierda! ¿Qué es lo que estás haciendo?– se preguntó preocupada.

Su propio compañero no había previsto comportarse así tampoco. Por desgracia, una vez había empezado a leer el libro, se había dado cuenta de que no podía parar. El que flotara era una curiosidad añadida.



Una tras otra, las cinco sombras que habían entrado por la ventana cayeron al suelo, malheridas o muertas, con flechas clavadas en la espalda. Al principio, fue una para cada una, pero otras les siguieron apenas unos instantes después.

Creían que su ataque cogería a sus enemigos desprevenidos, pero no sabían que un matrimonio de elfos los habían tenido en su punto de mira desde el principio.

Al romper la vidriera, también habían roto la barrera que protegía a ésta y a ellos. Así que flechas disparadas de tres en tres con Tres mejor que una, y las que salían continuamente del arco de Elendnas, se clavaron en aquellas sombras.

Mientras, la azor se había acercado a la ventana, y observaba atentamente para marcar objetivos a sus hermanas. Aunque no era fácil. Allí había empezado una batalla campal.



Konsje se adelantó, quedándose Linhlen un poco más atrás de éste y de su otro compañero. Los oficiales habían recibido la orden de apoyar el ataque contra Eldi Hnefa, y contra el resto de enemigos.

Tal y como estaban las cosas, era evidente que las acciones de hoy llevarían a un punto de no retorno. Aunque se arriesgaran a una guerra civil, pretendían acabar con todos los nobles contrarios, y con Eldi Hnefa.

Claro que en este caso, había el pequeño detalle de que Linhlen era en realidad Líodon, y que había sentenciado a muerte a aquellos dos oficiales. En cuanto le dieron la espalda, sacó dos espadas y los atravesó por detrás a la altura del cuello.

Llevaban armadura pero no casco, al estar en un evento oficial en el salón del trono. Así que Líodon aprovechó para atacar su parte más desprotegida.

La mayoría de los oficiales no se dieron cuenta de lo que sucedía, pues también habían avanzado. Todos menos tres, que se volvieron hacia Líodon.

Sin necesidad de seguir ocultándose, empuñó la tercera espada, dejando las otras donde las había clavado. La había disimulado hasta ahora, pero al desenvainarla, quedó expuesta una de las Sombras Gemelas. Bloqueó a uno de sus enemigos, mientras que esquivó a otra saltando hacia atrás.

No se preocupó del tercero. Cerca de éste, había una sirvienta agachada y cubriéndose la cabeza, aterrada. O eso parecía. Desenvainó de repente una espada similar a la de Líodon, que había estado camuflada dentro del disfraz. Con ella, rebanó el cuello del tercer atacante, y se reunió con su hermano mellizo.

Los dos enemigos los miraron tan sorprendidos como alarmados. Aquellas espadas se habían hecho muy famosas en poco tiempo, en gran parte por quiénes eran sus portadores.

Dieron un par de pasos atrás, sin dejar de encararlos, queriendo pedir ayuda. Pero era demasiado tarde. Su nivel no era comparable al de los hermanos, y estos acababan de chocar sus espadas.

Varias cuchillas de luz surgieron hacia ellos, cortando el brazo y pie de uno, y acabando con la vida de la otra.

El que estaba en el suelo fue rematado por una flecha envenenada. Quien la había disparado era una de las rebeldes que se había infiltrado en el comando que había atentado contra Eldi en el pasillo del palacio. Les guiñó el ojo y alzó el pulgar, sonriendo.

Ellos le devolvieron el gesto, pero estaban demasiado preocupados para sonreír.

––Papá...–– miraron inquietos hacia la figura inmóvil que flotaba.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora