Limpieza

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En el juego, no se habían tenido que preocupar de limpiar, ni lidiar con los supervivientes, pero aquello no era el juego. El principal problema residía en que aquellos seres gelatinosos eran muy resistentes a las armas normales. Los cortes o golpes tenían su efecto reducido precisamente por lo gelatinoso del cuerpo, que se regeneraba con facilidad.

La mejor forma de matarlos era destruir su centro neural. Sin embargo, éste estaba escondido dentro de la fuerte protección que proporcionaba el cascarón, que no era nada fácil de romper.

Lo mejor era usar ataques mágicos, o imbuir las armas con ellos. Dado que eran lentos, resultaba relativamente fácil ir acabando con ellos, pero había que ir con cuidado.

Gjaki saltó hacia un lado para esquivar la acometida de un caracol-toro. Si alguien se ponía delante a la distancia adecuada, podían Embestir, usando su cuerpo como una especie de muelle. No era muy difícil predecirlo si se conocía dicho comportamiento, aunque resultaba muy peligroso si te encontrabas con una horda de ellos. Por suerte, ahora estaban un poco dispersos.

El caracol-toro no pudo detenerse y chocó contra una roca. La vampiresa se había puesto allí precisamente para provocarlo. Además, había dejado unos Tentáculos para que lo aprisionaran y corroyeran. De hecho, la magia oscura era muy eficiente contra ellos.

La lince se entretuvo atrayendo a una docena de aquellos seres, saltando entre ellos, rasgándoles solo de pasada. Así, los enfurecía y la seguían, siendo demasiado lentos para resultar una amenaza.

Los llevó hasta una roca tras la que estaba Goldmi. Ésta la rodeó e invocó un Tornado, engullendo a sus enemigos. Si bien los cortes no eran muy efectivos por sí solos, su carne era muy blanda, por lo que no se necesitaba mucho poder para dañarlos. Aunque se regeneraban, el continuo e incansable efecto del hechizo resultó ser mortal para ellos, superando su regeneración.

Además, la elfa iba lanzando Flechas Etéreas, que se incrustaban dentro del cuerpo gelatinoso, dañándolo continuamente. Eran efectivas, siendo su principal inconveniente el gasto de maná.

Por su parte, la azor básicamente vigilaba. De vez en cuando, atacaba a alguno con su aura de viento, pero nunca con Choque. De hacerlo, hubiera corrido el peligro de meterse dentro del cuerpo gelatinoso, lo que hubiera sido muy humillante. Le había sucedido en el pasado.

Eldi no tenía muchos problemas. Una Explosión de Hielo congeló parcialmente a los caracoles-toro a su alrededor. Ello provocó que su cuerpo gelatinoso se endureciera, permitiendo que un Golpe Devastador rompiera a trocitos uno de ellos, como si fuera de cristal.

Junto a él, estaban la pareja de enanos vampiros, también con martillo, que parecían disfrutar mientras trituraban a los caracoles congelados.

Una vez se deshacían de los caracoles, el alto humano y los enanos movían la roca. Luego, él la guardaba, y Aplanaba el camino. De las rocas que habían caído fuera del camino se encargaban Gjaki y algunos colaboradores, Chornakish entre ellos.

Aunque sus habilidades no eran las más efectivas contra aquellos enemigos, sólo el luchar al lado de Gjaki le resultaba suficiente. Se limitaba a provocar a los caracoles-toro y dejarlos caer en las trampas que había colocado la vampiresa.

Quizás lo más gracioso fue la cara que pusieron los primeros aventureros en llegar, junto a algunos soldados. Habían ido a investigar las acusaciones sobre una vampiresa malvada, cuando se encontraron la escena.

–¿¡Qué significa esto!? ¡Aunque hayáis ayudado con los caracoles-toro, habéis dañado la propiedad del reino! ¡Tendréis que responder por el daño en el camino!– amenazó arrogante el capitán.

Dinksa suspiró y simplemente señaló hacia Eldi. Cuando vieron la facilidad con la que estaba reparando el camino y haciendo desaparecer las rocas, se quedaron sin habla.

–¿Qué... Qué sabes de una peligrosa vampiresa?– preguntó el capitán medio minuto después, un tanto aturdido.

–¿La Reina de Sangre? Sólo los asustó para que no estuvieran en medio. Les podría haber caído una roca encima– explicó la diablesa-vampiresa, mostrando entonces sus colmillos y sonriendo.

Los soldados tragaron saliva. Quizás no les asustaba una vampiresa como la que les estaba hablando, pero la Reina de Sangre era otra cosa. Era casi una leyenda, pues no estaban muy lejos del Reino de Sangre. Era tan adorada como temida, y no pudieron sino mirar con aprensión y admiración a Gjaki.

Su pelo plateado resultaba inconfundible, y la facilidad con la que lidiaba con sus enemigos era patente. Ninguno de ellos se atrevió a acercarse, y muchos decidieron alejarse de allí,

Corrían rumores de que un ejército de mil efectivos la había hecho enfadar, y había acabado con todos ellos sin despeinarse. Por supuesto, no era cierto. Al menos, no del todo.

No obstante, también se sabía que no era enemiga del resto de seres vivos, a no ser que la provocaran. Con ella como Reina de Sangre, se habían reactivado las relaciones con su reino, ahora en paz.

Muchos mercaderes iban y venían desde hacía años, y las historias que traían eran generosas con ella. Aunque también se decía en varias de ellas que podía ser temible si la convertías en tu enemiga.



–¿Qué pasa con esa gente? ¿De qué tienen miedo?– preguntó Gjaki.

–La fama de la Reina de Sangre se extiende por estas tierras– explicó Diknsa entre risas.

–Lo has vuelto a hacer, ¿verdad?– la acusó su hija.

–Ja, ja. Era la mejor forma de que no molestaran– se rio Diknsa.

–Es cierto...– quiso darle la razón Chornakish.

Sin embargo, se calló a media frase. La mirada furibunda de su amante le cerró la boca de golpe.

–Vamos, vamos, es hora de comer– le quitó importancia Diknsa.

Así, montaron un pícnic en medio del campo de batalla. A lo lejos, los sorprendidos soldados y algunos aventureros los observaban, sin saber muy bien qué hacer. Se sentían un tanto humillados por ser ignorados, pero tampoco se atrevían acercarse. Ni podían irse hasta que hubieran terminado, al menos los soldados.

No sólo tenían que hacer un informe detallado, sino que la presencia de la Reina de Sangre no podía simplemente ignorarse. Si supieran las veces que había visitado la ciudad disfrazada, quizás a alguno le habría dado un ataque al corazón. Sobre todo a los que habían intentado ligar con ella.

Por si fuera poco, algunos de sus acompañantes también resultaban extraordinarios. Eran más que llamativos el hombre que Aplanaba la carretera, y la elfa que acribillaba a los caracoles. Especialmente impactante era verles hacer desaparecer las rocas.

–Parece que no va a ser fácil obtener la recompensa– se lamentó Gjaki.

–Al menos, hemos conseguido algunas zanahorias– se vanaglorió Coinín, que había ido con ellos, aunque no para ayudar.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora