Viejas amistades (II)

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–Demos la reunión por acabada por hoy. Todos tenemos trabajo que hacer– interrumpió la gran jefa de la Cámara de Comercio.

El resto la miraron sorprendidos por un momento, pero enseguida asintieron. Recogieron los papeles y se volvieron a sus despachos. No se extrañaron mucho, no era la primera vez que se suspendía así una reunión. Probablemente, había surgido un asunto urgente o una visita importante.

–Esto sí que es inesperado– se dijo ella.

Se aseguró de que la puerta del despacho estuviera cerrada y abrió una compuerta secreta. El abrirse de la pared la hizo sonreír. Precisamente, su visita se había sentido decepcionada en el pasado porque no estuviera entre los libros en lugar de en la pared. Era sin duda una opinión curiosa.

Llegó a una habitación con varios círculos mágicos inscritos en el suelo, y activó uno de ellos tras entrar en él. Inmediatamente, desapareció de allí para materializarse en un lugar lejano.

–Hola, Gjaki. ¿Qué te trae por aquí? ¿Tienes algo qué vender?– la saludó, con esperanza en su voz.

Cada vez que ésta traía algo para vender, solía ser un artículo extraordinario. Deseaba que fuera la razón de la visita.

–Hola, Tihgla. Me temo que no traigo tan buenas noticias– le devolvió la vampiresa el saludo.

–Oh. ¿Qué ha sucedido?– preguntó entre curiosa y algo preocupada. Que Gjaki viniera en persona para traer malas noticias no era alentador.

Cuando le empezó a contar, al principio se sintió un tanto incrédula, pues no tenía mayor importancia que un empleado se hubiera mostrado irrespetuoso. Sí, habría que disciplinarlo como mínimo, pero no era una razón para que la gran jefa y la Reina de Sangre se reunieran.

Cuando le contó la actitud de la casa de subastas ante las amenazas de Johil durante las pujas, empezó a irritarse. Si bien no era suficiente para que Gjaki viniera en persona, sí resultaba un problema importante para ellos. Lastraría la reputación de la Cámara de Comercio, si no lo estaba haciendo ya.

Tenía que confirmarlo y poner fin a ello cuanto antes, de forma pública, estricta e inequívoca. Debía ser un aviso. Y debía investigar si algo similar sucedía en otras delegaciones. Quizás iba siendo hora de otra purga masiva. De la última, hacía ya más de veinte años. Algunos se estaban acomodando demasiado.

Pero fue cuando la vampiresa le explicó que los habían emboscado a la salida, y que Jonmio había sido quien se lo había revelado a Johil, que perdió el control de sí misma por un momento. Una pequeña mesa sufrió las consecuencias, partiéndose en dos.

–Sigues teniendo el mismo genio– sonrió Gjaki, alzando ligeramente las cejas.

–Lo siento, esto es inadmisible. No sé qué puedo hacer para disculparme en nombre de la Cámara de Comercio. Pide lo que quieras como compensación. Te aseguro que me encargaré de esto. Lo pagarán– prometió una visiblemente avergonzada y enfurecida demihumana ratuna.

Incluso se levantó e hizo una profunda reverencia, pidiendo perdón por los actos de subalternos. Se sentía sumamente humillada por la actitud de estos. Lo que habían hecho, en especial Jonmio, quebrantaba todas las normas de la entidad que presidía. Y, lo que era peor, toda la confianza que debían transmitir.

–Me basta con eso. Al menos, tú no has cambiado. De verdad me alegro– aseguró la vampiresa –. Aunque... Quizás hay alguien a quien me gustaría recomendar.



Tras la reunión con la vampiresa, Tihgla no volvió directamente a su despacho, sino se teleportó a otra habitación. Apenas había una mesa con una esfera encima, además de una silla.

Se sentó y activó la esfera con maná y una gota de su sangre. Sólo la líder suprema de la Cámara de Comercio tenía acceso allí. Cerró los ojos y proyectó una imagen mental de su objetivo.

–¿Jefa? ¿Qué hay de nuevo?– respondió en su mente una voz jovial.

–Tengo un trabajo para ti. ¿Te apetece ir a la Ciudad de la Luz para unas investigaciones? El pago es bueno, pero tiene que ser rápido– propuso.

–¡Claro! ¿Qué hay que hacer?– aceptó sin dudar.

No tardó mucho en explicarle la situación. Necesitaba comprobar los datos que había obtenido de Gjaki, y destapar a todos los involucrados. Además, asegurarse de que no escaparan, y no levantar sospechas.

–Un trabajito divertido. Hacía mucho que no tenía uno de estos. Llegaré en un par de días. ¿Alguna cosa más?

–No es prioritario. Si tienes tiempo, investiga a una empleada llamada Lakniba. Familia, amigos, compañeros, lo que piensan de ella– pidió Tihgla.

–Oh. Suena a promoción. ¿Cómo de alta?

–Si es tan merecedora de confianza como dice quien la ha recomendado, no es un talento que podamos dejar escapar.



–Lina, ¿puedes explicarnos que es lo que ha pasado? ¿Por qué has vuelto golpeada y con esa marca en la cara?– le preguntó su madre, entre preocupada y asustada. Había reconocido la marca.

–Mamá, papá... Verás... Estábamos con Johil y...



–Tulno, ¿¡qué es lo que has hecho!? Esto es... Muy grave– le interrogó su padre, aterrado.

–Bueno, Johil quería dar una lección a...



–Likno, Likna, ¿¡cómo os ha pasado esto!? ¿¡Quién es el culpable!?– les preguntaron sus padres, indignados.

–Esto... Estábamos en la subasta y...– empezó a explicar uno de ellos.



Escenas similares se sucedieron en las casas de varias familias adineradas. Ninguno de sus hijos se atrevieron a ocultarles la verdad, pues sabían que se acabarían enterando de todas formas, y sería peor. La mayoría de sus padres eran amigos, y hablarían entre ellos.

Las reacciones fueron diferentes, aunque podían englobarse en tres.

Los primeros estaban aterrados ante la posibilidad de ganarse la animadversión o el odio de la Reina de Sangre. Temían represalias o repercusiones en sus negocios. Su reacción fue enviar largas cartas de disculpas e incluso regalos.

Los segundos estaban enojados con sus hijos. No era por la mala suerte de haberse encontrado con la Reina de Sangre, sino por su inadmisible comportamiento. Sentían que habían fallado como padres. Estos progenitores pidieron perdón a Gjaki y prometieron disciplinar a sus hijos. Es cierto que algunos de estos también pertenecían al primer grupo, sumando el temor por sus intereses comerciales.

Luego estaban los que se habían enojado por el sufrimiento de sus hijos, dándole apenas importancia a su comportamiento. Quizás, un castigo menor, que nunca sería más duro que no poder salir hasta que desapareciera la marca. Taparla no era una opción, pues pronto la voz se correría. Alguien con la mejilla tapada sería señalado por la calle.

De este último grupo, había los que incluso enviaron cartas airadas pidiendo explicaciones, que encontraron su lugar de descanso en el fuego de la mansión.

Gjaki marcó al último grupo como sin remedio. Del primero no sabía qué pensar, y el segundo le hizo no perder la esperanza. Que se vieran favorecidos en el comercio con el Reino de Sangre, fue casualidad. ¿Probablemente?

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora