Reunión de visitantes

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–Bienvenida, ilustre invitada. Cuando esté lista, la acompañaremos– la recibieron un par de sirvientas con extremo respeto.

Gjaki había cruzado el Portal que le habían dejado colocar en la pequeña habitación tiempo atrás. Tras ello, había salido a una habitación de mayor tamaño. Estaba adornada lujosamente, e incluso había un par de sirvientas dedicadas exclusivamente a ella, a pesar de sólo haber estado una vez allí.

Sentada en un sillón, muy rígida e intentando no temblar, había una chica de unos catorce años. Aquella lujosa habitación era su prisión, y quien acababa de llegar, su temida propietaria.

Había pasado los días entre aquellas paredes, con opulentas comidas a su disposición, y dos sirvientas que se hacían cargo de todas sus necesidades, desde vestirla a bañarla. No obstante, no dejaba de ser una prisión, alejada de su familia, donde su única función era esperar a que la persona a la que había sido entregada volviera.

Era una demihumana gatuna, con un delicado pelaje entre gris y azul claro. Sus ojos también azules reflejaban el temor de su corazón, pero no podía sino resignarse a su destino.

A pesar de que había asumido su posición, a pesar de que sabía qué iba a pasar, su cuerpo no pudo dejar de temblar cuando su propietaria se acercó.

No se atrevió a moverse un ápice cuando la boca y los colmillos se acercaron a su cuello. Apenas le había dolido la primera y última vez que la había mordido, pero no por ello la aterraba menos. Su raza era reputada entre los vampiros por tener una sangre deliciosa, razón por la cual la habían secuestrado. Como un regalo para su actual propietaria.

–Todo saldrá bien. Dentro de poco, esta pesadilla acabará– le susurró una voz en su oído.

No pudo evitar volverse hacia la figura que se alejaba, a la que vio salir de la habitación, siguiendo a una de las sirvientas. No sólo no la había mordido, sino que parecía haberla querido consolar. No entendía nada, no sabía si debía temer o tener esperanza. Al menos, había dejado de temblar.



Gjaki siguió a la sirvienta por los lujosos pasillos hasta otra habitación. Tras llevarla allí, la sirviente se despidió, volviendo a su tarea.

Había varios sirvientes y guardias allí, aunque la vampiresa se fijó en otros dos individuos que eran huéspedes como ella. Uno de ellos iba encapuchado y estaba sentado en un sillón, sorbiendo una bebida de una taza. Parecía reptiliano, aunque diferente a Kroquia y los suyos. De lo poco que podía apreciarse, su cola era mucho menos voluminosa.

El otro era algún tipo de demonio cuya especie desconocía, y que estaba medio tumbado en el sofá. Su sonrisa resultaba un tanto escalofriante, con su amplia boca semiabierta mostrando dos largas hileras de afilados dientes triangulares. Su piel era de un lila claro, y su pelo rojo sangre le llegaba hasta media espalda.

–Así que tú eres la Reina de Sangre. Te imaginaba más alta. Soy Asmodeo. Oye, esa monada que te han regalado... Sólo la quieres para su sangre, ¿verdad? ¿Por qué no me la prestas luego un rato?– pidió el demonio, sin ningún tipo de escrúpulos.

–No me gusta prestar mis juguetes– se negó ella.

–Tsk. Agarrada... ¿Y esa sirvienta? Está buena, no la había visto antes– siguió él, relamiéndose.

–Es una de las asignadas a servirme y cuidar de mi posesión– explicó ella, reacia y con desagrado.

–Je, je. Entonces, no te importará que la pida cuando acabemos, ¿verdad? Una vez te lleves a tu monada, ya no la necesitarás– insistió.

–No es asunto mío. Dejémonos de tonterías. ¿Cómo lucháis? Yo cuerpo a cuerpo– zanjó ella el tema.

No es que no le importara lo que le pasara a la sirvienta, pero el "después" era algo que podía cambiar mucho. Ya habría tiempo de preocuparse. Además, aquel visitante quizás no saldría con vida. Había oído hablar de él, y lo único que sentía era repulsión. A pesar de ello, dudaba de que tuviera la oportunidad de encargarse de él, había quien lo odiaba de verdad.

–Golgo, francotirador– habló el reptiliano.

Sin duda, era alguien de pocas palabras. Además, le sonaba el nombre.

–¿De un anime?– se preguntó, no del todo segura.

–Soy luchador a media distancia. Estaré detrás de ti. Golgo nos cubre. Je, je, somos el equipo perfecto– propuso Asmodeo.

–Por mí, vale– Gjaki no lo contradijo.

Le estaba bien ese tipo de formación. No le gustaba que los otros dos estuvieran a su espalda, pero tampoco pretendía llevarla a cabo. Tenía otros planes.

–Oye, ¿y a ti cómo te han convencido? A mí me dan un título y una tierra llena de preciosas vasallas. Je, je. Las voy a disfrutar. Y encima sólo tengo que matar a un idiota. Ese quiere no sé qué trozo de reliquia para hacer agua. ¿Tú has venido por esa gatita?– la interrogó.

–Ella es un extra. Hay artefactos en los que estoy interesada. ¿Agua?– se extrañó ella.

–El agua de mi tierra dejó de correr siglos atrás. Necesito completar el Aqtlua para volverla a traer, al precio que sea. Si sabes algo de algún fragmento, puedo pagarte– respondió Golgo.

Gjaki lo miró, como si quisiera ver a través de la capucha. Si no estaba equivocada, era uno de los Aqtlanos, unos reptiles entre amarillo y marrones que vivían en un enorme desierto. Había llevado a cabo algunas misiones allí en el juego.

–Al menos, parece que tiene una razón importante– se dijo a sí misma.

No pudo evitar preguntarse que estaría dispuesta a hacer para salvar a su familia, a los habitantes de la mansión. Quizás, más de lo que quería reconocer. Decidió que, si le era posible, no lo mataría. Aunque no tendría piedad de su enemigo si se interponía.

Fue entonces cuando apareció el último visitante. También estaba cubierto, e iba acompañado por una pantera negra.

–Mago, ataco a distancia. Si os digo que salgáis, salid, o acabaréis calcinados. Si tenéis algo que decir respecto a la estrategia, hablad. Si no, no tengo tiempo para cháchara– se presentó, sin decir su nombre.

Gjaki contuvo su sonrisa mientras miraba a la pantera. Ésta le devolvió la mirada, con sus ojos amarillos amenazantes. Al menos, eso parecía al ojo inexperto.

En realidad, la felina se sentía frustrada, irritada e incluso humillada. No le gustaba disfrazarse de pantera, de hecho, de nada que ocultara su "elegante porte". Pero era la única forma de estar allí, además de que al mago le resultaba conveniente tener a alguien que lo defendiera cuerpo a cuerpo. Tenía recursos suficientes para protegerse por un tiempo, pero era su faceta más débil.

Ocultos bajo la capucha, los ojos felinos del mago centellearon por unos momentos, observando a Asmodeo con ferocidad. Llevaba mucho tiempo buscándolo por las atrocidades que había cometido en su reino.

Apretó el báculo con fuerza. Tenía que tener paciencia, aún no era el momento.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora