Extraño enemigo (I)

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Una Flecha de Luz atravesó al poderoso ser que se acercaba. Le hizo un agujero, purificándolo, pero pronto se cerró. La flecha no era suficientemente poderosa para más que una leve herida.

La elfa no esperaba matarlo ni herirlo de gravedad, sino que quería comprobar si era lo que parecía, y así lo demostró el ataque. Era un ser incorpóreo, alguna evolución de los espectros, pues, a diferencia de estos, sus facciones estaban claramente definidas.

Si no fuera porque era ligeramente traslúcido, y porque flotaba, podría haber pasado por una persona normal. Incluso sus ropas se veían inmaculadas, las de un oficial de un ejército cuya existencia se había perdido en el transcurrir del tiempo.

Inexplicablemente, sonrió al ser traspasado por la flecha, como si el efecto purificador hubiera sido un masaje para él. Dicha sonrisa les provocó escalofríos, pues a la distancia a la que se encontraban, todos podían verla.

Se prepararon para enfrentarse a aquel extraño espectro, al que los demás nomuertos parecían tener miedo.

Goldmi iba Reteniendo Flechas de Luz, además de colocarse justo detrás de un Abismo de Luz. Lamentaba que su conexión con la naturaleza fuera tan débil allí, pues la vegetación era más bien escasa, y parecía enferma.

Gjaki y Eldi empuñaban armas de luz, y habían colocado sus propias trampas. Además, el mago de batalla había renovado las bendiciones.

La lince estaba junto a su hermana, preparada para entrar en acción en cualquier momento.

La azor vigilaba atenta desde el cielo.

Esperaban el ataque de su enemigo en cualquier momento, pero en lugar de producirse, éste se detuvo sobre uno de los Muros de Luz. Se quedó sobre él, absorbiendo el poder purificador, lo que resultaba bastante extraño. Era evidente que lo dañaba, pero aun así no se movía del sitio.

–¡Ja, ja ja! ¡Esto es! ¡Más! ¡Quiero más!– reía con una extraña y escalofriante voz.

Se volvió hacia ellos. Miró fijamente a Gjaki, luego a Eldi. Finalmente, se volvió hacia Goldmi.

–¡Tú! ¡Dame más! ¡Más fuerte! ¡Tú tienes el poder!– le exigió.

Se dirigió hacia ella mientras lo decía, pero Gjaki y Eldi se cruzaron en su camino. Si bien los cuerpos físicos no podían detenerlo, sus Auras eran suficientes para cortarle el paso. Además, tenían hechizos para bloquearlo si es necesario.

–¿Qué es lo que quieres?– exigió Eldi.

Era un enemigo poderoso al que no sabían si podían vencer. Si bien creían poder contenerlo, acabar con él era algo muy distinto. Podía retirarse con facilidad cuando quisiera, y quién sabe si podía hacer uso de la horda de nomuertos. Era preferible si podían deshacerse de él de otra forma, si podían ahuyentarlo.

–¿Qué quiero? Ja, ja. ¿Qué voy a querer? Morir. ¡Quiero morir!– respondió aquel ente, mirándolos con voracidad.

–Si sólo es eso, acércate, me encargaré de matarte– ofreció la vampiresa, suspicaz.

–Tú no puedes. Ella puede. Vuestras magias quizás podrían dañarme, pero mi esencia es eterna. Sólo ella puede. Sólo tiene que ser el poder un poco más fuerte. ¡¡Aaaaaargh!! ¡¡Dadme vuestras vidas!!– gritó de repente.

Como si le hubiera dado un ataque de locura, su mandíbula se desencajó de una forma imposible, mostrando su vacía boca abierta. La silueta de los dientes estaba allí, pero la garganta ya no existía. Intentó abalanzarse sobre la elfa, pero una Explosión de Luz se interpuso en su camino. El alto humano había comprobado que la electricidad tenía cierto efecto en los espectros.

Gjaki lo Agarró con su látigo de luz, inmovilizándolo por unos instantes. Sin embargo, el látigo se iba disipando a medida que luchaba contra el poder del espectro.

Goldmi soltó diez Flechas de Luz, que atravesaron al espectro, y siguieron su camino para clavarse en unos zombis que se estaban aproximando. Habían perdido algo de poder por el camino, pero aun así logró que uno de ellos fuera completamente purificado.

El ataque del espectro no persistió. No parecía muy dañado, pero se retiró unos metros, ante la mirada amenazante del grupo.

–Lo siento, lo siento. No es fácil controlar los instintos. Los vivos sois demasiado apetitosos– se disculpó él.

–Realmente, ¿qué es lo que quieres?– pregunto la vampiresa, suspicaz.

–Aaaah. Los vivos no entienden. A esos sin mente les da igual. Pero nosotros, los que hemos recuperado la consciencia... Es un infierno... Recordar la vida pero estar muertos. No sentir nada. Ni frío. Ni calor. Ni hambre. Sólo soledad. Aquí no hay más compañía que todas estas cosas sin cerebro. Y los otros... Aah... Los otros... Nos odiamos. Nos queremos consumir. Nos queremos matar. Pero no podemos. Volvemos a formarnos. No queremos más. Queremos morir. Aah... Sois tan apetitosos...– explicó el espectro.

–¿Otros? ¿Hay otros como tú?– se interesó Goldmi.

–Como yo no. Pero sí. Piensan. Pero menos. No pueden controlarse tanto. Por eso no se acercan. Me dejan a mí. Si se acercan, atacarían. No quieren morir ahora. Ahora que tienen oportunidad de morir. Si mueren, saldrían otra vez. Y tú no estarías. ¿No puedes ser un poco más fuerte? Quiero morir– repitió él.

Los tres se miraron. Precisamente, habían ido allí para levear, para hacerse más fuertes. Aunque no estaban muy convencidos de que pudieran fiarse de aquel ser, de aquel extraño nomuerto que podía atacarlos en cualquier momento.

La elfa se encogió de hombros, diciendo que no perdían anda por intentarlo. Gjaki miró a Eldi.

–Te toca– le asignó el trabajo con una sonrisa traviesa.

Él suspiró, pero no discutió. En realidad, le tocaba.

–Puede ser más fuerte, pero necesitamos tiempo. Necesitamos purificar cuanto más nomuertos mejor, y del mayor nivel posible. Así nos haremos más fuertes y su poder será mayor– explicó.

–Aah... ¡No es justo! ¡Ellos pueden morir antes! ¡Ellos pueden descansar! Está bien, los traeré. Más os vale no mentir. Si mentís, nada bueno saldrá– amenazó él.

–Que no entren en la cueva. Si no, nos será más difícil estar aquí. Nos retiraremos dentro a descansar– informó Goldmi.

–Ah... Descansar... Estar cansado... Si pudiera sentirlo otra vez... Bien. No entrarán. Pero hazte más fuerte. Tienes que matarme, o te mataré yo a ti– pidió y amenazó en la misma frase.

Tras esas palabras, se marchó por dónde había venido, aunque antes lanzó un extraño hechizo.

Los tres compañeros se defendieron, alerta, pero no se vieron afectados. Tan sólo quedó una débil aura a la entrada de la cueva, que no sabían si purificar o no. Tras unas pruebas, descubrieron que los nomuertos no la traspasaban. Sin duda, resultaba muy conveniente.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora