Visita de cortesía

154 38 1
                                    

Cuando la vampiresa entró en el edificio, sólo unas pocas cabezas se giraron para ver quién llegaba. Aventureros entraban y salían continuamente, por lo que casi nadie prestó demasiada atención a la recién llegada.

Sólo aquellos que estaban esperando a algún compañero le dirigieron una mirada, lo justo para comprobar que no coincidía con quien estaban esperando. Sin embargo, un par de ellos la miraron fijamente, con los ojos muy abiertos.

–¿¡La Reina de Sangre!?– exclamó un vampiro mago de nariz chata, ojos anaranjados, pelo corto morado y baja estatura.

De repente, se hizo el silencio. Todos los murmullos cesaron, a la vez que decenas de miradas se volvían hacia Gjaki. Ésta simplemente las ignoró. La primera vez que le había sucedido algo así se había sentido bastante cohibida. En la actualidad, ya lo había vivido demasiadas veces. Además, sabía que iba a pasar.

El silencio apenas duró unos momentos, siendo poco después invadido el ambiente por el sonido de múltiples cuchicheos. Había respeto o temor en aquellos aventureros, al menos en la mayoría.

Una guerrera de más de dos metros de alto se dirigió hacia ella con clara hostilidad. Era una semielfa, corpulenta, muy musculosa. Tenía algunos rasgos reptilianos, siendo el más notorio su cola escamada.

–¿¡Te crees que puedes llamar la atención disfrazándote!? ¿¡Nos tomas por estúpidos!? ¡Necesitas una lección!– exclamó.

Se abalanzó hacia ella con el puño cerrado. No era un ataque mortal, pero sin duda podía causar un buen daño.

La vampiresa se movió ágilmente hacia un lado y se encorvó ligeramente para esquivar el poderoso ataque. Para ello, no está claro si usó la habilidad Pasos Rápidos, o hizo algo similar inconscientemente.

Cuando el puño llegó al punto de impacto, no sólo no encontró un cuerpo al que golpear, sino que una mano la agarró fuertemente de la muñeca. Gjaki tiró del brazo, sumando su fuerza al impulso que llevaba, y puso el pie para que tropezara.

La semielfa calló estrepitosamente, golpeándose la cabeza contra el suelo. Aunque era más doloroso el ridículo que el propio golpe.

Furiosa, quiso levantarse de inmediato para vengarse de aquella afrenta, pero se detuvo en seco. Unas afiladas uñas rozaban su mejilla, habiéndola incluso cortado superficialmente. Se quedó inmóvil, ante aquella amenaza y el aura de Sed de Sangre.

–¿¡Es la verdadera!?– pensó para sí, entrando en pánico, sin atreverse a respirar.

Gjaki no dijo palabra. Retrajo las uñas que había extendido con Arañar, y se dirigió al mostrador, ignorando las miradas intimidadas o impresionadas. Algunas, ambas.

–Quiero hablar con el maestro del gremio– exigió al empleado con tono autoritario.

–Sí... Sígame– no dudó éste.

No sólo la había visto en acción, sino que la placa que la vampiresa había sacado demostraba que era realmente la mismísima Gjaki, la Reina de Sangre, y además una aventurera de máximo nivel. Tenía cualificaciones más que suficientes para dicha petición.

–Un... momento, ahora la llamo. Por favor, espere aquí– le pidió el empleado, tras llevarla a una habitación.

Si duda, se sentía intimidado ante la presencia de Gjaki. Fuera su identidad de Reina de Sangre o de aventurera de más alto rango, era más que suficiente para impresionarlo. La escena previa no había hecho más que reforzar esa sensación.

Gjaki se sentó relajadamente en uno de los sillones. Aprovechó para sacar un pastelito y llevárselo a la boca. Estaba hambrienta.

No tardó ni un minuto en aparecer apresuradamente la maestra del Gremio. Era una mujer de mediana estatura y aspecto cansado. Había estado poniéndose al día de todo el trabajo burocrático que había ido posponiendo. Hasta que sus empleados se habían alzado en un pequeño motín, y la habían encerrado hasta que acabara. Era algo que sucedía una vez al mes.

Estaba agradecida a Gjaki por darle un bienvenido respiro, así como preocupada por la inesperada visita. No podía imaginarse qué quería. Incluso se tensó un momento y casi entró en pánico, para luego respirar aliviada.

Su empleado le había informado acerca del pequeño altercado. Por ello, cuando había visto la boca cubierta de una sustancia rojiza, se había temido que hubiera sido más grave de lo previsto. Por suerte, sólo era la crema que recubría el pastelito, no sangre.

–Soy Frinjia, la maestra del gremio. Es un honor conocer a la mismísima Reina de Sangre. ¿Qué puedo hacer por ti?– se presentó.

Gjaki sacó siete placas de aventureros y las dejó sobre la mesa.

–Tres lamias, dos aracnes y dos hombres-ciempiés. Nos asaltaron y sufrieron las consecuencias– empezó Gjaki.

Frinjia frunció el ceño, aunque también se extrañó. Si bien era un asunto grave, no lo era para llamarla a ella. Por un momento, pensó que aquella vampiresa era un poco arrogante por molestarla por un asunto así, aunque sin duda podía permitirse serlo.

No obstante, esos pensamientos se esfumaron cuando Gjaki puso un gran número de placas sobre la mesa, separadas de las primeras. La maestra del Gremio abrió mucho los ojos, sobrecogida.

–Una de las lamias tenía estas placas. He venido a devolverlas. Vosotros sabréis qué hacer con ellas– explicó la vampiresa, con un tono solemne.

Frinjia se acercó estremecida por el significado de aquello, cogiendo incluso una de ellas. Pocas dudas tenía de que todos aquellos aventureros habían muerto a manos del grupo que había cometido el error de atacar a la Reina de Sangre.

Los rangos de las placas eran variados, aunque ninguno demasiado alto. Respiró hondo para recobrar el control de sí misma, y miró a Gjaki con profundo respeto y agradecimiento. Podría simplemente haberse evitado el inconveniente de traerlas.

–En nombre del Gremio de Aventureros, gracias por habernos devuelto las placas, por aclarar cuáles fueron realmente sus destinos. Al menos, sus amigos y familiares podrán ahora llorarlos– agradeció solemnemente

–Es lo mínimo que podía hacer. Por cierto, ¿el Gremio de Asesinos sigue ocultándose en el sitio de siempre?– preguntó la vampiresa de pelo plateado.

–E... Eso creo. ¿Por qué?

La pregunta la había pillado totalmente desprevenida. Si bien no conocía el lugar, probablemente un cambio hubiera llamado su atención.

–Quería hacerles una visita. Sus acciones me han irritado un poco– respondió Gjaki.

A Frinjia se le pusieron los pelos de puntas. Vio como la vampiresa se marchaba, y por un momento sintió lástima por los asesinos. Habían provocado a quien no debían.

Gjaki salió por la puerta principal, mirando de reojo a la guerrera que la había atacado antes. Al encontrarse con su mirada, ésta sintió un profundo escalofrío y sudor frío. Incluso se cayó de la silla.

Nadie se rio en aquel momento, aunque quizás lo harían más tarde. La presencia de la vampiresa resultaba imponente, y no podían sino tragar saliva al imaginarse en la situación de la aventurera.

Gjaki salió con rostro imperturbable, aunque por dentro se estaba riendo. Le divertía actuar así.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora