Nomuertos a tropel

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–¿De verdad no puedo intentarlo?– protestó una joven vampiresa de aspecto gatuno.

–Ya tiene a alguien– respondió la otra, suspirando.

–Pero está soltero, y no ha traído a nadie todos estos días. Es guapo, fuerte y atento. ¿Seguro que tiene a alguien?– volvió a preguntar la primera.

–Sí, Gjaki lo confirmó, y lo hizo como aviso. Oí algo de que la estaba buscando. ¿Crees sino que no intentaría seducirlo yo primero?– aseguró la segunda, una vampiresa humana.

Ambas estaban mirando desde la entrada a Eldi, a escondidas. En estos momentos, el alto humano daba clases de artesanía a uno de sus discípulos. Había subido de nivel, y le estaba mostrando algunas recetas sencillas para que pudiera practicar.

–¡Ay!

–¡Ou!

Se quejaron las dos, al recibir cada una un golpe en la cabeza.

–Dejad de chismorrear. ¿No os tocaba dar de comer a Bolita?– las sermoneó Diknsa.

–Ahora íbamos. No hacía fata que pegaras tan fuerte. Duele...– se quejó una de ellas, mientras la otra se frotaba la cabeza con la mano.

–Quejicas...– suspiró Diknsa.

Miró un momento hacia el alto humano y su aprendiz, y siguió su camino. Tenía que encontrar a un joven vampiro que se estaba escaqueando de limpiar. Había prometido hacerlo si le dejaban montar una pequeña fiesta, pero dicha habitación estaba hecha un desastre.

–Siempre tengo que ser la mala– se quejó, dirigiéndose hacia su objetivo.

Sabía dónde estaba. Las cámaras lo habían visto entrar en su habitación hacía varias horas.

–Seguro que aún está durmiendo. Ya es hora de despertarlo– amenazó la vampiresa diablesa.



–Buenos días, ¿nos vamos?– entró Gjaki en la sala.

–Claro. ¿Ya has acabado?– preguntó Eldi.

–Por ahora. Aunque me temo que cuando acabemos con los nomuertos, Kilthana me va a secuestrar un día entero– suspiró la vampiresa.

–Ja, ja. Ahora voy, un momento– dijo Eldi, antes de volverse hacia su aprendiz –. Practica de momento esto. Te enseñaré otras recetas otro día. También puedes preguntarle a Lilt.

–Eso haré. Gracias, maestro Eldi– se despidió éste.

La vampiresa sonrió al oírlo, aunque esperó a que estuvieran fuera para molestar un poco a su compañero.

–Así que maestro Eldi. No está mal, has avanzado bastante– se burló.

–Al menos ya no me llama señor Hnefa. Aunque no sé si conseguiré que me llamé sólo Eldi– se encogió él de hombros.

–Je, je. Es muy serio, y te admira mucho. Sabes, está intentando usar un hacha porque te ha visto a ti. Aunque no sé si se atreverá a pedirte consejo...– le reveló ella.

–Vale, vale, ya me ofreceré. ¿Contenta? Sólo avísame cuando esté preparado– se rindió Eldi enseguida, levantando los brazos.

Sabía que era una guerra que tenía perdida, y el joven vampiro le caía bien. Gjaki sonrió satisfecha, antes de invocar un Portal para recoger a Goldmi. Entre risas, la elfa les entregó unas pinzas de parte de sus hijas.



–No han cruzado tampoco aquí– observó Eldi.

Las trampas estaban inmaculadas, sin haberse activado. No había rastros de nomuertos, y Detección de Vida tampoco encontraba nada. Aunque quizás debería llamarse Detección de Muerte en este caso.

Habían vuelto a la cueva y recogido las rocas, descubriendo absolutamente nada. Finalmente, llegaron a la última barricada, en la que como siempre abrieron un pequeño agujero primero, dejando pasar un Murciélago.

–Oh... Vaya... Esto...– se quedó la vampiresa sin palabras.

–¿Pasa algo?– preguntó la elfa.

–Creo que será mejor que lo veáis por vosotros mismos– le respondió misteriosamente.

La miraron confundidos, aunque no preocupados. Si hubiera peligro, los habría avisado. Así que cogieron y guardaron las rocas en el inventario, para avanzar hacia la salida de la cueva.

Allí, se encontraron un espectáculo más tétrico de lo que podían haber imaginado. El día anterior, había estado lleno de nomuertos que no traspasaban la entrada. Ahora, no sólo estaba lleno, sino que estaban subidos los unos encima de los otros, de forma totalmente desordenada.

Los miraban con deseo, amenazadores, queriendo consumirlos, convertirlos en uno de ellos. Eso no era nuevo, pero si lo era la magnitud del número. Desde dentro de la cueva, no alcanzaban a vislumbrar la altura de aquella inmensa aglomeración de nomuertos.

–Creo que tienes trabajo– miró la vampiresa a la elfa, sin salir de su asombro.

–Espera, te pongo las bendiciones– se ofreció el alto humano, mirando de reojo la salida de la cueva.

–Ya estás licheando...– criticó Gjaki, bromeando.

–Eso no es lichear, es tan sólo una distribución equitativa de la experiencia– se defendió Eldi, tomando un tono artificialmente serio.

De hecho, muchas bendiciones resultaban inútiles en aquellas circunstancias. Aunque no todas. Esencia de Maná era realmente útil

–Pffff. Dejad de jugar. Dios. Esto es realmente aterrador– reaccionó finalmente la elfa, cerrando la boca.

Se acercó a la salida e invocó un primer Pilar de Luz. Luego otro, y otro, y otro, y otro.

Sus hermanas no tardaron en transferirle maná con Vínculo de Maná, y Eldi hizo lo propio con Préstamo de Maná.

Muchos de los nomuertos fueron vaporizados, pero algunos resistieron. Los niveles estaban mezclados, pero los había de hasta nivel 100. Incluso había cierto espectro que sobrevolaba los Pilares y se sumergía en ellos.

No los remataron. Los dejaron estar, dejando que los nomuertos que estaban detrás los pisaran y cubrieran. Rápidamente, rellenaban el hueco que habían dejado los anteriores, atraídos por el aroma de los vivos, e incitados por fuerzas a las que no podían oponerse.

Pronto, más Pilares de Luz los alcanzarían, y los supervivientes acabarían siendo totalmente purificados.

–Aah. Lo puedo sentir. Es más fuerte, pero no sé si suficiente. Vamos, hazte más fuerte aún, sólo un poco más– hablaba consigo mismo el espectro.

Había otros, que observaban desde lejos. Habían ayudado a traer a los nomuertos y contenerlos. Miraban con envidia como estos eran purificados, con envidia y esperanza.

No obstante, no se acercaron más. Sabían que no podrían contener sus impulsos. Ya les costaba, aun estando lejos, y no querían perder esa esperanza de morir que había llegado después de tanto tiempo. Ni siquiera sabían cuánto había pasado.

Mientras estos observaban con expectativas de muerte, Eldi y Goldmi sentían asombrados la cantidad de experiencia que iban ganando. Al final del día no sabían cuántos miles habían sido purificados, pero sí que habían subido dos niveles, hasta 98.

Resultaba increíble, pues a niveles tan altos, los requerimientos de experiencia eran mucho mayores. Sin embargo, la cantidad de nomuertos era tan inmensa y estaban todos tan apelotonados, que resultaba el leveo más eficiente que habían hecho nunca.

Incluso Gjaki sentía cierta envidia, aunque ella era la que menos podía quejarse. Al fin y al cabo, había subido los últimos niveles con el sacrificio de un único dragón moribundo.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora