En palacio (II)

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Quizás, lo más extraño era que se habían disparado menos proyectiles que asesinos había, lo que había facilitado el trabajo del Molino de Eldi. Resultaba un tanto extraño, pues aquellos eran asesinos de élite.



–Mierda. Dos ráfagas más y nos vamos. Si no hay opción de matarlo, apuntad a los traidores en la última– ordenó el líder, refiriéndose a los que habían seguido al alto humano hasta allí.

Se habían retirado momentáneamente de los agujeros en el techo, o el suelo desde su punto de vista. Estaban recargando una especie de ballestas, no sólo físicamente, sino también con maná.

Lo que no esperaban era que una de sus compañeras desfalleciera, con una de aquellas pequeñas flechas clavadas en el cuello. Debido a ello, no podía gritar, aunque eso tampoco la habría salvado. El veneno se había introducido en su cuerpo.

–¿Cómo...?– se quedó un instante patidifuso el líder.

–Lo... Lo siento... Se disparó... No lo entiendo...– se disculpó otra, tartamudeando.

–¿¡Se te escapó!? ¿¡Qué quieres decir con que se te escapó!? ¡La has matado!– se dirigió furioso hacia la causante –¡Aaaargh!

Fuera de sí, quería golpearla, quizás matarla. Creía que estaba asustada y avergonzada, pero demasiado tarde se dio cuenta de que fingía. Cuando una espada que ella blandía le atravesó el corazón.

–Traid...

Cayó al suelo sin fuerzas. No sólo el filo lo había perforado, sino que un hechizo eléctrico imbuido en el arma lo había paralizado y dañado desde dentro.

–No soy yo la traidora– murmuró la rebelde infiltrada.

Habían identificado hacía tiempo a algunos miembros de aquel grupo, y unos días atrás habían logrado emboscarlos y acabar con ellos. Dada la urgencia de su misión actual, habían logrado sustituirlos a pesar de fallar en uno de los controles de entrada.

–Suele fallar– había asegurado entonces uno de los que vigilaba, con demasiada prisa y trabajo como para indagar más profundamente.

Uno de los asesinos se giró y apuntó el arma hacia ella, pero no tuvo tiempo de disparar. Una daga le rebanó el cuello.

Su ballesta fue recogida por el rebelde infiltrado que lo había atacado, para usarla contra otro de los asesinos. Cogido de improviso, aún mirando a la "traidora", fue incapaz de reaccionar a tiempo.

Otro sí lo hizo, alzando rápidamente un hechizo de protección contra el que se estrelló otro proyectil. Quiso contratacar, pero todos los rebeldes estaban equipados con unos Hechizos Enlatados que Eldi había proporcionado, y que incluían ¿Proyectiles a mí?.

Los había creado antes de entrar a palacio. La azor los había recogido y dejado en un balcón, desde donde uno de los rebeldes los había recuperado y distribuido. Se habían parcialmente disipado, pues los Hechizos Enlatados tienen un tiempo limitado de vida. Así que ya no aguantaban los tres proyectiles, si eran de nivel 100, aunque dos los bloqueaban sin problemas.

Los rebeldes contaban con el factor sorpresa, pero eran menos. Así que sabían que tendrían que superar una pequeña refriega, con sus vidas pendientes de un hilo, en la que proyectiles envenenados entrarían en juego. Por ello, ¿Proyectiles a mí? les era de extraordinaria ayuda.

Ellos tenían sus ballestas cargadas, al no haberlas disparado. Y sus enemigos tardarían al menos un instante en reaccionar, y en recargarlas. Si podían sobrevivir a esos letales proyectiles, la pelea que seguiría la tendrían a su favor.

Habían tenido que esperar a que todos salieran de sus agujeros en el suelo para tenerlos a tiro. En cuanto habían aparecido, seis enemigos habían sido heridos mortalmente. Otros cuatro habían sucumbido en los ataques inmediatamente posteriores.

Quedaban siete, uno más que ellos. Los asesinos se apresuraron a cargar y disparar sus proyectiles, no esperando que fueran bloqueados o esquivados. Uno de los rebeldes se había metido en un agujero tras recibir un segundo impacto, impidiendo que el tercero lo atravesara apenas por un suspiro.

Todos tenían ahora sus ballestas descargadas, pero los rebeldes ya empuñaban sus armas para atacar. La diferencia con los asesinos era que ellos estaban preparados para esto, no los habían cogido por sorpresa.

Formaron tres grupos de dos. Uno lanzó dagas, y el otro se abalanzó hacia el mismo objetivo ocupado con el ataque simultáneo, como lo habían planeado de antemano. Uno de sus enemigos no puedo sobrevivir al ataque. Otro fue gravemente herido, necesitando atención inmediata. El tercero quedó herido en un brazo.

Ahora estaban en ventaja numérica, pero habían dado tiempo a sus enemigos a reorganizarse. Puede que los hubieran cogido por sorpresa, pero tampoco eran novatos. No iban a caer con tanta facilidad como sus compañeros, y era bastante probable que se llevaran a más de uno de sus rivales por delante.

Los rebeldes se miraron, asintieron, y uno de ellos lanzó una poción que Eldi había creado varios días atrás. Había llegado a ellos a través de Ted y otros intermediaros.

Los cuerpos de élite reaccionaron con rapidez. Uno de ellos lanzó un hechizo defensivo, una Barrera de Maná, mientras que los demás se preparaban para contratacar.

Lo que no esperaban era que aquella poción no explotara, sino que levantó una cortina de humo. Rápidamente, los rebeldes se retiraron, siendo los últimos los que aún tenía ¿Proyectiles a mí? activo.

Torcieron en un cruce, y se pusieron a cargar las ballestas, mientras uno vigilaba. Si salían, quedarían expuestos, pero se conformaban con esperar. Su función no era la de eliminar a todos los asesinos, sino la de anularlos.

–¿Y ahora qué hacemos?– preguntó uno de los miembros originales del escuadrón.

–Perseguirlos es inútil y peligroso. Aunque los liquidemos, el objetivo ya se habrá ido. Tampoco podemos volver a atacar, Somos pocos, y ellos podrían pillarnos desprevenidos otra vez. Cojamos a los heridos y salgamos de aquí. La misión ha fallado– decidió la sublíder.

Todos asintieron. Era una decisión tan lógica como humillante. No estaban acostumbrados al fracaso. Las prisas los habían hecho descuidarse, lo que había resultado un error fatal

–Se van– anunció uno de los rebeldes, mirando por un espejo.

–Bien. Esperamos un poco más y nos retiramos. La vía de escape está despejada. Pasamos a la fase dos– decidió otro, antes de sonreír y dar una palmada a la mano abierta que le ofrecía su compañera –¡Buen trabajo!

–Je, je. Ha sido increíble, y estamos vivos. Casi un milagro.

–¿Estos hechizos son de verdad de Eldi Hnefa? ¡Qué buenos!

Sin duda, estaban entusiasmados, pero el trabajo aún no había terminado. Ahora debían llegar al siguiente punto para apoyar a otros rebeldes. Habían ganado una escaramuza, pero la batalla seguía su curso.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora