La princesa

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La princesa se sobresaltó cuando las puertas de su habitación se abrieron de golpe. Temió por un instante que su prometido hubiera aprovechado las circunstancias para ir a buscarla. O que alguno de sus hermanos viniera a atormentarla. Por ello, cuando se encontró con el joven capitán de la guardia de la ciudad, se lo quedó mirando con los ojos muy abiertos.

–¡Kioniha! ¡Tienes que venir!– se apresuró a llamarla él.

Cabe decir que no dejaba de mirarla. Hacía mucho que no se había acercado tanto a ella, a su amada.

–Liukton... ¿Qué... está pasando?– preguntó ella, confusa, sin poder mirar a aquellos ojos en los que podía perderse.

–¡Te lo explico por el camino! ¡Ven!– la cogió de la mano.

Aunque unos segundos más tarde la dejó ir. Era una acción a la que se había acostumbrado tiempo atrás, cuando aún eran niños y entrenaban juntos. Ahora, ella era una princesa y él un oficial. No era apropiado.

Ella lo siguió, mirando su mano con un sentimiento de pérdida, su amplia espalda. Se amaban, pero sabían que era imposible. Ella era de la realeza. Él, uno de los hijos de un noble menor, ni siquiera su heredero. El amor entre ellos era imposible en Engenak.

Ella se había mantenido lejos de él para protegerlo. No sabía qué harían su madre o sus hermanos si lo supieran, si intentaba verse con él en secreto.

Recorrieron los largos y extrañamente desiertos pasillos, mientras él le explicaba la situación. Ella escuchaba atónita, con los ojos muy abiertos y el corazón encogido. Sólo algunas tétricas manchas de sangre rompían la armonía y elegancia de su trayecto, testigos de lo que había pasado no mucho antes.

La princesa había estado encerrada en su habitación, y no había sido capaz de identificar los ruidos que había estado escuchando. Ahora, cobraban sentido.

Un gran número de muertes habían acontecido en un breve espacio de tiempo, sacudiendo los cimientos del reino. Conocía a muchos de ellos, aunque su relación con la mayoría era más bien distante.



A pesar de estar preparada por el aviso del capitán, no pudo evitar sentirse abrumada ante los cadáveres que se amontonaban en la sala del trono. La lucha había acabado, y se estaba empezando a limpiar las consecuencias, pero aún había mucho que hacer.

Prácticamente, todas las miradas se volvieron hacia ella en cuanto apareció, aunque la princesa no les prestó atención. Casi temblando, se acercó al lugar que debería ser el más importante, los tronos donde yacían su madre y hermanos.

–Madre– se agachó frente a la fallecida reina.

Quería llorar, pero las lágrimas no llegaban a sus ojos. La había amado y respetado, pero eso había sido mucho tiempo atrás, casi ni lo recordaba. En los últimos tiempos, cuando había querido ganarse su reconocimiento, sólo había obtenido indiferencia e incluso desdén. Las ideas de la princesa estaban muy alejadas de la del resto de su familia.

Miró los cuerpos fallecidos de sus hermanos. Tampoco sentía nada. El sentimiento de pérdida que se suponía por la muerte de un familiar no la invadió como había esperado.

Cuando Liukton le había contado sus muertes, había sentido aprensión, pero no el dolor que habría esperado, no el que había sentido ante la muerte de su padre. Creía que las emociones llegarían ante sus cuerpos, pero tampoco había sucedido.

–Ya os había perdido hace mucho, ¿verdad?– murmuró con tristeza.

Los recuerdos de su infancia jugando feliz con sus hermanos y ante la atenta mirada de sus padres eran borrosos, pero no los había olvidado del todo. Sin embargo, su padre había muerto, y sus hermanos habían empezado uno tras otro a tratarla como a una enemiga, una rival.

En cuanto a su madre, no estaba segura cuándo la había abandonado a su suerte, dada a institutrices o maestros de protocolo. No recordaba cuándo había sido la última vez que le había dedicado una palabra amable o una sonrisa, cuando había empezado a verla tan sólo como un objeto de cierta utilidad.

Quizás sus hermanos tenían una relación mejor con la reina, pero tampoco íntima, no la de unos hijos con su madre. Simplemente, para ella eran más útiles.

Algunas lágrimas se le escaparon al enfrentarse a la cruda realidad. Hacía mucho tiempo que había perdido a su familia.

–Adiós. Ojalá no hubiera sido así– lamentó.

Se levantó, intentando acallar su corazón, dando la espalda al cuerpo de la fallecida reina. La que había sido su madre mucho tiempo atrás. Los que habían sido sus hermanos casi no recordaba cuándo.

Miró entonces a una persona en concreto. Pelo negro, ojos dorados, un extraño libro abierto en su mano que brillaba con un suave pero poderoso fulgor. Incluso ella sentía el impulso de arrodillarse ante aquel poder.

Se inclinó respetuosamente. En otras circunstancias, hubiera saltado de alegría por conocerlo, pero en aquel momento su corazón se sentía compungido, herido. Quizás no directamente por la pérdida, sino por aceptar lo que ya hacía tiempo que había perdido.

Por no hablar de los muchos muertos que aún estaban siendo retirados. El reino quedaría debilitado por un tiempo, que sus enemigos podrían aprovechar. Aunque ese no era su problema, nunca lo había sido.

Alzó la cabeza y miró a los ojos dorados, que le parecieron más cálidos de lo que había esperado. Creía que vería arrogancia u orgullo, pero había más bien tristeza. Quizás, no había deseado aquello.

Se preguntó por qué la había mandado llamar. No creía que quisieran matarla, aunque era una posibilidad. Un juicio y ejecución públicos para la última descendiente directa de la reina era algo que su madre se habría planteado.

Esperaba no obstante que sólo quisieran exiliarla. Debería ser suficiente verla marchar, despojada de sus privilegios y derecho al trono. ¿Quizás Liukton la acompañaría?

–¿Para qué me ha hecho llamar?– preguntó, mostrando más confianza de lo que realmente sentía.

Eldi suspiró antes de hablar. No sabía lo que aquella joven princesa sentía ante las muertes de su madre y hermanos, ante la de tantos nobles. Al menos, no mostraba hostilidad o furia. Esperaba que sus hijos tuvieran razón respecto a ella.

–Lo que ha sucedido hoy, no debe volver a pasar. El sufrimiento del pueblo durante estos últimos años nunca se debería haber dado. Este reino necesita un gobernante que no sólo cumpla las promesas, sino que las entienda, respeta e incluso aprecie. Que se asegure de que no vuelvan a ser juramentos vacíos, sino con significado, ahora y en el futuro. Princesa Kioniha, este reino te necesita. ¿Aceptarás ser su reina?– le preguntó con incluso más solemnidad de lo que los libros de historia serían capaces de describir en el futuro.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora