¿Otra vez?

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–Lo único que puedo decirte es que no tienes que preocuparte por su seguridad. Me gustaría ayudarte, pero no puedo decirte más– se disculpó Maldoa.

–¿Por qué? ¿Por qué nadie quiere decirme nada?– se desesperó Eldi.

Maldoa estuvo un rato en silencio, sin acabar de decidir cuánto podía decirle. Quería explicárselo todo, pero se lo habían prohibido explícitamente.

–Sigue tu camino, cumple tu destino. Después... Espero... No puedo decir más– se disculpó de nuevo la drelfa

Eldi suspiró. Aquello le dolía. La incertidumbre era insoportable, pero aquella drelfa no tenía la culpa. Al menos, había ido hasta allí.

–Si puedes, dile que la echo de menos– pidió él.

Ella sonrió comprensiva y asintió. Aunque sabía que no era necesario. Sin duda, Melia los estaría escuchando en esos precisos instantes.

–Pareces el Oráculo– se quejó Gjaki.

La sonrisa de Maldoa fue agridulce, sin saber muy bien qué decir. La comparación era... Lamentaba decepcionarle, pero era mejor que evitarlo. Al menos, le había logrado insinuar que su tía estaba bien.

Eldi no volvió a sacar el tema, por lo que la drelfa no necesitó sentirse incómoda otra vez. Además, estaba muy interesada en conocer al alto humano del que tanto había oído hablar, no sólo por parte de su amiga.

De todas formas, resultaba imposible hacer algunas de las preguntas que sus hermanas dríadas habían propuesto. Todas estaban muy interesadas en él, por Melia, de la que podían percibir sus sentimientos. Por ello, algunas habían sugerido algunas preguntas que Maldoa simplemente no podía hacerle.

La drelfa decidió quedarse unos días para cuidar a sus sobrinas, aunque Goldmi sabía que era la mitad de la verdad. La otra mitad eran dos hermanos que vivían en la misma aldea, con los que mantenía una relación extraña desde hacía muchos años.

A veces, alguno de ellos desaparecía incluso meses, y ella no aparecía por allí durante todo ese tiempo. A veces, ella se quedaba una temporada. Otras, ellos estaban solos.

No obstante, si bien al principio había sido un misterio, ahora sabían que la drelfa tenía otros dos amantes. Los había llegado a traer un par de veces, y los cuatro maridos se conocían. A Goldmi le había resultado un tanto difícil de comprender, pero lo había aceptado resignada.



–El nivel es ligeramente alto, pero estaremos bien. Es el sitio perfecto– aseguró la vampiresa.

Llevaba equipo nivel 65, para que así todos estuvieran a la par. Incluso usaba Disimular. Aunque sus compañeros no se lo habían pedido, había prometido no usar habilidades ni fuerza superior a ese nivel. Quería levear con ellos, aunque a ella precisamente no le hiciera falta.

Eldi y Goldmi se habían mirado, encogido de hombros y aceptado. Les era imposible decir que no. Además, tampoco podían negar que les hacía ilusión. Al menos, hasta que llegaron al lugar.

Estaban cerca de una de las fronteras del condado de Solodkro, y era el lugar donde ella había leveado en nivel 70. Goldmi estaba en 69, y Eldi en 68, así que era un poco menos que cuando la vampiresa había ido a aquel mismo lugar. No obstante, no había tanta diferencia, y eran cinco. Los tres compañeros y las dos hermanas de Goldmi.

–¿Otra vez? ¿Tenían que ser hormigas?– se quejó Eldi en voz alta.

–¿Qué pasa con las hormigas? Hay muchas y son perfectas para levear. ¿Verdad Goldmi?– se extrañó Gjaki.

–Hormigas...– las miró la elfa con cierto desánimo.

–¿Qué pasa con las hormigas?– preguntó con curiosidad la azor.

–Cuando salvamos a la dríada, parecían no terminarse nunca. Creo que se traumatizó un poco– explicó la lince.

–Sabéis que os estoy oyendo, ¿verdad?– las acusó su hermana rubia.

Las otras dos disimularon, sin querer insistir más. No querían quedarse sin postre.

–Dejad de quejaros sin motivo. Esta cueva es perfecta. Subiremos en nada. Goldmi, llámalas, porfa– pidió animada la vampiresa.

Los otros dos suspiraron. En realidad, no era tan malo. En el caso peor, podían irse con un Portal.

Así que la elfa ejecutó Lluvia de flechas. No las mataría así, pero dañaría a bastantes, dado que había muchas juntas. Seguidamente, empezó a disparar, para ir rebajando sus números antes de que llegaran.

Gjaki no obtenía casi experiencia, al menos no de seres de tan bajo nivel comparado con el suyo, aunque tampoco la necesitaba. De hecho, no estaba segura si podía subir más de nivel, aunque había sentido la experiencia incrementarse todos estos años, por mucho que en la interfaz no apareciera nada. Sentía también, no obstante, que le faltaba mucho.

Eldi esperaba y licheaba. Goldmi llevaba Cuerpo de Acero, Puños de acero y Esencia de Maná, además de que estaba sobre un Área de Ataque y un Área de Defensa, por lo que parte de la experiencia era compartida con el alto humano.

Gjaki también llevaba varias bendiciones, y había exigido Toque Vampírico en sus dagas. Como en el juego, seguía argumentando que tendría que ser suyo. Tanto es así, que se estaba planteando intentar aprender el hechizo.

A pesar de tener entre uno y tres niveles más que la elfa, las hormigas iban cayendo una tras otra. Además, el ave albina también intervenía, muchas veces Chocando contra las flechas clavadas, haciéndolas así atravesar más profundamente a las hormigas. Cabe decir que tanto ella como la lince llevaban también varias bendiciones, con las que estaban encantadas. Notaban la mejora en su capacidad de combate.

No obstante, las hormigas eran muchas y venían desde todas las direcciones. Cuando finalmente llegaron a la cueva, la elfa retrocedió tras sus compañeros. Por ahora, dispararía flechas, aunque estaba decidida a luchar cuerpo a cuerpo después.

–No me canso de verlos. Me encanta el de fuego– alabó la vampiresa cuando Eldi empezó a colocar Muros.

Las hormigas tenían que atravesar los Muros para enfrentarse a ellos, que los esperaban al otro lado. Habían hablado de poner Tentáculos, para atraparlas en los Muros, pero lo habían descartado. Resultaba más eficiente enfrentarse a ellas directamente, y más divertido.

Habían elegido esa cueva por dos razones. La primera, porque podían entrar tres hormigas a la vez, o menos si retrocedían a túneles más estrechos. La segunda era porque estaba un poco alejada de la cueva donde la vampiresa tenía la marca del Portal. No querían que las hormigas la rompieran accidentalmente cuando se retiraran a descansar.

Eldi se plantó frente a una de ellas, Gjaki frente a la segunda y la lince ante la tercera. Goldmi los apoyaba desde atrás. Mientras, la azor atacaba desde el cielo a las hormigas de fuera. Les clavaba las garras y usaba su fuerte pico para arrancar pedazos de carne, o incluso alguna antena.

Eldi optó por el martillo. Dado que tenían material de sobra, había hecho una arma de cada nivel para él y sus compañeras. Quizás no les serviría mucho tiempo, pero en la mansión había muchos que las podrían usar en un momento u otro. Si no, Maldoa había asegurado que en el frente contra la corrupción estarían más que encantados de comprarlas.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora