Huevo en apuros

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Cuando la elfa salió del segundo túnel, estaba magullada, despeinada y cubierta de polvo. Lo primero fue tratado con una Curación Básica. De lo segundo se ocupó una de sus asistentas. Para lo tercero, metió la ropa en el inventario, invocó Ducha de Viento, y se la volvió a poner.

Ducha de Viento no era un hechizo aprendido durante el juego, sino algo que había desarrollado ella misma. No le había sido excesivamente difícil, pues tan sólo era manipular su control de viento de una forma ligeramente distinta, una adaptación de sus otros hechizos. No sólo había tenido muchos años para lograrlo, sino que sus hijas eran a menudo una buena práctica.

Si bien no era tan efectivo como una ducha normal, era más que suficiente para quitarse gran cantidad del polvo. Y dificultar por unos instantes el trabajo a la mini Goldmi que le estaba arreglando el cabello.

Todo ello lo hizo mientras Flotaba para llegar al suelo. Canceló el hechizo para bajar más rápido, dejándose caer, y con Colchón para suavizar su aterrizaje.

–Hermana, te necesito– llamó entonces.

La lince, que ya se había desperezado avisada por la elfa, desapareció.

–Parece que Goldmi la ha llamado– expuso lo obvio el alto humano.

–Espero que esté bien– deseó la vampiresa, ligeramente nerviosa.

Podía enfrentarse a un ejército, pero estar allí sin poder hacer nada y sin saber qué pasaba le resultaba agobiante.



Cuando Goldmi salió del segundo túnel entre las rocas, encontró el huevo siendo acosado por unos extraños bichos. Lo rodeaban y escalaban sobre él, y estaban intentando penetrar la dura cáscara.

De ocho patas y unos veinte centímetros de longitud, eran las llamadas garrapatas draconianas, un parásito de los dragones. Dado que estos no habían aparecido durante días, y había un objeto ovalado con una aura simular, intentaban alimentarse de él. No era algo que pudieran conseguir inmediatamente, pero con el tiempo, acabarían por romperlo.

Goldmi podía haber disparado flechas, o acercarse y usar su poder de viento o sus armas. Sin embargo, temía dañar el huevo. Aunque de gran dureza, no era en absoluto irrompible.

Lo que sí poseía era una prácticamente absoluta resistencia al fuego. De hecho, incluso le era beneficioso. Si en algún momento una escena similar ocurría, un dragón se limitaría lanzar su Aliento de Fuego sobre el huevo, fulminando a los osados ácaros.

Así que la lince se acercó envuelta en fuego, dejando que su área quemara las garrapatas, mientras la elfa observaba con aprensión el desprendimiento que había tenido lugar días atrás. Las rocas más cercanas habían quedado a tan sólo unos metros del huevo, y algunas incluso habían rodado más allá. Con peor suerte, podría haber sido aplastado.

Una vez calcinadas las garrapatas, Goldmi se acercó al huevo, temerosa de que fuera demasiado tarde. Para su alivio, notó que la vitalidad surgía de él, por mucho que pudiera estar más débil.

Abrió entonces un Portal hacia donde estaban sus compañeros, donde había inscrito un Portal de Salida. Tal y como se temían, fue imposible llevar el huevo de dos metros y medio a través de él. No podía hacer pasar por un Portal a un ser vivo sin su aprobación. Y tampoco podía guardarlo en el inventario.

Dejó que su hermana se quedara junto a él, calentándolo. Estaba algo frío tras una semana sólo, aunque eso era todo lo que podían hacer por él. La necesaria aura draconiana era algo que no le podían proporcionar.

Tras encontrar un lugar donde dejar un Portal de Salida, que dejó custodiado por sus hermanas, creó de nuevo el Portal hacia donde estaban sus compañeros.

Estos la miraron intrigados cuando apareció, pero no fueron los únicos. Sin atreverse a preguntar, los padres esperaban noticias, así como la Anciana.

–Está bien. Había unos bichos de ocho patas, pero los hemos quemado. El problema será sacarlo. Tenemos que agrandar el paso– informó ella.

Los dragones se sintieron aliviados, pero también preocupados. Aún había esperanza, pero no estaba ni mucho menos hecho.

–Llévanos– pidió Eldi, coincidiendo con Gjaki.

Así que se despidieron de los ansiosos dragones, y cruzaron un nuevo Portal. Por desgracia, los dragones eran demasiado grandes para pasar por él.

–Anciana, ¿pueden hacerlo?– preguntó la madre tras verlos marchar, ansiosa.

–Si el destino los ha traído, por algo será– respondió ésta misteriosamente.

De hecho, ella misma tenía dudas. Pero diciéndolo así, podía tranquilizar a los padres un poco. Si no salía bien, ya habría tiempo de lamentarse. Sería un gran pérdida, pues no muchos dragones nacían cada milenio.



–¿Y si lo metemos más adentro? Si encontramos un lugar sólido, los dragones podrían abrirse paso– sugirió Gjaki.

–Mi hermana ya lo ha explorado. Hay desprendimientos en toda la cueva. Menos que aquí, pero podría acabar de caerse si la fuerzan– negó Goldmi.

–Pues tendremos que abrirnos paso– suspiró Eldi, mirando la montaña de rocas.

–¿Cómo lo hacemos? Por abajo debe de ser imposible y mucho más ancho. Por arriba, tenemos que sacar las piedras y bajarlas, lo que nos llevará mucho tiempo. No podemos simplemente tirarlas– se preocupó la elfa.

–Supongo que sólo podemos aumentar nuestro stock de rocas– sonrió Gjaki.

–Oh, ¡es verdad!– exclamó Goldmi, acordándose entonces de que podían simplemente guardarlas, una vez eran capaces de levantarlas.

–¿Dejamos a tus hermanas vigilando el huevo?– propuso Eldi.

–Sí. También podemos poner una pared para protegerlo, por si acaso– sugirió la elfa.

–¡Buena idea!

Así, sacaron varias rocas del inventario para rodear al huevo, haciendo de muro. Tras ello, La elfa Flotó hasta el paso que había cruzado antes, y les lanzó una cuerda, por la que subieron con cuidado. No sabían hasta qué punto era frágil aquel cúmulo de piedras, si podía moverse o derrumbarse.

Una vez llegaron arriba, empezaron a coger rocas y meterlas en el inventario. Poco a poco, con sumo cuidado. Las levantaban entre dos o tres si eran grandes. O las dejaban estar si lo eran demasiado.

Iban con cuidado para que las de debajo no se soltaran, al perder la presión de las que tenían encima. Por si acaso, la vampiresa había dispuesto sus hilos como si fueran una red metálica de las que se usan para evitar desprendimientos.

El mayor problema lo encontraron al intentar mover una roca que estaba incrustada al techo. No sólo lo tocaba, sino que lo sostenía. Si la quitaban, se les caería encima. No era la primera vez que les había sucedido, pero ahora no podían simplemente desviarse, pues al otro lado del túnel había otra similar. Tenían que quitar una de las dos.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora