Preparaciones (II)

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Más y más agentes fueron llegando, hasta un total de veintiséis. Eso provocó que Gjaki mirara a Eldi y sonriera satisfecha. Se había acercado más, así que había ganado la apuesta.

Estaban los tres al borde de la loma, vigilando a los supuestos objetivos. Suponían que sus enemigos tenían planeado algo contra ellos, así que se habían quedado allí. No querían luchar aún, y no se atreverían a atacarlos si estaban en la línea de visión de sus objetivos, por temor a alertarlos.

Eldi observaba con interés los esfuerzos para sellar el espacio. Dieciséis de ellos habían rodeado el lugar, sacado unos extraños artefactos, e imbuido maná en ellos. Una especie de cúpula se había ido creando, prácticamente invisible. Si no hubiera estado observando atentamente, no hubiera percibido nada.

No entendía muy bien la función de aquella cúpula de maná, cómo se suponía que distorsionaba el espacio e impedía la correcta aplicación de la función de retorno de los pases. Aunque, más que frustrarle, acrecentaba su interés. Sólo lamentaba de no tener tiempo de estudiarla detalladamente.

Observó minuciosamente las acciones de cada agente que tenía a la vista, es decir, cuatro. Una de ellos le llamó especialmente la atención. Sus acciones eran algo diferentes a los demás, y el resultado era una extraña distorsión casi imperceptible.

–Hay algo raro en esa agente– murmuró Eldi a sus compañeras.

–¿Bueno o malo?– preguntó Gjaki.

–No estoy seguro. Algo le está haciendo a la barrera. Quizás sabotearla, o quizás hacerla más peligrosa. No lo sé– respondió Eldi, algo frustrado por no poder deducir más, por su falta de conocimiento.

–Le echaremos un ojo– aseguró Goldmi.

La elfa avisó a sus hermanas para que pusieran especial atención en ella, ya fuera desde el cielo, o desde su escondite. La lince no había aparecido frente a los agentes, escondida, al acecho.

El resto de agentes, los que no estaban preparando la cúpula de maná, esperaban pacientemente en sus posiciones, creando poco a poco una niebla artificial. No era algo excepcional en la ciénaga, por lo que no debería levantar sospechas. En cuando sus compañeros acabaran, esperarían media hora para recuperar el maná, y luego atacarían.

El plan era avanzar en silencio y rodear la tienda en tres círculos concéntricos. De esa forma, si alguno salía y conseguía escapar un primer cerco, aún tendría que superar otros dos. En cuanto llegaran cerca de la tienda, atacarían bombardeando con sus hechizos y habilidades.

La misión era que Eldi Hnefa no escapara con vida. Si sobrevivía y lo podían capturar, mejor, pero no iban a correr ningún riesgo. No sabían cuán poderoso era, pero había demasiadas leyendas sobre él, quizás exageradas.

Ni por un momento se plantearon confirmar primero que realmente era él. Lo comprobarían con su cadáver. Si resultaba no serlo, tan sólo habría sido una pérdida de tiempo.

Aquel era un comando de élite encargado de las misiones no oficiales, de los trapos sucios, de aquellas acciones que no podían reconocerse. De hecho, si fallaban o eran capturados, el reino de Engenak negaría cualquier implicación. Incluso se mostrarían ultrajados porque "un grupo de malhechores hubieran usado su nombre".



–¿Quién se queda con ellos?– preguntó el que parecía ser el líder del grupo.

–Yo misma– se ofrecía una de las agentes con cierta desgana.

Los tres compañeros se miraron. Era la que había indicado Eldi, demasiada casualidad.

La vigilaban de reojo mientras veían a los demás acercarse sigilosamente a la tienda. La niebla se había ido concentrando sobre la tienda, cegando a sus ocupantes, y dejando el terreno despejado para los atacantes.

Gjaki y Eldi se tensaron cuando la agente se acercó a ellos sin motivo aparente. No creían que intentara matarlos aún, pero más valía estar preparados.

–Más os vale salir de aquí o vuestras vidas correrán peligro– los avisó ésta en voz baja, muy seria.

Ellos la miraron estupefactos. Creían que podía traer nefastas intenciones, pero en lugar de ello, les estaba intentando salvar la vida.

No podía ser una trampa. El resto de agentes estaban acercándose a la tienda, no tenía sentido tenderles una trampa ahora. Sería mucho más fácil una vez cumplido su objetivo, cuando hubiera más disponibles.

–¿Y la recompensa?– preguntó Gjaki.

No sabía muy bien qué estaba pasando, así que hizo la pregunta absurda por si podía obtener más información. Intentaba seguir pareciendo ingenua.

–¡Olvidaros de la recompensa, vuestra vida es más importante! ¡No os darán recompensa, os matarán!– exclamó la agente, visiblemente exasperada, aunque sin levantar la voz.

–¿Qué te pasará a ti si desaparecemos?– intervino Eldi.

–Eso será lo de menos. Cuando vean que...– empezó a decir, pero no acabó la frase.

No se les escapó que mirara por un instante hacia la barrera. Su actitud confirmaba sus sospechas sobre que le había hecho algo.

La miraron con suspicacia, dubitativos, sin saber si podían confiar en ella. Sin embargo, parecía que no estaba con sus enemigos, lo que hizo pensar a Eldi en algo que había hablado con su hija adoptiva.

–¿Estás con Lidia?– le preguntó, mirándola a los ojos.

A pesar de que su rostro estaba tapado, el shock que provocaron las palabras del alto humano fueron evidentes. Dio un par de pasos atrás y empuñó un espada corta, visiblemente trastornada.

–¿Quiénes... Quiénes sois?– preguntó.

Alzaba la espada amenazante, pero no parecía querer atacar. Más bien, se la veía sorprendida, boquiabierta, sin saber muy bien qué hacer.

Eldi sacó de su inventario un emblema que le había dado Lidia y lo mostró. Al mismo tiempo, Gjaki y Goldmi estaban tensas, preparadas para actuar en cualquier momento.

La supuesta agente miró el emblema con los ojos y la boca muy abiertos. Sacó entonces algo de entre los pliegues de su ropa, un emblema similar, provocando que ambos reaccionaran el uno al otro, brillando levemente. Sólo entonces, ella envainó la espada.

–¿Quiénes sois...? No, espera, no puedo preguntar eso. Esto... Si sois de la resistencia, entonces ¿ese supuesto Eldi Hnefa que está en la tienda...?– preguntó ella, extrañada.

–Antes de eso, dinos, ¿quiénes son ellos? ¿Qué clase de personas son?– interrumpió Goldmi.

La agente miró hacia los que avanzaban con evidente odio y desprecio. Había dejado de ocultarlo.

–¿Personas? No tienen nada de humano. Son un comando que se encarga del trabajo sucio de la realeza de Engenak. Son lo peor de lo peor. No les importa matar civiles indefensos, incluso niños, ya sea por su objetivo o por no dejar testigos. Para infiltrarme, tuvimos que simular varias matanzas– explicó ella, apretando los dientes.

Sus dudas sobre los supuestos aventureros se habían desvanecido. Aquellos emblemas no eran falsificables, y habían resonado. No lo dijo ni lo expresó, pero estaba realmente anonadada. El emblema que había sacado aquel hombre-pantera era de muy alto nivel. ¿Quién podía ser?

–Entonces, no hay motivo para mostrar piedad. ¿Goldmi?– sentenció la vampiresa.

La elfa asintió y empezó a Retener flechas, mientras una Etérea esperaba en el arco. Pronto sería el momento de la verdad.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora