Trabajo pendiente

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El mensaje hizo sonreír a Gjaki, que no dudó en levantarse para invocar un Portal.

–¿Qué te crees que estás haciendo?– le recriminó Kilthana.

–Me ha llegado un mensaje de Goldmi. Ha encontrado a su hermana y han vuelto a casa. Voy a verlas– explicó la vampiresa de pelo plateado.

–Están en su casa sanas y salvas, ¿no es así?– quiso confirmar su amiga.

–Eh... Sí, claro.

–Entonces no hay prisa, puedes ir cuando acabemos– zanjó la condesa.

–Pero... No seas así...– suplicó Gjaki.

–Si te crees que vamos a dejarte escapar, estás muy equivocada. ¿Sabes lo difícil que es conseguir que hagas tu trabajo? Siéntate. Cuando antes acabemos, antes podrás irte– concluyó la otra condesa,

–Jiknha... ¿Tú también? Solodkro, diles algo...– pidió la Reina de Sangre, sus ojos cristalinos como los de un cachorro.

–No me mires así. Sabes que tienen razón. Hay muchos asuntos pendientes, y tú eres la causante de más de uno.

–Esclavistas...– se sentó ella, inflando las mejillas.

–Si te vieran así tus fans...– suspiró Kilthana –. A ver, sigamos con la Ciudad de la Luz, ¿cuál es la posición del Reino de Sangre?

–No es como si fuera asunto nuestro, que hagan lo que quieran– los desdeñó Gjaki, cruzada de brazos y sin mirarlos.

–La situación es peligrosa. Podría haber una guerra civil– avisó Jiknha.

–¿Tanto? ¿Cómo ha llegado a eso?– se sorprendió Gjaki, esta vez más seria.

–Nuestra influencia es muy fuerte. No sólo hay muchos vampiros, sino que gran parte de su comercio es con nosotros. Y además te adoran y te temen. Hasta ahora, había habido estabilidad porque nadie se atrevía a oponerse al actual gobernador. Se suponía que tenía tu apoyo, lo que amedrentaba a sus oponentes. Ya no es así desde que se lo quitaste– siguió Jiknha, que era la que más tratos tenía con ellos.

–No es culpa mía... No se lo merecía...– protestó Gjaki.

–Eso da igual. Lo relevante es qué hacemos. No podemos permitir otra guerra civil– dijo Jiknha, preocupada.

–¿Hasta dónde llega nuestra influencia?– preguntó Gjaki.

Sabía que era importante, pero no estaba segura hasta qué punto.

–Si dices una palabra, nadie se moverá. Aunque si nos metemos demasiado, otros países vecinos podrían tratar de intervenir si creen que les perjudica– explicó Solodkro, más familiar con la política exterior.

–Entonces, si aseguramos que no favorecemos a ningún bando, ¿será suficiente? No, espera, tampoco podemos permitir que los otros campen a sus anchas. No podemos dejar que sea el coto de ningún país, ni que dañen a civiles. Está bien si no tenemos influencia directa, pero no que sean una marioneta de otras fuerzas– razonó Gjaki.

–Oh, por fin se ha puesto en modo trabajo. Es un alivio– alabó y se burló Kilthana a la vez.

–Lo que nos ha costado– suspiró Jiknha.

–Ha valido la pena– se unió Solodkro.

–Os odio– los censuró la vampiresa de pelo plateado.

Ellos se rieron, aunque tan sólo fue una breve descanso. Tenían que solucionar aquel problema. La Ciudad de la Luz era un importante socio, además de que muchos tenía amigos o familia allí. Tardaron un buen rato en llegar a una conclusión.

–Bien, ¿entonces hacemos una declaración oficial?– confirmó Kilthana.

–Que así sea– suspiró Gjaki, un tanto abatida. No le gustaba hacerlo, pero era lo mejor.

Pronto, una de las pocas declaraciones del Reino de Sangre sobre política exterior vería la luz, sorprendiendo a muchos. Parecía inocua, pero había amenazas veladas bastante claras sobre cualquier tipo de injerencia exterior, o de daños a los civiles. Decía:

"El Reino de Sangre declara en nombre de su reina que los asuntos de la Ciudad de la Luz deben tratarse en la Ciudad de la Luz, sin la intervención de terceras partes, incluido nuestro propio reino. No obstante, es una ciudad amiga. No nos quedaremos de brazos cruzados si hay un baño de sangre, si se ven involucrados inocentes."

La inclusión de la reina debía tener un efecto disuasorio, insinuando que la propia Gjaki podía intervenir.

La amenaza era clara si las luchas iban más allá de las propias facciones. Les estaban diciendo que se pelearan lo que quisieran, pero que no se sobrepasaran, además de avisar a las fuerzas extranjeras que se mantuvieran al margen. No podían evitar completamente que intervinieran, pero las obligaban a ser muy discretas, limitando a sí su rango de acción.



–Bien, ahora veamos que hacemos con los impuestos, invitaciones, propuestas para ser concubinos de nuestra reina...– siguió Kilthana.

–¿No hemos acabado ya?– la miró Gjaki, suplicante.

–Acabamos de empezar– rio Jiknha.

–Asúmelo– rio también Solodkro.

Gjaki suspiró resignada. No podía odiarlos por hacerle esto, pues al fin y al cabo se había estado escaqueando, dejándoles todo el trabajo.

Tanto las invitaciones a fiestas y otros eventos, así como las de posibles parejas, fueran rechazadas educadamente. Decidieron no hacer caso a la Reina de Sangre respecto a estas últimas. No era buena idea ni para ella insultar a todos los pretendientes.

Respecto a impuestos, seguían una política de imposición relativamente baja, aunque no tanto como para no poder llevar a cabo proyectos importantes. El Reino de Sangre había pasado de ser una zona de guerra con condados aislados a un país próspero, donde las carreteras eran mantenidas y vigiladas. Para ello, los artefactos que Jiknha había adaptado y desarrollado habían resultado esenciales.

Podían mantener una vigilancia constante, día y noche, lloviera o hiciera sol. Incluso había los que eran capaces de mantener alejadas a las bestias de las carreteras, haciéndolas más seguras si cabe. Eso había contribuido a que el comercio floreciera, y con ello el reino.

Además, entre otras cosas y tras muchos obstáculos, habían logrado reinstaurar una especie de sanidad pública. En el pasado, se había realizado en los templos, como en otros países, pero hacía muchas guerras que la mayoría habían sido destruidos.

Lo habían reinstaurado en las casas de sangre, donde los sanadores cobraban un salario no muy alto, pero que les servía para practicar y levear.

Para curas más serias, tenían en nómina a unos pocos sanadores excepcionales, e incluso la propia Gjaki a veces acudía a ayudar. Quizás se tenía que esperar unas semanas para recuperar un brazo, pero se recuperaba.

Sin duda, ello había ayudado a que subiera la popularidad de la Reina de Sangre, y a hacer del reino un lugar atractivo para vivir. No era perfecto y había mucho que mejorar, pero era mejor que muchos de los vecinos. Con esfuerzo y trabajo se podía prosperar, sin riesgo a perder la vida en cualquier recodo.

Quizás por ello, algunos países lo miraban como una amenaza, pero la presencia de la Reina de Sangre era bastante disuasoria. Ella no podía vencer por sí sola a un ejército, pero eso no la hacía menos temible.

Años atrás, un intento de invasión había acabado en una semana. Los artífices del ataque, los que normalmente se quedaban en sus seguros castillos dando las órdenes mientras sus soldados morían, habían fallecido donde se suponía que no había peligro. Dos pequeños agujeros en sus cuellos y sus cuerpos drenados de sangre habían dado una más que certera pista de la culpable.

Nadie se había atrevido a continuar la guerra ni a imitarlos. Una cosa era arriesgar la vida de soldados, y otra muy diferente la propia.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora