Visita inesperada (I)

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Goldmi apenas durmió aquella noche. Se sentía sumamente inquieta, ansiosa. No podía evitar moverse en la cama, tratando de buscar una posición para dormirse que no encontraba. Por suerte para Elendnas, el elfo tenía un sueño pesado.

Sin apenas haber dormido, se levantó en cuanto asomó el sol. Sin saber muy bien qué hacer, se vistió y preparó el desayuno, aunque aún quedaba para que se levantara su familia. Al menos, sus hijas.

El abrazo en la cintura la sorprendió. El beso en la mejilla era de esperar tras ser apartado con suavidad su cabello.

–¿Por qué no vas a la mansión? Sé que estás impaciente. Yo me encargo de las niñas– le propuso su marido.

El elfo sabía que la conexión de su mujer con sus hermanas era muy profunda. Si bien le era imposible comprenderlo completamente, sí que entendía que el haber restablecido el vínculo con la última de ellas era muy importante para su mujer.

–Gracias– se giró ella y lo besó tiernamente en los labios.

Y lo volvió a besar más intensamente antes de cruzar el Portal, ya con sus dos hermanas. Tanto la lince como la azor habían acudido de inmediato. Estaban tan ansiosas como la elfa.



–¿Quizás es demasiado pronto?– se dijo tras aparecer en la mansión.

El día anterior, había quedado con Gjaki para que la acompañara, mientras contemplaban el ejército de tortugas junto al que Eldi las había llevado.

–Gjaki, ¿tienes Portales hacia allí?– le había preguntado la elfa, señalando en una determinada dirección.

–¿Cómo de lejos?– se había extrañado ésta.

–Mucho. Al menos hasta el mar– había explicado Goldmi.

–No tengo ninguno tan lejos, pero quizás pueda tomar prestado uno. ¿Te corre prisa?

–Mi hermana me está esperando– había revelado la elfa.

Vampiresa y alto humano la habían mirado con los ojos muy abiertos. Sabían cuánto la echaba de menos, pero hasta ahora no había sabido dónde buscarla.

–Entonces, vamos mañana por la mañana. Ahora será imposible pedir prestado ninguno– había propuesto Gjaki.

–¿Queréis que os acompañe?– se había ofrecido Eldi.

–No, es una salida de chicas– se había negado la vampiresa tajantemente, con un tono travieso.

Eldi se había encogido de hombros y no había insistido. Sabía que la verdadera razón por la que no le dejaban ir era otra. También él tenía cosas que hacer por las que se sentía impaciente.

De hecho, el alto humano sólo había vuelto con Gjaki a la mansión porque no quería irse sin despedirse. Planeaba partir aquella misma mañana después del desayuno.



–Has llegado pronto– apareció de repente Diknsa.

–Lo siento... No quería molestar– se disculpó la elfa.

–Tranquila, tú nunca molestas. Además, ya he despertado a Gjaki. ¡Mira! ¡Ahí viene!– exclamó Dinksa, divertida.

–Mamá... Eres malvada... Uaaaaa– protestó la vampiresa de pelo plateado, medio dormida.

Una pequeña Gjaki le estaba recogiendo el pelo en una cola, mientras ella bostezaba y se frotaba los ojos.

–Ah, hola Goldmi. Llegas pronto. Desayunemos algo, no podemos llegar demasiado pronto. Se ponen de malhumor cuando tienen sueño– propuso Gjaki.

Cuando llegaron a la mesa para desayunar, apenas eran ellas tres, un par de enanos vampiros, y justo llegaba Eldi.

–Je, je. También tú tienes prisa– se burló Gjaki, un poco más despejada –. Supongo que te irás pronto.

–Buenos días. Sí, está un poco lejos– las saludó el alto humano.

–¡Goldmi! ¡La cerveza que trajiste la última vez estaba jodidamente increíble! ¡Te has superado!– la alabó la enana.

–Demasiado increíble. He tenido que confiscarla, o se la habrían acabado ya– suspiró Diknsa.

–No tienes corazón, maldita bruja... Ja, ja– se quejó el enano, entre risas.

Dinksa no le hizo demasiado caso. Los conocía desde hacía demasiado como para molestarse por su forma de hablar. Además, sabía que en cierto modo, le estaban agradecidos. Más que confiscarla, la racionaba con un poco de sentido común, algo de lo que aquellos dos enanos eran incapaces por sí solos. De hecho, lo hacía porque se lo habían pedido precisamente ellos.



–¿Otra vez? ¿Ha vuelto a hacer saltar la alarma un sirviente despistado? Será la tercera vez este mes... Mira que les dije que no limpiaran allí– gruñó Krongo.

–Ya voy yo. Tengo que pasarme por la biblioteca, y está de camino– se ofreció Krinia.

–Gracias cariño– la despidió el reptiliano.

–¿Ha ido alguien a ver la alarma?– preguntó Kruloz, llegando a desayunar mientras se acababa de poner la chaqueta.

–Krinia. No sé si volverá o se quedará en la biblioteca– respondió Krongo.

–Nunca cambiará– suspiró Kruloz.

–Es parte de su encanto– sonrió el guerrero.

–Sin duda. Por algo nos casamos con ella– aseguró el arquero.

Mientras, la maga llegó a la habitación a la vez que mordisqueaba una galleta que había llevado de camino. Se paró frente a la puerta y la miró extrañada.

–Qué raro... No está abierta– murmuró.

La abrió para comprobar el interior, temiendo que alguna iguana se hubiera colado. Allí, eran el equivalente a las ratas, y habían tenido una molesta plaga cuatro años atrás. Sin embargo, lo que encontró la dejó con la boca abierta por unos segundos.

–¡¡Gjaki!!– reaccionó al fin, corriendo hacia ella y abrazándola.

–Hola Krinia, yo también me alegro de verte– le devolvió el abrazo.

–Podías avisar antes de venir. Hubiera reservado el día– la regañó la reptiliana.

–Perdona, perdona. Ha sido un poco imprevisto. Ésta es Goldmi, ya te he hablado de ella. Goldmi, ella es Krinia– presentó a sus amigas.

–¿¡Esa Goldmi!? ¡Me alegro de conocerte por fin! Sabes, cada vez que Gjaki viene nos peleamos por tus hamburguesas. Ja, ja– la saludó efusivamente la maga.

–Yo también me alegro. Gjaki me ha hablado mucho de vosotros– sonrió la elfa.

–¡Espero que bien! Si no...– amenazó Krinia con la mirada.

–Por supuesto que he hablado bien. Ni siquiera le he contado lo de aquella vez cuando...– aseguró la vampiresa.

–¡Ni se te ocurra! Ven, deja que te presente a mis maridos, y olvídate de esa vampiresa del tres al cuarto– invitó a Goldmi.

–Antipática– se quejó Gjaki, aunque con tono divertido.

–Oye, ¿les puedes dar un pequeño susto?– se detuvo Krinia y propuso traviesa.

–¡Yo jamás haría algo así!– se negó Gjaki.

Goldmi y Krinia se giraron y la miraron a la vez, escépticas. Ni por un momento se creyeron que su amiga fuera a dejar pasar la oportunidad.

Regreso a Jorgaldur Tomo IV: ReencuentroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora